Francisco Coll: cuando la santidad brota en medio de la revolución

El fundador de la Anunciata será canonizado el próximo 11 de octubre

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ROMA, jueves 8 de septiembre de 2009 (ZENIT.org).- Las tierras de Cataluña fueron testigos del celo apostólico con el que Francisco Coll, a mediados del XIX iba por aquellos lugares anunciando al Señor.

Este sacerdote, fundador de las Hermanas Dominicas de La Anunciata será canonizado el próximo 11 de octubre junto con otros cuatro beatos, entre ellos, su compatriota, el conocido hermano Rafael.

Él y Santiago Desiderio Laval fueron los primeros siervos de Dios beatificados por Juan Pablo II en abril de 1979, quien definió a Francisco Coll durante su homilía como “una de esas personalidades eclesiales, que en la segunda mitad del siglo XIX, enriquecen a la Iglesia con nuevas fundaciones religiosas”.

Vocación en la revolución

Las fechas de nacimiento y muerte de Francisco coinciden providencialmente con las de Juan Pablo II, aunque obviamente en años diferentes. (Nació el 18 de mayo de 1812 y murió el 2 de abril de abril de 1875).

Nació en una zona muy cercana a Francia, en la comarca del prepirineo, región de Cataluña, en medio de una familia numerosa y humilde. Varios de sus hermanos murieron cuando estaban pequeños.

“Desde niño se orientó hacia el sacerdocio, siente una inclinación hacia la predicación recordando un poco la predicación del párroco de su pueblo”, dijo a ZENIT su postulador, el padre Vito T. Gómez García.

Así entró en la Orden de Predicadores en el convento de Gerona en 1830, donde hizo la profesión solemne y recibió el diaconado.

En 1835 la exclaustración de los religiosos le obligó a vivir fuera del convento. “La vida de los religiosos quedó en el aire, como piedras en medio de las plazas. Él es uno de esos exclaustrados, obligado por las leyes civiles”, comenta su postulador.

“El camino que tenían los religiosos era esperar a ver si la tormenta pasaba, si aquella situación política se aclaraba y podrían reintegrarse en los conventos”, dice el padre Gómez.

Francisco Coll fue ordenado sacerdote en la clandestinidad, al principio tuvo que ejercer el sacerdocio como si fuese diocesano, por la situación política no podía vivir en un convento.

Luego se trasladó a una localidad llamada Moyá, donde la primera guerra carlista había dejado más de 130 muertos sólo en aquella población.

“El Padre Coll fue un verdadero ángel de paz, reconciliación entre los bandos políticos diferentes, el paño de muchas lágrimas, la ayuda de tantas familias, de tantos niños, viudas, padres, tuvo que arreglárselas para levantar el ánimo de aquellas gentes y de la población”, comenta el padre Gómez.

Con su prédica comenzó a recorrer las diferentes comarcas de Cataluña. Allí descubrió que uno de los males del mundo radicaba en la falta deducación, especialmente de la mujer.

“De cara a esa necesidad fundó la congregación de las Dominicas de la Anunciata, que fueron las continuadoras de su labor evangelizadora por todas aquellas comarcas en las que no había escuelas. Empezó varios centros educativos con una orientación cristiana de la vida, tratando de trasmitir todos los saberes, formando a la persona y orientándola a sus valores y a la fe”, dice el postulador.

Enfermo desde 1869 de ceguera y de pérdida a intervalos de las facultades mentales, murió en Vic (Barcelona) el 2 de abril de 1875. Allí yacen sus restos en la casa madre de la congregación.

La Anunciata

En el momento de su muerte, en 1875 había ya cerca de 50 comunidades de las Dominicas de la Anunciata.

Actualmente esta orden cuenta con cerca de 1.200 hermanas en cuatro continentes. Su carisma es la educación en la que se da mucha importancia a la doctrina y a la teología.

Para la hermana Rosa Di Tullio, superiora de esta comunidad en Roma “fueron diversas las dificultades que se encontraron para llevar adelante el proceso de canonización” y asegura que “hoy nos alegra el reconocimiento de la Iglesia universal de alguien que nosotros hace mucho considerábamos santo”, dijo la religiosa a ZENIT.

Uno de sus acentos de las Dominicas de la Anunciata es el apostolado con los migrantes, razón por la cual las hermanas presentan sus servicios en muchas zonas fronterizas alrededor del mundo.

Para la hermana Di Tullio, el futuro santo fue “un dominico en todo el sentido de la palabra porque fue un gran predicador en tiempos difíciles. No se echó atrás ante las dificultades porque tenía un amor grande. Es un santo moderno, vivió realmente ese deseo por la humanidad sufriente”.

Legado

Sus escritos fueron recopilados en dos libros, “La hermosa rosa” y “La escala del cielo”, donde recalcaba: “la vida de las Hermanas debe ser vida de oración… Por esto os recomiendo y os vuelvo a recomendar, amadas hermanas: no dejéis la oración”.

Y fue por la oración por lo que, aun en medio de la guerra y de las humillaciones que sufría el clero, Francisco miraba siempre a lo alto.

“Mirad al premio propuesto para el fin de la carrera, la corona que os espera después del combate, el salario con que se paga el servicio, el torrente de delicias que viene después de unas breves tribulaciones, el reino celestial que os espera después de una corta pelea; y toda esa infinidad de gloria y felicidad, después de unos instantes de trabajo y violencia”, dijo en uno de sus escritos.

[Por Carmen Elena Villa]

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ZENIT Staff

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