Esperanza de un obispo iraquí en un sínodo de Oriente Medio

En medio de la lenta recuperación de su país

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ROMA, domingo, 8 febrero 2009 (ZENIT.org).- Monseñor Louis Sako, arzobispo de Kirkuk, es una persona a la que le gusta oír lo que se dice sobre su atribulado país.

Modesto y de habla suave, el prelado caldeo-iraquí tiene una resistencia de hierro que combina con un optimismo infeccioso y un buen humor.

En Roma, durante las últimas semanas para tomar parte en la visita «ad limina» de su país, ha encontrado un momento para charlar de manera informal con un grupo de periodistas de Roma en un desayuno en el Borgo Pío.

Comenzó hablando de lo que él y sus colegas obispos ven como los más grandes desafíos a los que se enfrenta la Iglesia en Irak: el éxodo de cristianos y la caída del país en el caos. En Irak quedan cerca de 400.000 cristianos, cerca de la mitad de lo que vivían antes de que estallara la Guerra de Irak en el 2003.

«Tenemos la impresión de que hay una estrategia, no sólo entre los fundamentalistas, que apunta a expulsar a los cristianos del país», afirma. «Esto es para nosotros un gran desafío porque si se van todos los cristianos, el cristianismo se acabará en el país». Quince sacerdotes ya han dejado Bagdad, dice, y se han cerrado 5 ó 6 iglesias en la capital.

Tan urgente se ha vuelto el problema en la región que él y sus compañeros obispos han pedido a Benedicto XVI que reúna un sínodo en Oriente Medio para encontrar la forma de animar a los cristianos a permanecer y «ofrecer esperanza».

En cuanto a la violencia en Irak, dice que 500 cristianos han sido asesinados desde el 2003 (a los que él llama mártires), incluyendo al arzobispo de Mosul, monseñor Faraj Rahho, cuatro sacerdotes y un diácono. Como muchos, atribuye la brutalidad a una minoría de musulmanes extremistas, financiados por países como Irán y Siria. Los iraquíes, recalca, son «personas moderadas» de por sí.

En el lado positivo, dice que la situación de la seguridad está mejorando lentamente, y menciona lo que es poco probable que escuchen en los medios: que la mayoría de los musulmanes aprecian mucho que los cristianos iraquíes vivan allí. «Siempre dicen ‘vosotros los cristianos sois una gracia para nosotros, apreciamos de verdad vuestra presencia'».

El arzobispo da tres razones para esto: la tendencia de muchos cristianos iraquíes a ser piadosamente silenciosos y hospitalarios, en contraste con la mentalidad dominante (los musulmanes iraquíes, afirma, «pueden ser un poco tribales» y prefieren las venganzas a la ley civil). Una segundo razón, afirma, es el historial de la Iglesia de construcción de colegios, hospitales y farmacias. Aunque no son lo que solían ser y andan cortos de fondos, afirma que todavía tienen buena reputación y que, en Kirkuk, se está construyendo una nueva escuela.

Finalmente, el arzobispo Sako dice que los cristianos iraquíes son admirados por su actitud de ir más allá con los musulmanes. Recuerda cómo su diócesis organizó un encuentro entre líderes religiosos y políticos después de que una mezquita fuera atacada, y ayudaron en su restauración. En otra ocasión, acogió una cena y un encuentro de oración en la catedral, al final del Ramadán. Asistieron doscientos musulmanes. «Ayudamos a los musulmanes a abrirse», afirma, «aunque siempre somos los primeros en tomar la iniciativa».

Durante el reciente conflicto en Gaza, por ejemplo, sus parroquianos ataron una bandera en la fachada de la catedral de Kirkuk que pedía que se parara la guerra, y justicia para los palestinos. Al verlo, un imán dijo: «¿Por qué sois siempre los primeros en hacer esta clase de cosas?». El arzobispo Sako se ríe mucho al recordarlo, añadiendo: «Hay un gran espacio para el diálogo interreligioso». De hecho, cree que es una de las aportaciones más importantes de la Iglesia a la sociedad iraquí.

Aunque los cristianos han vivido en relativa paz bajo Saddam Husein, el arzobispo Sako niega que entonces les fuera mejor. «Todo estaba controlado», afirma, «[y] ningún iraquí tenía la valentía de criticar a Saddam Husein». Pero añade que los cristianos han ocupado siempre los niveles más altos de la sociedad iraquí «porque se puede confiar en ellos».

En cuanto a las condiciones de vida, el arzobispo dice que, aparte de los problemas de seguridad, los iraquíes en general viven bien. De hecho, relata que algunos cristianos están volviendo, incluyendo, en los últimos meses, 2.000 de Alepo, en Siria. Incluso añade, con cierta ironía, que cinco familias han vuelto de Estados Unidos porque no han podido encontrar trabajo.

Y aunque la seguridad sigue siendo el principal problema, tiene esperanza. «No hay orden», dice, «pero poco a poco el país se recuperará».

Por Edward Pentin, traducción de Justo Amado

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ZENIT Staff

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