Expuestas a la veneración en Sicilia las reliquias de San Antonio Abad, padre del monacato

Se cumplen 1650 años de la muerte del eremita egipcio

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ACI SANT’ANTONIO (SICILIA), miércoles, 23 agosto 2006 (ZENIT.org).- Acogidas por miles de fieles de Sicilia, y también de Malta, las reliquias de San Antonio Abad –procedentes de Francia- permanecen expuestas del 20 al 27 de agosto a la veneración del público en la isla italiana con del 1650º aniversario del fallecimiento del padre del monacato.

Originario de Egipto, al morir sus padres Antonio siguió la palabra de Jesús: «Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y luego vente conmigo». Así, distribuyó sus bienes entre los necesitados y se retiró al desierto, donde empezó a llevar una vida de penitencia.

Tuvo muchos discípulos y se convirtió en abad de una comunidad. El emperador Constantino y peregrinos recurrieron a su consejo.

El eremita egipcio trabajó además a favor de la Iglesia confortando a los confesores de la fe durante la persecución de Diocleciano y apoyando a San Atanasio –quien escribió la vida del abad- en sus luchas contra los arrianos.

Murió hacia el año 356. Su fiesta se celebra el 17 de enero.

Acoge esta semana las reliquias del santo monje del desierto la parroquia siciliana de San Antonio Abad, en Aci Sant’Antonio –cerca de Catania-, si bien lleva dos años preparándose para el evento, desde que Juan Pablo II le concedió la celebración del año jubilar, explica en los micrófonos de «Radio Vaticana» el párroco, don Vittorio Rocca.

La devoción hacia el santo está muy difundida en la región a los pies del volcán Etna. De hecho, se le venera como patrono y protector en relación con el trabajo –está ligado al mundo de la agricultura y de los animales- y la amenaza del fuego.

Para el párroco de San Antonio el significado actual de la vida del abad se encuentra, sobre todo, «en la opción de enraizar la vida en la palabra de Dios, una palabra que después se debe convertir también en vida de caridad», en «una opción a favor de los más necesitados».

«Incluso el Santo Padre -recuerda-, en su encíclica “Deus caritas est”, cita a San Antonio Abad entre los primeros santos que hicieron de la caridad una opción de vida».

«¡Cuántos testimonios más de caridad pueden citarse en la historia de la Iglesia! –escribe Benedicto XVI-. Particularmente todo el movimiento monástico, desde sus comienzos con san Antonio Abad (+ 356), muestra un servicio ingente de caridad hacia el prójimo» (Deus Caritas Est, Conclusión).

La cercanía y actualidad de San Antonio Abad también está en el hecho de que «es un hombre que tuvo que vérselas con la fragilidad, típica de la existencia humana, y tuvo que superar muchas adversidades», apunta el párroco de Sicilia.

«Ya el hecho mismo de que viviera en un lugar áspero como el desierto es significativo para nosotros» -añade-, pues «también hoy nuestras ciudades pueden parecer desiertos, lugares intransitables, lugares donde hay que luchar».

En este contexto «Antonio “enjuga” nuestras lágrimas y nos da el valor de recomenzar», explica, aludiendo a la oración del año jubilar, en la que se pide al monje: «¡Enjuga nuestras lágrimas, o amigo y protector…!» En cualquier caso, el desierto de San Antonio no es sólo un lugar físico. «En un mundo donde se busca la apariencia, Antonio elige el desierto, o sea, elige una vida radical, lo esencial, la interioridad», puntualiza Vittorio Rocca. «Ir al desierto significa volver a encontrase con uno mismo y hacerlo a la luz de Dios», añade.

Y es testigo el sacerdote italiano de que los jóvenes de hoy «son a veces sorprendentes», porque «logran captar el mensaje de San Antonio mejor que muchos adultos que llevan tantas “incrustaciones de la vida”».

«Uno de mis jóvenes me decía: “San Antonio fue valiente porque dejó todo y lo hizo porque encontró todo”. Así que es este “todo” lo que fascina», concluye.

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ZENIT Staff

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