Evangelio del domingo: Increíble lección

Meditación de monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, obispo de Huesca y de Jaca

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HUESCA, viernes 18 de septiembre de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario al Evangelio de este domingo (Marcos 9, 29-36) XXV del tiempo ordinario, redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, obispo de Huesca y de Jaca.

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El texto evangélico que este domingo vamos a escuchar siempre me ha parecido impresionante por esa especie de doble escenario en el que Marcos presenta la subida de Jesús a Jerusalén. La narración del evangelista nos ha ido dando suficientes datos de palabras y de hechos de Jesús, como para imaginarnos el bienestar que suponía para aquellos primeros discípulos el hecho de pertenecer a esa compañía incipiente del Maestro.

Sus ojos, acostumbrados a la rutina cotidiana de una vida vulgar transcurrida entre los afanes de un pueblo pequeño y las fatigas del bregar de redes, se había visto sorprendida por este Jesús que habla bien, que hace el bien, que está en la boca de todos y en la necesidad de tantos… Y nada menos que ellos, han sido llamados personalmente por su nombre para acompañar a tan insigne Personaje. Estaban de enhorabuena.

Pero no acaban de entender el viaje de fondo de su Maestro. Digamos que disfrutan en cada estación, se envalentonan en cada parada del camino, justamente cuando el Maestro habla, cuando cura, cuando hace milagros. Pero la parada termina, y el camino continúa, y ¿a dónde vamos ahora cuando aquí hay «tajo»? Entonces va Jesús y les vuelve a decir delicadamente: «el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará» (Mc 9,31). La reacción que provocaba en ellos estas graves palabras, queda magistralmente dibujada en el breve apunte de Marcos: «ellos no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle» (Mc 9,32).

Al llegar a Cafarnaún, Jesús les hará una curiosa pregunta: por el camino veníais un poco alterados, ¿de qué discutíais? Pero ellos, extrañamente, no quisieron contestar, como quien lleno de sonrojo ha sido sorprendido en una torpeza demasiado mezquina. Y quedaron efectivamente mudos… de vergüenza, pues no venían comentado las palabras de su Maestro, sino que por el contrario se habían estado repartiendo su pretensión: cuál de ellos era el más importante.

Humanamente hablando, era una situación desalentadora para Jesús: Él anunciando su muerte, su entrega suprema por un supremo amor, y ellos repartiéndose la cartera, el gobierno, la canonjía, la prebenda, la túnica sagrada. Jesús adoptará una actitud comprensiva llena de misericordia, y les explicará en qué consiste la «importancia» a la que ellos deben deben aspirar: ¿veis un niño? pues así vosotros. No vayáis de «trepa» por la vida, sed sencillos, acogedores, sed pequeños. Sólo a ellos se les revela el verdadero sentido de la vida, los secretos del Reino de Dios, sólo ellos son los verdaderamente grandes.

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ZENIT Staff

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