Óscar Arnulfo Romero y Galdámez

WIKIMEDIA COMMONS - J. Puig Reixach

Francisco: el beato Romero fue 'lapidado' también tras su muerte

El Santo Padre ha recibido a una delegación de El Salvador y les ha asegurado que monseñor Romero fue mártir antes y después de su asesinato, con calumnias y difamaciones, incluso por hermanos suyos en el sacerdocio y el episcopado

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El martirio del beato monseñor Óscar Arnulfo Romero no fue algo puntual en el momento de su muerte. También hubo sufrimiento y persecución anterior y posterior. Así lo ha asegurado el papa Francisco durante la audiencia que esta mañana ha tenido con los participantes de la peregrinación de El Salvador, que han viajado a Roma para dar las gracias por la beatificación.

De este modo, el Santo Padre ha asegurado que monseñor Romero “una vez muerto –yo era sacerdote joven y fui testigo de eso– fue difamado, calumniado, ensuciado. Su martirio se continuó. Incluso por hermanos suyos, en el sacerdocio y en el episcopado. No hablo de oídas, he escuchado esas cosas”.

Además, ha observado que el beato Romero fue un hombre que sigue siendo mártir, que aunque ahora ya casi ninguno se atreve a dudar, “después de haber dado su vida siguió dándola dejándose azotar por todas esas incomprensiones y calumnias”. Y ha añadido que “solo Dios sabe, solo Dios sabe las historias de las personas y cuántas veces las personas que ya han dado su vida, o que han muerto, se las sigue lapidando con la piedra más dura que existen en el mundo: la lengua”.

Durante su discurso, también ha definido a monseñor Romero como pastor bueno, lleno de amor de Dios y cercano a sus hermanos y que “viviendo el dinamismo de las bienaventuranzas, llegó hasta la entrega de su vida de manera violenta, mientras celebraba la Eucaristía, Sacrificio del amor supremo, sellando con su propia sangre el Evangelio que anunciaba”.

Monseñor Óscar Arnulfo Romero fue beatificado en San Salvador el pasado 23 de mayo, ciudad de la que fue arzobispo. Fue asesinado mientras celebraba misa en 1980. Fue muy conocido por su predicación en defensa de los derechos humanos.

A propósito del martirio, el Pontífice ha recordado que desde los inicios de la vida de la Iglesia, los cristianos “hemos tenido siempre la convicción de que la sangre de los mártires es semilla de cristianos”. Sangre –ha añadido– de un gran número de cristianos mártires que también hoy, de manera dramática, sigue siendo derramada en el campo del mundo, con la esperanza cierta que fructificara en una cosecha abundante de santidad, de justicia, reconciliación y amor de Dios. El martirio “es una gracia que el Señor concede, y que concierne en cierto modo a todos los bautizados”, ha precisado.  

Asimismo, Francisco ha querido recordar que el mártir es un hermano, una hermana, que continúa acompañándonos en el misterio de la comunión de los santos, y que, “unido a Cristo, no se desentiende de nuestro peregrinar terreno, de nuestros sufrimientos, de nuestras angustias”.

Por otro lado, ha señalado que en la historia de El Salvador, al testimonio de monseñor Romero, se ha sumado el de otros hermanos y hermanas, como el padre Rutilio Grande. Todos estos hermanos –ha afirmado el Papa– son un tesoro y una fundada esperanza para la Iglesia y para la sociedad salvadoreña.

El Pontífice ha indicado a los presentes que “a pocas semanas del inicio el Jubileo extraordinario de la Misericordia, el ejemplo de Mons. Romero constituye para su querida nación un estímulo para una renovada proclamación del Evangelio de Jesucristo, anunciándolo de modo que lo conozcan todas las personas, para que el amor misericordioso del Divino Salvador invada el corazón y la historia de su buena gente”. Igualmente, ha advertido que “el santo pueblo de Dios que peregrina en el Salvador tiene aún por delante una serie de difíciles tareas, sigue necesitando, como el resto del mundo, del anuncio evangelizador que le permita testimoniar, en la comunión de la única Iglesia de Cristo, la auténtica vida cristiana, que le ayude a favorecer la promoción y el desarrollo de una nación en busca de la verdadera justicia, la auténtica paz y la reconciliación de los corazones”.

Finalmente, el Papa ha aprovechado esta ocasión para hacer suyos los sentimientos del beato monseñor Romero “que con fundada esperanza ansiaba ver la llegada del feliz momento en el que desapareciera de El Salvador la terrible tragedia del sufrimiento de tantos de nuestros hermanos a causa del odio, la violencia y la injusticia”.                     

    

            

        

 

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Rocío Lancho García

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