Eutanasia y testamento vital, según el cardenal Javier Lozano Barragán

Entrevista televisiva del presidente del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud

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CIUDAD DEL VATICANO, martes, 3 octubre 2006 (ZENIT.org).- Publicamos el contenido de la entrevista concedida por el cardenal Javier Lozano Barragán al canal de televisión italiano «La 7» sobre la eutanasia.

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En el debate actual sobre la eutanasia a mi parecer destacan cuatro puntos que hay que clarificar: qué es la eutanasia, qué es el ensañamiento terapéutico, qué son los cuidados paliativos y qué es el testamento biológico. Aclarados estos puntos hay que ir a los problemas fundamentales. El más profundo es el dominio de la vida: ¿A quién pertenece? Las hipótesis de respuesta son tres: a Dios, al Estado (sociedad, familia, gobiernos, etc.) al individuo (autonomía del individuo).

Si vamos más allá, hay que responderse a las preguntas sobre el significado del sufrimiento y de la muerte.

En cuanto a los primeros cuatro puntos diremos que la eutanasia es toda acción u omisión intencionales practicadas en los enfermos terminales (o en cualquier persona «no deseada») que les causa directamente la muerte.

El ensañamiento terapéutico es el uso de tratamientos inútiles y desproporcionados que en un enfermo terminal, frente a una muerte inminente, no hacen más que prolongar una dolorosa agonía. La inutilidad y desproporcionalidad es algo que debe ser juzgado por el enfermo en cuanto tal, por el médico, por su familia, por el entorno social (el Estado y sus disposiciones sanitarias justas, los aspectos económicos, los aspectos mentales y espirituales del mismo enfermo, etc.).

Los cuidados paliativos son tratamientos dirigidos a aliviar el dolor en los enfermos terminales. No se trata de curación sino de alivio del dolor. Su finalidad es la calidad de vida, de manera que se disponga al enfermo a efectuar el paso más importante de su existencia, que es el momento de la muerte.

El testamento vital es la voluntad expresa de disponer los últimos momentos de la existencia terrena en el aspecto socio sanitario. Si este testamento dispone la eutanasia, no es aceptable para el pensamiento cristiano. Si este testamento dispone la renuncia al ensañamiento terapéutico, es aceptable para el pensamiento cristiano.

A la pregunta de ¿a quién pertenece la vida?, la respuesta es, en primer lugar a Dios, porque Él nos la ha confiado en administración –como administradores de la misma–. Y como las vertientes de la personalidad son tanto individuales como sociales, pertenece también a la sociedad y a sus instituciones sociales.

La armonía entre estos tres posesores debe dar como resultado la vida en plenitud, garantizada por Dios mismo, ya que El es verdaderamente su dueño.

En cuanto al sufrimiento, éste debe ser combatido. Cristo murió para vencer nuestra muerte y por tanto a su cohorte, que es el sufrimiento. Sin embargo, Cristo lo combate con su propio sufrimiento que engloba el sufrimiento de toda la humanidad, de manera que el sufrimiento de todos en Él se ha concentrado. De este modo, en realidad, Él mismo los sufre. Si voluntariamente unimos nuestro sufrimiento al de Cristo, combatimos lo más eficazmente dicho sufrimiento. Lo que significa también la obligación sanitaria de ofrecer todos los medios de cualquier tipo, de la ciencia médica, de las técnicas sanitarias, etc., para combatir sanitariamente el dolor.

En cuanto a la muerte, la entendemos como la madurez de la vida, de manera que la vida se constituye por etapas, de las cuales cada una tiene su finalidad de acuerdo al crecimiento humano de todo tipo; la muerte no es el término sino la madurez de todas las etapas que han preludiado su preparación como inicio de una vida plena. Es el sentido cristiano de la resurrección.

Desde estas perspectivas de la vida, el sufrimiento y la muerte se comprende la posición cristiana respecto a la eutanasia, el ensañamiento terapéutico, los cuidados paliativos y el testamento vital.

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ZENIT Staff

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