Esperanza para los niños soldado

Una delegación de la ONU da las gracias a Benedicto XVI

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ROMA, domingo, 12 de julio de 2009 (ZENIT.org).- Se ha calificado como la peor clase de esclavitud, aunque sigue presente hoy en día: niños utilizados como soldados, posiblemente 250.000 en todo el mundo, que son forzados a asesinar a sus vecinos, a veces incluso a sus padres, hermanos y amigos.

Hace unas semanas, Benedicto XVI reconocía la labor de quienes intentan poner fin a esta horrible plaga y ayudan a estos niños a volver a una vida normal. Al final de su audiencia general semanal, el 24 de junio, expresó su «profundo aprecio» por su compromiso a una delegación de la ONU que lucha contra la utilización de niños como combatientes.

«Pienso en todos los niños del mundo, especialmente en aquellos que están expuestos al miedo, al abandono, al hambre, a abusos, a la enfermedad, a la muerte», afirmaba el Santo Padre. «El Papa está cerca de todas estas pequeñas víctimas y las recuerda en la oración».

Según la Coalición  para Parar la Utilización de Niños Soldado, una coalición de organizaciones de derechos humanos, aunque muchos niños han sido puestos en libertad tras las guerras que han terminado últimamente, miles más han sido empujados a nuevos conflictos como los de Costa de Marfil, Sudán, Chad, Colombia, la República Democrática del Congo y Myanmar.

Niños de hasta cinco años de edad son entrenados no sólo en el uso de armas, sino también en la colocación de minas y explosivos, en explorar, espiar, o en actuar como señuelos, correos o guardias. También pueden ser obligados a llevar a cabo funciones logísticas o de apoyos, y muchas chicas son obligadas a la esclavitud sexual. La mayoría están pobremente alimentados y tienen poco o ningún abrigo. E incluso cuando sus captores los liberan, suelen ser estigmatizados al volver a casa y no son aceptados por sus comunidades.

Aún así  hay esperanza para aquellos que sobreviven y logran escapar. Según las Naciones Unidas, en gran parte gracias a la labor de comunidades religiosas y, en especial, de la Iglesia católica, tienen acceso a alimento y a abrigo, y se les ayuda a rehabilitarse y reintegrarse.

Radhika Coomaraswamy, representante del Secretario General de la ONU para niños y conflictos armados, afirmaba que, en parte, había ido al Vaticano para agradecer personalmente a Benedicto XVI la labor que la Iglesia realiza en esta área. La Iglesia, declaró en una conferencia de prensa en Roma el 24 de junio, está haciendo un «buen trabajo enorme» para ayudar a estos niños. A través de sus extensas redes, afirmó, la Iglesia está creando conciencia a través de la educación, y de actos como el «sistema de alerta temprana» para ayudar a proteger y prevenir que los niños sean secuestrados.

Tenida en la Comunidad de San Egidio, comunidad que apoya la rehabilitación de estos niños, en la conferencia de prensa también se escuchó a Grace Akallo, de 29 años de edad, antigua niña soldado de Uganda. Gracias a la labor de la Iglesia, ha logrado tener una nueva vida tras ser secuestrada de su escuela católica y llevada a Sudán donde fue forzada a casarse, se le enseñó el uso de armas de fuego y donde se encontró con otros niños a los que se había obligado a matar a familiares y amigos.

Encontró  la libertad y se rehabilitó gracias a su antigua directora – una monja – que simplemente le leía, y terminó por entrar en la universidad en Uganda. Actualmente es una estudiante de posgrado en Estados Unidos.

«Lo que estos niños necesitan sobre todo es amor y aceptación porque la mayoría de la sociedad los rechaza», afirmaba Akallo, y resaltaba la importancia de la «prevención y protección» para estos niños. La educación de la sociedad es vital, afirmaba, y recordaba cómo al volver a casa ella misma era «expulsada de los autobuses, insultada y en ocasiones golpeada en la cabeza porque creían que había cometido crímenes».

También habló  la hermana Rosemary Nyerumbe, del Sagrado Corazón, que dirige un centro para antiguos niños soldado en Uganda. «Todos tenemos la responsabilidad y la obligación de restaurar la dignidad y la inocencia de estos niños», afirmaba. «Puedes abrir la puerta de tu casa, pero lo más importante que puedes hacer es abrir la puerta de tu corazón y llegar hasta estos niños».

Por Edward Pentin

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ZENIT Staff

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