Familias unidas para que cambien las leyes, no al revés

Propuesta del predicador del Papa

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CIUDAD DE MÉXICO, martes 27 de enero de 2009 (ZENIT.org).- El padre Raniero Cantalamesa OFMCap, predicador de la Casa Pontificia, considera que en la medida en que haya familias unidas es posible cambiar las leyes para que éstas defiendan y apoyen a la familia.

El predicador del Papa presentó este desafío a toda la Iglesia en su ponencia inaugural del Congreso Teológico Pastoral del VI Encuentro Mundial de las Familias que se celebró en México del 14 al 17 de enero.

Así lo explica en esta entrevista concedida a ZENIT, en la que explica en que consiste la nueva revolución que vive la sociedad y que puede tener consecuencias «des-humanas».

–Uno de los grandes problemas de las familias de nuestros días -como usted afirmó- es el desamor ¿qué solución pueden encontrar las familias del día de hoy, en las Sagradas Escrituras frente a todos los problemas actuales? 

–Padre Cantalamessa: Como dije en mi relación, el matrimonio nace de la humildad, de un acto de humildad, es reconocer su dependencia, la necesidad del otro, y no se mantiene vivo y sano sino en la humildad. El orgullo es el enemigo número uno del matrimonio y hace que el amor desaparezca.

Yo pienso que, hoy en día, más que defender el matrimonio cristiano frente a la sociedad, a la cultura, tenemos que mejorar la calidad de la familia cristiana, trabajar para que las familias cristianas sean verdaderamente un lugar donde se realiza el proyecto inicial de Dios, que el hombre y la mujer experimenten entre sí un amor que les lleve al deseo del Amor Infinito y Eterno. 

–Durante su conferencia afirmó que los cristianos debemos proponer al mundo más con hechos que con palabras como lo fue en los primeros siglos de la Iglesia, ¿podría decirnos entonces qué riqueza podemos encontrar en el mensaje bíblico para restaurar el testimonio a favor del Evangelio, de la vida y de la familia? 

–Padre Cantalamessa: Yo he dicho –y lo pienso– que los primeros cristianos, especialmente en los tres primeros siglos, cambiaron con sus costumbres las leyes del Estado. Ahora nosotros no podemos pretender hacer lo contrario, es decir, cambiar las costumbres con las leyes del Estado. Como ciudadanos debemos hacer lo posible para que el Estado adopte leyes buenas, positivas y no contra de la vida, pero esto no bastará. No bastará porque en una sociedad plural como la de hoy los cristianos en algunos países son ya la minoría y entonces estamos más cerca de la situación de los primeros siglos que en la Edad Media, cuando los cristianos no estaban defendidos por el Estado, sino por su vida, su testimonio.  

–¿En qué consiste la de-construcción actual de la familia y como ésta se opone al plan de Dios, según ha explicado usted en México? 

–Padre Cantalamessa: Son situaciones extremas: es como si el hombre quisiera reinventar el hombre, la mujer, el matrimonio…, con algunas conclusiones «des-humanas». Por ejemplo, el proyecto de abolir los sexos, ese proyecto según el cual no hay un sexo definido, en el que cada uno se construye su vida, según su deseo por la masculinidad, la feminidad o por algo más variable, es inaceptable, por supuesto, va contra la naturaleza humana. 

El de-constructivismo también propone abolir la maternidad, porque se ve la maternidad como una esclavitud. La mujer está esclavizada por la maternidad entonces, se piensa dar a luz a los hijos de otra manera, muy artificial. Estos son propósitos verdaderamente peligrosos, «des-humanos».  

Yo tengo mucha confianza en el sentido común de la gente y también en el instinto, en el deseo del otro sexo que Dios ha puesto en el hombre y el deseo de la maternidad y paternidad, que son los valores que Dios ha puesto en el corazón humano. Pero pienso que estas propuestas pueden hacer mucho daño, como el marxismo. El marxismo ha sido reconocido como un gran mal para la sociedad, pero dejó muchas victimas. Del mismo modo esta revolución, que en inglés se llama gender revolution, antes de ser reconocida como algo «des-humano» puede causar mucho daño.

Por Mercedes de la Torre

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ZENIT Staff

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