Ética en una sociedad envejecida

Qué hacer con los cuidados al enfermo y al moribundo

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WASHINGTON, sábado, 15 octubre 2005 (ZENIT.org).- Las personas más ancianas son nuestros hermanos y hermanas en Cristo. Este es uno de los puntos planteados por los obispos de Irlanda como parte del Día de la Vida, que se celebró hace dos domingos. El tema para la celebración de este año fue «El cuidado en el atardecer de la vida».

La carta pastoral está escrita con los obispos de Escocia e Inglaterra y Gales. Hecha pública el 30 de septiembre por la conferencia episcopal irlandesa, la misiva afrontaba cuáles deberían ser las actitudes apropiadas hacia las personas ancianas. También hablaba del tema de la eutanasia.

La eutanasia, observaba el texto, viola la ley divina: «Dios es el dador de la vida, y sólo Él tiene derecho a decidir cuándo debe terminar una vida». Además, advertían los obispos: «El derecho a poder elegir morir puede convertirse muy fácilmente en el deber de morir».

La conferencia episcopal canadiense también intervino hace poco sobre la cuestión de la eutanasia. En una nota de prensa el 23 de septiembre, la conferencia expresaba su preocupación por una propuesta ante el parlamento, la ley C-407, que podría abrir la puerta a la eutanasia.

Reunidos en su encuentro plenario anual, los obispos canadienses pidieron al parlamento y al gobierno que rechazaran la propuesta. Mejor medida sería, afirmaban, promover cuidados paliativos y para el fin de la vida. «Nuestro sistema legal debería inspirarse por una cultura de la vida en la que cada persona se sienta responsable del bienestar de los demás hasta su muerte natural», decían los obispos.

Informe sobre Estados Unidos
El Consejo de Bioética del presidente de los Estados Unidos publicó un informe sobre ese país que trataba también el tema del fin de la vida. «Ofrecer cuidados asistenciales de forma ética en una sociedad envejecida» se presentó al presidente George Bush el 28 de septiembre.

Estamos en el umbral, advertía el informe, de una «sociedad geriátrica masiva». Por un lado, los avances en la asistencia sanitaria y la prolongación de la vida nos han dado un regalo del que deberíamos estar agradecidos. Por otro, «una reconfiguración del ciclo de la vida creará enormes desafíos para casi cada familia y para toda la sociedad».

Esta transición presenta a la sociedad desafíos diversos. Éstos incluyen la debilidad y dependencia protegidas para un grupo de personas siempre más grande; un desafío económico para los programas de bienestar y salud; y una escasez en ciernes de cuidados a largo plazo para el incapacitado.

Cuatro de cada diez personas mueren después de un extenso periodo de empeoramiento de su debilidad, demencia y dependencia, observaba el informe del consejo de bioética. Muchos millones de personas se ocupan ya de sus padres mayores, pero los avances médicos que prolongan las vidas dan como resultado que los pacientes requieran cuidados más extensos y caros que nunca antes. Asimismo, familias más pequeñas reducen el número de hijos dispuestos a cuidar de sus padres, y la creciente participación de las esposas en la fuerza laboral reduce aún más la capacidad de la familia para ocuparse de los ancianos.

El informe se centraba en los desafíos éticos para una sociedad envejecida. «Como individuos y como sociedad», indicaba, «necesitaremos mayor sabiduría y recursos de carácter si queremos envejecer bien en los próximos años». Esto implica reflexionar sobre las obligaciones mutuas entre jóvenes y viejos, así como combinar la aceptación de los límites de la medicina y los recursos económicos, «a la vez que nunca se abandone el cuidado humano consciente y compasivo».

Incluso en las mejores circunstancias, observaba el consejo de bioética, con una familia cariñosa, doctores competentes y una comunidad que apoye, tendremos todavía que hacer frente a graves decisiones sobre cómo cuidar a los ancianos. «Sin algunas directrices éticas que nos guíen», advertía el consejo, «el esfuerzo de proporcionar apoyo social y económica para dar cuidados asistenciales carecerá de un claro fundamento y un propósito que lo guíe».

Quienes están a cargo de los ancianos «no son santos», comentaba el informe. Por esta razón, «necesitamos asegurar que ciertos límites morales están firmemente asentados y que existe la necesaria libertad de actuación dentro de un mundo social en el que ciertas clases de acciones sean impensables por estar éticamente fuera de los límites».

Y, continuaba el informe, «es precisamente debido a la angustia que acompaña ver a quienes amamos sufrir los ataques de la demencia por lo que necesitamos guiar la compasión con la razón ética, de modo que nuestra compasión no nos conduzca involuntariamente al extravío».

El texto también observaba la «complicada relación entre lo legal y lo ético». La sociedad liberal moderna tiende a dar a los individuos la máxima libertad posible para hacer sus elecciones morales. Esta situación no significa, sin embargo, «que la elección libre sea el único o el más alto objetivo de nuestra sociedad».

Soluciones inhumanas
Bajando a los detalles, el Consejo de Bioética del presidente advertía sobre algunos de los peligros a la hora de enfrentarse a los problemas planteados por el envejecimiento.

Primero, «debemos erigir salvaguardias firmes y permanentes contra ciertas ‘soluciones’ inhumanas a los desafíos de cuidar a los ancianos dependientes –como la eutanasia activa o la promoción del suicidio asistido, soluciones que definen una categoría de personas como ‘vida indigna de vivir’ o como personas que merecen abandonarse y más allá del alcance de nuestro cuidado».

Segundo, «debemos evitar que se permita que el cuidado a largo plazo para los ancianos y los cuidados médicos en general excluyan cualquier otro bien cívico».

Tercero, «nunca debemos traicionar a nuestros ancianos, pero debemos reconocer también que no podemos (y no debemos) hacer siempre todo lo concebible por ellos».

Cuarto, debemos evitar el peligro de que algunos ancianos se vean abandonados o empobrecidos, sin nadie que se cuide de ellos, y el otro peligro que es ocuparse de modo eficiente de las necesidades físicas de la gente, «pero ignorar ampliamente sus necesidades humanas y espirituales más profundas, porque quienes tienen lazos más cercanos con ellos no son capaces o no están dispuestos a estar con ellos».

Quinto, necesitamos evitar la medicalización de la edad avanzada. Esto significa verla sólo como una serie de necesidades que pueden crear descontento con el envejecimiento, conduciendo a «un insaciable deseo de más y más milagros médicos», y creando una «ilusión de que podemos trascender nuestras limitaciones y que la muerte misma puede retrasarse indefinidamente».

Miembros de la comunidad
El capítulo final del informe presenta algunas conclusiones, entre las cuales:

— «los seres humanos que se están consumiendo, debilitando o se ven inhabilitados en su cuerpo o en su mente siguen siendo miembros iguales de la comunidad humana». Esto significa, insistía el informe, que deben ser tratados con respeto y cuidado.

— Nos deberíamos oponer a la eutanasia y al suicidio asistido, no sólo por razones morales, sino también porque son contrarios al buen cuidado. «Uno no puede pensar sinceramente sobre cuál es el mejor cuidado para la vida del paciente, si el poner fin a su vida se vuelve para nosotros una opción de tratamiento elegible», advertía el informe. Pero no estamos obligados siempre a elegir tratamientos que prolonguen la vida a cualquier coste o impongan una miseria indebida.

— Los testamentos vitales «no son una panacea», observaba el informe. En el mejor de los casos, se enfrenta sólo a una parte de las decisiones que quienes imparten cuidados deben tomar para las personas discapacitadas. Sigue habiendo muchas
situaciones donde deben tomarse decisiones, y quizá lo que resulte más necesario es proporcionar una directiva especificando quién debería tomar las decisiones cruciales en lugar nuestro.

En su carta, los obispos irlandeses pedían que se tuviera en mente el ejemplo del Papa Juan Pablo II, que «nos recordó con su propio doloroso testimonio que nunca podemos decir que una persona, debilitada por la enfermedad o la edad, es inútil y no es más que una carga para la sociedad». Un ejemplo que habrá que recordar en los años futuros.

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ZENIT Staff

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