Evangelio del domingo: Flor de mayo

Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

OVIEDO, jueves 6 de mayo de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario al Evangelio del domingo 9 de mayo, sexto de Pascua (Juan 14,23-29), de monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo, administrador apostólico de Huesca y de Jaca.

* * *

Comienza este Evangelio con una expresión que nos acerca implícitamente a la fe Nuestra Señora: guardar la Palabra de Dios y dejar que Él nos ame haciendo morada en nosotros. María amó al Señor guardando sus Palabras y viviéndolas, por eso la llamarían todos bienaventurada (Lc 1,45.48), empezando por el mismo Jesús (Lc 11,27). Y por eso también su corazón fue constituido morada de Dios, donde encontrar su Presencia y donde escuchar su Voz. Esta fue la grandeza de María y la más alta maternidad. Amar a Dios es guardar así su Palabra, como hizo María, dejando que haga y diga en nosotros, incluso más allá de lo que nuestro corazón es capaz de comprender.

Jesús hace una promesa fundamental: el Padre enviará en su nombre un Consolador (un Paráclito), el Espíritu Santo, para que enseñe y recuerde (Jn 14,26) todo cuanto Jesús ha ido mostrando y diciendo, y que no siempre ha sido comprendido, ni guardado. Justamente, la vida «espiritual» es acoger a este Espíritu prometido por Jesús, para que en nosotros y a nosotros enseñe y recuerde, tantas cosas que no acabamos de ver ni comprender en nuestra vida, tantas cosas que no hacemos en «memoria de Jesús», y por eso las vivimos distraídamente, en un olvido que nos deja el corazón tembloroso y acobardado también, como el de aquellos discípulos, dividido por dentro y enfrentado por fuera.

La alusión que hemos hecho a María para comprender el transfondo de este Evangelio no es una cuña banal e piadosa. La Palabra cumplida de Dios se hizo carne en la Santa Virgen. Ella fue y es modelo de espera y de esperanza cuando todos se fueron huyendo a sus lágrimas, a sus ciudades, a sus quehaceres o a sus casas cerradas a cal y canto. Es como una «primera entrega» de lo que Dios regalaría a aquellos hombres, cuando con María reciban en Pentecostés el cumplimiento de eso que ahora se les prometía. Y lo que a ellos se les prometió también fue para nosotros. No en vano el pueblo cristiano aprende a esperar este Espíritu Consolador con María, y a guardar las Palabras de Dios como ella en este tiempo de mayo florido.

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

ZENIT Staff

Apoye a ZENIT

Si este artículo le ha gustado puede apoyar a ZENIT con una donación