Episcopado mexicano: «Vivir la comunión es don y tarea de la Iglesia»

Al término de su 79ª Asamblea Plenaria (Lago de Guadalupe, 4-8 julio 2005)

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LAGO DE GUADALUPE, martes, 12 julio 2005 (ZENIT.orgEl Observador).- Publicamos el mensaje difundido al término de la LXXIX Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal de México (4 a 8 de julio en Lago de Guadalupe, Cuautitlán Izcalli, Estado de México)

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Lago de Guadalupe, Cuautitlán Izcalli, Méx., 8 de julio de 2005

MENSAJE DE LA LXXIX ASAMBLEA PLENARIA DE LA CEM
Vivir la comunión es don y tarea de la Iglesia

“¡Mire cada cual cómo construye!” (1Cor 3, 10)

Estimados hermanos Sacerdotes, Diáconos, Consagrados (as) y Fieles Laicos:

Los Obispos de México, llamados a trabajar para edificar la Iglesia, en comunión con el Santo Padre Benedicto XVI, pastor de la Iglesia universal, y recordando con gratitud la entrega generosa a este ministerio del Papa Juan Pablo II, hemos vivido estos días de oración, estudio y reflexión, buscando los caminos que el Señor nos propone en esta hora de la historia, para cumplir con la tarea que Él mismo nos ha confiado: permanecer unidos y dar fruto abundante (Cf. Jn 15).

Constatamos con gozo los frutos numerosos y positivos que estos años de esfuerzo han traído para nuestro pueblo: el fortalecimiento de la democracia, la relativa estabilidad económica, el respeto de las libertades personales, el empeño en la lucha contra la pobreza extrema, las mayores oportunidades de salud, escuela y vivienda; las iniciativas comunitarias populares, la conciencia más viva de la dignidad de los pueblos indígenas y otros.

Sin embargo, no escapan a nuestra mirada y a nuestra preocupación los graves desafíos que como cristianos y como pastores compartimos con todos los hombres de buena voluntad. Una mentalidad global, excluyente, pragmática, y notoriamente individualista, alimentada por un materialismo consumista, está influyendo en los distintos ambientes de nuestra vida social, política, cultural y religiosa.

Expresiones dolorosas de esa mentalidad son: la brecha creciente entre los que acumulan riqueza al amparo de las políticas económicas, y los que tienen que pagar el costo de esas políticas en el comercio informal, en la migración, o en la desesperanza de la miseria; el narcotráfico y la drogadicción; el deterioro de la vida familiar y el daño, muchas veces irreversible, del medio ambiente.

Estas y otras muchas situaciones, que para algunos son causa de desesperanza y para otros, tentación de violencia y agresión, reclaman de la Iglesia, junto con sus pastores, una revisión constante de la tarea evangelizadora. Queremos poner a disposición de Cristo nuestra inteligencia, nuestra imaginación, sentimientos, fantasía, y sobre todo, nuestro entusiasmo para hacernos solidarios de las preocupaciones del Buen Pastor y de los sufrimientos de todos los hombres y mujeres. Estamos convencidos de que aceptar a Jesucristo en forma sincera y coherente, transforma los corazones, las familias y la sociedad.

Los Obispos, sucesores de los Apóstoles, nos sentimos responsables no sólo de la Iglesia particular que el Señor Jesús, a través del Santo Padre, ha confiado a nuestro cuidado pastoral, sino también de las demás diócesis que se encuentran en nuestra Patria y en el mundo entero. Al mismo tiempo somos conscientes de que muchos aspectos de nuestro cuidado pastoral sólo pueden ser atendidos adecuadamente luego del intercambio de puntos de vista, la consulta recíproca y la colaboración entre los Obispos de una misma región y de todo el país.

El Espíritu Santo ha hecho de todos nosotros los bautizados, un solo cuerpo, el Cuerpo de Cristo. A cada uno nos ha enriquecido con carismas y dones diferentes y nos ha confiado una misión para bien de todo el cuerpo, que es la Iglesia. Nuestro vivir y nuestro actuar es el vivir y actuar de un organismo.

La unidad y la comunión entre nosotros son una condición indispensable para trabajar con responsabilidad en la construcción del Reino de Dios, en fidelidad a la Palabra Sagrada que se nos ha confiado. Recordamos lo que nos dice el Apóstol: “Conforme a la gracia de Dios que me fue dada, yo como buen arquitecto, puse el cimiento, y otro construye encima. ¡Mire cada cual cómo construye! Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo” (1 Cor 3, 10.11).

Era necesario preguntarnos: ¿Cómo vivimos la unidad? ¿Cómo la construimos, para responder más eficazmente a los desafíos actuales? Estos cuestionamientos nos llevaron a revisar y proponer mejores modos de colaboración entre nosotros. ¡La caridad de Cristo nos apremia! (2Cor 5, 14). Rostro de esta caridad es la solidaridad con las diócesis más cercanas, compartiendo los esfuerzos de la Misión, para que la luz del Evangelio alcance a quienes todavía no ha iluminado y el amor de Cristo fortalezca nuestra unión.

En este año de la Eucaristía queremos darle a este gran sacramento todo el relieve que merece porque en el humilde signo del pan y el vino, transformados en su Cuerpo y en su Sangre, Cristo camina con nosotros como nuestra fuerza y nos convierte en testigos de esperanza para todos (Cf. E de E, 62).

Hay todavía un largo camino por recorrer. Lo haremos con el impulso del Espíritu. Él es la fortaleza para nuestro ministerio. En esta tarea, Obispos, Presbíteros, Diáconos, Vida Consagrada y Fieles Laicos, debemos ir juntos. Cristo va a nuestro lado porque Él lo ha dicho: “Yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).

Santa María de Guadalupe, modelo de la Iglesia, contemplando el rostro de Cristo nos guía hacia Él, en este itinerario de comunión y colaboración, porque como Madre tiene una relación profunda con Él y con nosotros.

+ Mons. José Guadalupe Martín Rábago
Obispo de León
Presidente de la CEM

+ Mons. Carlos Aguiar Retes
Obispo de Texcoco
Secretario General de la CEM

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ZENIT Staff

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