Eutanasia: La respuesta al grito de los que sufren es una presencia llena de amor (I)

Entrevista con la directora del Organismo Católico por la Vida y la Familia de Canadá

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MONTREAL, martes, 20 febrero 2007 (ZENIT.org).- Como muchos otros países del mundo, Canadá se enfrenta a la acción de grupos de presión favorables a la eutanasia y al suicidio asistido. Pero «pretender aliviar el sufrimiento eliminando al enfermo es una aberración», afirma Michèle Boulva, directora del Organismo Católico para la Vida y la Familia (OCVF), en esta entrevista a Zenit, de la que publicamos la primera parte.

–Desde hace algún tiempo, se ha manifestado un movimiento en su país en favor de la legalización de la eutanasia y del suicidio asistido. ¿Este movimiento se extiende y tiene mucho impacto en la opinión pública?

–M. Boulva: Estas cuestiones extremadamente preocupantes llegan a la primera plana de la actualidad canadiense desde hace unos quince años, cada vez que son ampliamente difundidos por los medios casos dramáticos o que se promueve un proyecto de ley. Hay que decir que el envejecimiento de la población asociado a la mejora de los cuidados sanitarios constituye una receta perfecta para la promoción de la eutanasia y del suicidio asistido.

Los promotores de estas prácticas indignas para una sociedad civilizada sostienen que todos deberíamos tener el derecho a elegir nuestro modo de morir y el momento de nuestra muerte. Hacen valer que la sociedad no tiene el derecho de imponernos sufrimientos añadidos, forzándonos a vivir contra nuestra voluntad.

Los sondeos más serios demuestran además que la población canadiense está dividida por partes iguales en esta materia. Si llegara el caso de que el porcentaje fuera más elevado en favor de estas prácticas, habría que tener cautela en la interpretación del sondeo porque hay mucha confusión entre la población; algunos, por ejemplo, se dicen favorables al suicidio asistido pero en realidad afirman su rechazo al encarnizamiento terapéutico.

–Los obispos de Canadá han tomado postura con fuerza contra este proyecto y no cesan de invitar a los fieles de la Iglesia a hacer lo mismo. Su organismo por la vida y la familia ha decidido por tanto librar batalla contra esta eventualidad. ¿Puede hacernos un resumen histórico de los momentos clave de esta lucha de la Iglesia?

–M. Boulva: Más allá de su acción educativa y pastoral relativa al respeto incondicional de la vida y de la dignidad humana, los obispos intervienen públicamente cada vez que lo exigen los acontecimientos de la actualidad. En Canadá, varios casos han captado la atención del público a lo largo de los años; entre otros, el de Sue Rodríguez, una mujer de 41 años, afectada de esclerosis lateral amiotrófica, también llamada enfermedad de Lou Gehrig, que se batió de 1991 a 1994 por el derecho a morir. En el Tribunal Supremo, los jueces rechazaron la legalización de la eutanasia y del suicidio asistido por una estrecha mayoría (5-4) y la señora Rodríguez se suicidó en 1994 con la ayuda de un médico desconocido.

En 1993, un agricultor de Saskatchewan fue condenado a prisión por haber matado a su hija de 12 años, que padecía parálisis cerebral. Robert Latimer afirmó haber actuado por amor, incapaz de soportar durante más tiempo el sufrimiento de su hija.

En 2006, dos casos han acaparado la atención en Québec. El de Marielle Houle, acusada de haber ayudado a su hijo, Charles Fariala, de 36 años y enfermo de esclerosis de placas, a suicidarse; la señora Houle también afirmó haber actuado por amor. Vista su edad y su estado de salud, fue condenada a tres años de libertad a prueba en lugar de cárcel.

Por otra parte, en junio de 1995, la Comisión especial del Senado sobre la eutanasia y la ayuda al suicidio publicó un informe titulado «De la vida y de la muerte». Esta Comisión nunca llegó a un consenso sobre la eutanasia o la ayuda al suicidio, pero hizo recomendaciones unánimes sobre los cuidados paliativos. Cinco años más tarde, una subcomisión senatorial constató que la puesta en marcha de estas recomendaciones era incompleta e hizo 14 nuevas recomendaciones relativas a los cuidados paliativos. Queda mucho por hacer en este campo, aunque los hospitales y los centros que se dedican a esta misión realizan ya un trabajo formidable y muy apreciado por las familias.

–El motivo que se invoca más a menudo por las personas que buscan abrir la puerta a la práctica de la eutanasia y del suicidio asistido es el deseo de aligerar los sufrimientos de la persona. ¿No es raro oír hablar de estos gestos en términos de compasión hacia la persona que sufre. Qué responde a esto?

–M. Boulva: Se trata de una concepción errónea de la compasión que amenaza pronto o tarde a los ciudadanos, y especialmente a las personas enfermas y minusválidas más vulnerables. Pretender aliviar el sufrimiento eliminando al enfermo es una aberración. Estos, además, que reclaman la muerte no lo hacen siempre a causa de su sufrimiento; para muchos, se trata de un grito de ayuda lanzado a la soledad, ante el sentimiento de sentirse una carga para los demás. La respuesta a su grito es una presencia atenta, llena de calor humano y amor. Tienen necesidad de atención, de escucha y del afecto de sus seres queridos y del personal cuidador para «soportar su sufrimiento con dignidad». Por lo que les concierne, las familias necesitan el apoyo del Estado y de la sociedad para asumir sus responsabilidades hacia sus seres queridos enfermos, envejecidos y moribundos.

Según los promotores de la eutanasia y del suicidio asistido, una vida de sufrimiento no vale la pena de ser vivida y la dignidad de la persona disminuye en la medida en que la enfermedad y el dolor deshacen el cuerpo. Consideremos un poco la otra cara de la moneda… ¿No sería posible que una vida atada por el sufrimiento valiera la pena todavía de ser vivida? ¿Y si fuera una invitación al crecimiento moral y espiritual… Y si pudiera ser que la dignidad humana persistiera a pesar de la enfermedad que mina el cuerpo? ¿Y si fuera el simple hecho de ser humano y de haber sido creado a semejanza de Dios lo que asegura nuestra dignidad, y no nuestra autonomía, nuestra salud o nuestra utilidad social… Y si pudiera ser que las personas que sufren nos llamasen a la solidaridad humana? Lo que hace falta dar a los enfermos, a los moribundos y a las personas minusválidas no es una muerte prematura sino más cuidados y más amor. Una compasión verdadera.

[La segunda parte de esta entrevista será publicada el miércoles]

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ZENIT Staff

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