Facultad de Teología San Buenaventura en Roma, 800 años de tradición académica

El cardenal Grocholewski celebra el centenario de la reanudación de su actividad académica

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CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 15 marzo 2006 (ZENIT.org).- En presencia del gran canciller, fray Joackim A. Giermek, ministro general de los Frailes Menores Conventuales y del cardenal Zenon Grocholewski, prefecto de la Congregación para la Educación Católica, se celebró el 11 de marzo el centenario de la reanudación de la actividad académica de la Facultad Pontificia de Teología San Buenaventura.

El 24 de enero de 1905, el Papa san Pío X decidió la anexión al Colegio Seráfico de Roma de esta Facultad de Teología, después de treinta años de interrupción de su actividad académica a causa de la supresión de las congregaciones religiosas, ordenada por el Reino de Italia, en 1873.

En una solemne concelebración eucarística, con unos cien concelebrantes, y en presencia de numerosos fieles laicos, estudiantes y benefactores de esta Facultad de los Hermanos Menores Conventuales, el cardenal recordó la «importancia de los estudios para la Orden de los Frailes Menores desde la primera mitad del siglo XIII», y la fundación del Colegio San Buenaventura por el Papa Sisto V, en 1587.

El purpurado expresó «satisfacción por el hoy», por el «rigor científico» de la Facultad y por su «sensibilidad franciscana y espiritual». Recordó «la experiencia de san Buenaventura, considerado como uno de los hermanos más cultos de la Orden, que hacía continua referencia a la sencillez, humildad y naturalidad del pobrecillo de Asís».

«Consideró siempre la Teología, por un lado, como «verdadera ciencia» aunque supeditada a la fe, y por otro fundamentalmente como «sabiduría». Ciencia y sabiduría son dos dimensiones a privilegiar en el estudio de la Teología», observó el purpurado polaco.

El cardenal Grocholewski subrayó la importancia de la sabiduría, sin la que la Teología corre el riesgo de perder su sabor genuino y de derivar en una simple e infructuosa «ciencia sobre la fe».

El prefecto de la Congregación para la Educación Católica subrayó que la Teología sin sabiduría es irrelevante incluso en la perspectiva de la evangelización.

Posteriormente, en el Aula Magna, el decano fray Zdzislaw Kijas saludó a las autoridades presentes y a los rectores de las diversas universidades, facultades y ateneos romanos, recordando la visita de Pablo VI en 1974, y la de Juan Pablo II en 1986.

Fray Zdzislaw recordó el pasado glorioso de la Facultad, con ochocientos años de tradición académica franciscana, iniciada con el «Studium» de París, en 1236, y que cuenta entre sus numerosos ex alumnos a muchos religiosos elevados a los altares por la Iglesia; entre ellos el último fue san Maximiliano M. Kolbe (1894-1941).

El decano de la Facultad «Seraphicum», como es conocida comúnmente en Roma, se detuvo en la importancia de los estudios bíblicos, en especial paulinos, en un lugar junto al Santuario de las Tres Fuentes, lugar del martirio de san Pablo.

Enumeró los diferentes institutos afiliados a la Facultad o patrocinados por ella, desde Padua, Italia, a Rumanía o Brasil, donde está presente el Instituto «Multiversidad Franciscana de América Latina», o Montevideo, Uruguay. Manifestó su inquietud por los retos actuales y del mañana con sus cambios rápidos e inquietantes.

El profesor Massimo Borghesi, profesor de Estética, analizó tras los atentados del 11 de septiembre sobre la relación entre las religiones y las culturas y puso los fundamentos filosófico-teológicos para una misión fundada en la caridad y el testimonio, sin la que no hay auténtica misión.

El cardenal Zenon Grocholewski dirigió un saludo espontáneo a la asamblea, recordando la gran responsabilidad de las facultades romanas ante la Iglesia y el mundo. Emocionado, recordó a Juan Pablo II «hombre que nos enseñó el diálogo, objetivo fundamental también de su pensamiento filosófico».

«Un Papa –añadió– que ha sabido hablar con todos, católicos, cristianos, no cristianos, hombres de cultura, científicos, políticos, ricos y pobres». Un Papa que siempre dialogó con «respeto» y nunca ofendió ni despreció a nadie, conservando con firmeza las propias convicciones de fe, sin renunciar a ninguna de ellas, subrayó.

Por último, «un hombre que era testigo de lo que decía y por ello creíble. Este es el modelo de coherencia que también los teólogos deberían considerar como ejemplo. Vivir lo que enseñan», concluyó.

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ZENIT Staff

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