"Francisco y yo hemos soñado encontrarnos juntos frente al Muro de las Lamentaciones"

El rabino argentino Abraham Skorka, amigo de Bergoglio desde hace mucho, concede una amplia entrevista al padre Antonio Spadaro, director de La Civiltà Cattolica

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«Con el Papa Francisco hemos soñado encontrarnos juntos frente al Muro de las Lamentaciones, abrazaros para dar un signo a los 2000 años de desacuerdos entre judíos y cristianos, y que yo lo acompañara a Belén para estar cerca de él en un momento tan significativo para su espíritu, como gesto de amistad y de respeto».

Es uno de los pasajes más significativos de la amplia entrevista de Abraham Skorka, rabino de Buenos Aires, amigo de Bergoglio desde hace años, concedida al director de La Civiltà Cattolica, padre Antonio Spadaro.

El rabino comienza con la decisión el Pontífice de incluirlo en la delegación oficial que lo acompañará a Tierra Santa, los próximos 24-26 de mayo. Junto a él, estará también el representante islámico Omar Abboud, ex secretario general del Centro islámico de Argentina. Un signo para dejar un mensaje de paz indeleble a todos los pueblos y las naciones de esa región», dice.

Desde la elección del 13 de marzo de 2013, Skorka ha encontrado a Francisco tres veces en el Vaticano.»En el primer encuentro – cuenta- señalándose a sí mismo y a mí con la mano, (el Papa) dijo: ‘Nuestra amistad y nuestro diálogo es signo de que se puede…’; yo continué: ‘se puede crear el camino que lleva hacia la paz y que sabe acercar más Roma y Jerusalén'».

Durante la conversación, el rabino hace emerger las que el Papa considera lecturas importantes para fundar un buen diálogo judío-cristiano. Spadaro pregunta: «¿Bergoglio como ve la religión judía?». «Muchas cosas que he visto y experimentado junto a Bergoglio me inducen a afirmar que él ve y siente el judaísmo como la madre de su fe». Y añade «no es una mera percepción intelectual sino un sentimiento que constituye un componente importante de su fe personal». Lo demuestran algunas posiciones y afirmaciones del Papa argentino que se correlacionan claramente con la literatura rabínica.

En relación a las expectativas que el viaje del Papa resuelva la crisis en Oriente Medio, el rabino Skorka dice: «No me espero que Francisco resuelva todos los problemas entre palestinos e israelíes, ni todos los conflictos de Oriente Medio y del mundo». «Por varias razones -indica- el conflicto palestino-israelí es objeto de especial atención y está entre aquellos que despiertan las pasiones más encendidas en muchas zonas del mundo. Su digna y justa resolución constituiría un paradigma para los otros conflictos que afligen la humanidad».

Por tanto, según Skorka, «el verdadero poder del Papa reside en la credibilidad que él consigue suscitar en los suyos y en los otros». Además, «en una realidad mundial carente de valores, donde todo se mide y se analiza en la óptica del poder geopolítico y del ingreso de material, Francisco viene a cambiar este paradigma existencial introduciendo una dimensión espiritual». Por tanto, «para forjar una paz verdadera es necesario obtener un cambio de actitud por parte de aquellos que están en conflicto, y el papa Francisco -evidencia su ‘viejo amigo’- puede concentrar sus esfuerzos sobre este objetivo».

En la entrevista con el padre Spadaro, el rabino argentino habla también de la Shoah que Francisco considera «un genocidio con una peculiaridad: la construcción de una idolatría contra el pueblo judío. La raza pura y el superhombre son los ídolos sobre los cuales se ha edificado el nazismo». Cita después el libro escrito junto al entonces cardenal de Buenos Aires, «El cielo y la tierra«, y reitera que Bergoglio «se centra en el pensamiento abyecta idólatra pagano, que está en la raíz de este crimen».

«Para el Papa -añade- cada judío asesinado fue una bofetada al Dios viviente en nombre de los ídolos. En el objetivo nazista de cancelar de la faz de la tierra y de la historia la presencia del pueblo que define la propia identidad en el texto bíblico, se hace presente para Francisco la intención de eliminar del horizonte humano la presencia de ese Dios que había hecho un pacto con el hombre para que este último cuidase y trabajase su obra creativa».

No faltan en el coloquio algunas anécdotas que condensan los tantos años de gran amistad entre los dos argentinos. » Al final del Te Deum nos pusimos en fila mientras nos pedían que nos limitáramos a un saludo rápido y sencillo, porque el presidente de la República estaba esperando al arzobispo Bergoglio para despedirse», cuenta Skorka. «Mientras me acercaba, me vino el impulso de saltar el protocolo para comunicarle una impresión mía sobre una paso profético que él había citado en la homilía. Nada más terminar mis observaciones, el futuro Papa mi miró profundamente a los ojos y me dijo: ‘Me parece que este año comeremos sopa de gallinas'».

«Necesité algunas décimas de segundo para darme cuenta de la afrenta dolorosa, y repliqué con valentía: ‘¡Pero usted quiere la guerra!'», confía el rabino que describe también el desconcierto del nuncio apostólico, presente al encuentro en la Catedral. El nuncio «estupefacto, intervino: ‘Esta palabra no puede ser pronunciada en este lugar santo’. Insistí diciendo: ‘Quiere la guerra’. Intervino Bergloglio, dirigiéndose al nuncio: ‘Estamos hablando de fútbol'».

Quedando siempre en el tema del deporte preferido del Obispo de Roma, el rabino cuenta también que, una vez, el actual Pontífice le preguntó de qué equipo de fútbol era: «Yo le dije que era del River Plata, él sin embargo es del San Lorenzo. Y los seguidores de los equipos adversarios llaman a menudo ‘gallinas’ a los del River, porque durante unos 18 años, desde el 1958 al 1975, han tenido las mejores oportunidades para vencer el campeonato y han perdido siempre al final».

El episodio del intercambio de bromas entre el arzobispo y el rabino fue el 25 de mayo de 1999, cuando «el San Lorenzo estaba haciendo una óptima temporada, mientras el River iba mal». «Ese intercambio de bromas -confía Skorka a la revista de los jesuitas- derrotó cualquier norma de protocolo. Pero yo había advertido un significado más profundo, por lo que no lo había tomado solamente como una broma. Me había hecho entender que con el arzobispo se podía hablar francamente, sin eufemismos y paráfrasis diplomáticas. Había descubierto un interlocutor que, como yo, no le gustaba perder el tiempo dando vueltas alrededor de los temas, sino que prefería ir directamente al grano». «Fue en aquel momento -concluye el rabino- que nuestra amistad comenzó a nacer. Sentía poder compartir mis preocupaciones con el arzobispo de la ciudad, y de hecho fue así».  

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ZENIT Staff

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