Exclusivo: Recta final al Jubileo de la familia

El cardenal López Trujillo explica los objetivos del Jubileo de las familias

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CIUDAD DEL VATICANO, 3 oct (ZENIT.org).- El 15 de octubre próximo más de 150 mil personas se reunirán con Juan Pablo II en la plaza de San Pedro para participar en el Jubileo de las familias, que lleva por tema: «Los hijos, primavera de la familia y de la sociedad».

En encargado último de la organización del acontecimiento es el hombre a quien el Papa ha encomendado de manera especial el seguimiento de la pastoral de la familia. A pesar de ser todavía un cardenal joven (64 años), Alfonso López Trujillo ya lleva diez años al frente del Consejo Pontificio para la Familia. Antes de llegar a Roma, había sido arzobispo de Medellín (Colombia) y presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM).

La pasión y el amor por la familia le vienen desde siempre. En alguna ocasión ha recordado a su madre, que murió a los 44 años, después de haber padecido una enfermedad muy dolorosa. «Fue impresionante su valentía y la capacidad que demostró para preparar a mi padre para aquella dura prueba», recordaba hace unos años. «Cuando en mi trabajo hablo del matrimonio y del ideal familiar, me resulta natural pensar en mi familia».

En esta entrevista concedida a Zenit, el cardenal colombiano ilustra los desafíos que pretende afrontar el encuentro del Papa con las familias de todo el mundo.

–¿Qué es lo que se espera el Papa de este Jubileo de las familias?

–El Papa quiere encontrarse con las familias del mundo –no sólo con las que estarán presentes en la plaza de San Pedro– para dialogar con ellas, para pasar un mensaje. Esta vez, a diferencia de lo que hizo al escribir la «Carta a las familias» (2 de febrero de 1994), no tocará a las puertas de las casas de las familias, sino que abrirá simbólicamente de par en par las puertas de la Iglesia, en la plaza de San Pedro.

Se trata de un mensaje de verdad y de esperanza. De verdad, porque la Iglesia y el sucesor de Pedro no pueden traicionar el mensaje del Evangelio. Y, de esperanza, porque, aunque hay muchos problemas, se constata un gran crecimiento, un nuevo vigor en las familias, en el progreso de los movimientos, en el compromiso por la pastoral familiar.

En definitiva, el Papa quiere que de este Jubileo salga un nuevo compromiso a favor de la familia a todos los niveles. En primer lugar, pidiendo a los padres que asuman su propia responsabilidad de ser progenitores, no sólo biológicos sino también espirituales. Y, en segundo lugar, invitando al mundo a que fije su atención privilegiada en la familia. En especial, el Santo Padre pedirá a los líderes de la sociedad que no se destruyan destruyendo las instituciones fundamentales. Este es el significado de la «nueva primavera» de la familia que se encuentra en el lema del encuentro.

–En la historia del cristianismo se han dado grandes momentos de evangelización: el de los padres del desierto, el de las órdenes mendicantes, el de los predicadores, el de los misioneros, etc. ¿No cree que ahora nos encontramos en el momento de la familia?

–En efecto, la evangelización, o pasa por la familia, o no pasa, como ha dicho muchas veces el Papa. Ahora bien, hay que tener en cuenta además que vivimos en un momento en que los problemas se acumulan, haciendo emerger aquello que es más esencial. Hoy nos damos cuenta de que, en torno a las cuestiones de la familia están girando muchas disciplinas, muchos debates en los Parlamentos de todo el mundo. Asimismo, las posiciones de carácter político están muy teñidas por este tema, como se puede constatar especialmente en Estados Unidos y Europa. Quienes están hoy día a favor de la vida tienen responsabilidades de carácter político. Es quizá una de las características propias de nuestro hoy. Los problemas de la familia y de la vida no son sólo de los católicos, son patrimonio de la humanidad. Se dice que «el aborto es una cuestión de católicos» o el rechazo de la utilización del embrión humano… Lo mismo sucede con la unidad del matrimonio. No es una cuestión de católicos, es una cuestión del hombre de hoy, que si no respeta el derecho fundamental, el de la vida y dignidad humana, se traiciona a sí mismo. El gran suicidio de la humanidad hoy es negar los valores sin los cuales no puede vivir.

–Una prueba clara de lo que usted está diciendo es la aprobación, por parte la Agencia de Evaluación de Fármacos y Alimentos de Estados Unidos (EEUU) de la píldora abortiva RU-486 en ese país (Cf. «EE UU aprueba el uso de la píldora abortiva RU-486». La decisión es particularmente significativa, pues Estados Unidos es la «cabeza del imperio». Tiene, por tanto, un gran peso en el resto del mundo.

–El problema de la RU-486 es un problema mundial. Es esencial darse cuenta de que se trata de una píldora abortiva, que tiene el riesgo de introducirse más fácilmente, porque al utilizarse en los primeros días, podría dejar de golpear la conciencia de quienes la usan. Este es el aspecto más grave del proceso que comenzó con un programa que se llamaba «Abortar en casa». De este modo, algunos no perciben el aspecto de evidente crueldad que suscita de manera inmediata la sangre. Sin embargo, no encontramos ante la eliminación de una vida humana, de un concebido.

Es muy grave que Estados Unidos, como imperio, abra las puertas a su venta. De hecho, pocas horas después, algunos diarios italianos hablaban de la posibilidad de que la píldora abortiva se introdujera en Italia, a finales de octubre. Es algo que muestra muy bien la fuerza de esa decisión y el hecho de que nos encontramos en un mundo deshumanizado, sin valores, para el que nada menos que el crimen del aborto se vuelve algo aceptable, civilmente lícito, con el apoyo de unas leyes inicuas y una conciencia cauterizada.

Sin embargo, este tipo de soluciones, en vez de arreglar los problemas, los agrandan. Los estragos de la revolución sexual ya han producido efectos desastrosos: el mundo de la promiscuidad, el sida, la infidelidad en la que el matrimonio no cuenta, la utilización de la mujer como cosa y no como persona…

–Otro de los argumentos de actualidad es el de las parejas de hecho y el de la posibilidad de que los homosexuales adopten niños…

–El Consejo Pontificio de la Familia está a punto de publicar un estudio sobre las parejas de hecho. En él, se puede ver que a nivel jurídico el reconocimiento de las parejas de hecho es una contradicción. Tras el proceso antes mencionado, las parejas de hecho se sienten hoy día un lugar de educación, cuando no pueden brindarla auténticamente. Por eso, a pesar de los requisitos considerados como fundamentales de la Convención de las Naciones Unidas para los derechos de los niños, reivindican ahora el derecho a ser padres. De este modo, el niño no es el bien superior, sino que se utiliza para llenar los vacíos de unas parejas que no están en la actitud plena de una unión real y permanente. Las parejas de hecho son precisamente eso, parejas de hecho, que hoy están ahí, como «pareja», y mañana no.

Esto es más grave aún, como sucede en algún Estado de Norteamérica y en Holanda, en el caso de las parejas homosexuales que quieren adoptar, a pesar de que esas uniones son una negación de la misma realidad matrimonial y una lesión, sin lugar a dudas, de la vocación del niño. De este modo, el bien del niño, que es el bien superior, queda condicionado e incluso herido, pues no podrá recibir una educación en el sentido más profundo. El niño se vuelve cosa, juego para llenar un vacío existencial.

–Ante esta situación, sin embargo, el programa del Jubileo de las familias es muy optimista…

–En efecto, la familia es el camino de realización y de felicidad, no sólo de la pareja, no
sólo de la familia, sino de la misma sociedad, de una sociedad que quiera tener garantías de futuro. Acabo de leer un libro muy interesante de un escritor de izquierdas de América Latina, Ernesto Sábato, «La resistencia», en el que denuncia precisamente el desmantelamiento de los valores humanos, la existencia de una educación que no merece ese nombre pues está viciada, genera egoísmo, está dirigida sobre todo contra los niños y en contra de una sana visión demográfica. No diría que es una «conversión», pero sí un gran mensaje de alguien, que, en su ancianidad, piensa con sabiduría.

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ZENIT Staff

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