Fray Leopoldo de Alpandeire será beato en septiembre de 2010

El humilde limosnero de las tres avemarías sigue suscitando una gran devoción popular

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GRANADA, martes 15 de diciembre de 2009 (ZENIT.org).- Fray Leopoldo de Alpandeire, el humilde limosnero de las tres avemarías, será beatificado en Granada el 12 de septiembre de 2010, informó este viernes el arzobispo de la diócesis andaluza, monseñor Javier Martínez en rueda de prensa.

El arzobispado está buscando un lugar amplio para la celebración, ya que espera la asistencia de entre 300.000 y un millón de personas.

Este hermano lego capuchino era muy estimado ya en vida, debido a su contacto con la gente en las calles, al ejercer de limosnero, y continúa suscitando hoy una gran devoción popular.

A la ceremonia de beatificación se espera la asistencia del arzobispo de Boston, el cardenal Sean Patrick O’Malley, que pertenece a la orden capuchina, y del prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el arzobispo Angelo Amato, así como de numerosos obispos españoles.

La noche anterior, la catedral de Granada acogerá una vigilia y al día siguiente, se celebrará una Eucaristía de acción de gracias.

El arzobispado presentará una una biografía del nuevo beato y monseñor Martínez escribirá una carta pastoral sobre la figura del humilde fraile.

“La vida humana merece la pena ser vivida, no en función del interés, que destruye, sino cuando está llena de amor, que construye relaciones humanas verdaderas”, afirmó el arzobispo de Granada en la rueda de prensa.

“Eso es lo importante en la figura de Fray Leopoldo -añadió-. Los santos son para enseñarnos a vivir”.

El prelado indicó que “a los santos, la Iglesia los propone a la propia Iglesia y al mundo como modelos de vida, no como estrellas de cine para aplaudirlos”.

“Nos muestran un camino de fidelidad al Evangelio, y ese camino a veces lo muestran en sus escritos y otras veces de forma extraordinariamente simple en su vida, pero siempre para indicar que el camino de la vida es grande cuando está llena de amor y cuando se da”.

Fray Leopoldo, que antes de tomar el hábito capuchino se llamaba Francisco Tomás Márquez Sánchez, nació en la localidad malagueña de Alpandeire el 24 de junio de 1864.

Creció en una familia de cristianos labradores y pasó 35 años entre los trabajos del campo, la vida familiar y de piedad y la oración.

De pequeño, ya disfrutaba ayudando a los pobres. Repartía su merienda con otros pastorcillos más pobres que él, o daba sus zapatos a los necesitados, o entregaba el dinero ganado en la vendimia de Jerez a los pobres que encontraba por el camino de regreso a su pueblo. “Dios da para todos”, diría años más tarde.

Tras oír predicar a dos capuchinos en la localidad malagueña de Ronda, cercana a la suya, con motivo de las fiestas celebradas en 1894 para celebrar la beatificación del capuchino Diego José de Cádiz, el joven Francisco Tomás respondió a la llamada de convertirse en capuchino.

Comunicó su deseo a aquellos mismos predicadores, pero tuvo que esperar algunos años debido a ciertas negligencias y olvidos en los trámites de admisión.

El 16 de noviembre de 1899 tomó el hábito en el Convento de Sevilla. Su nuevo nombre, escogido por su maestro de novicios, no le gustó porque no era corriente entre los miembros de la orden, pero supuso una oportunidad para seguir a Cristo por el camino de la cruz.

El 16 de noviembre de 2000 hizo su primera profesión y a partir de entonces vivió cortas temporadas, como hortelano, en los conventos de Sevilla, Antequera y Granada.

El 23 de noviembre de 1903 emitió sus primeros votos perpetuos en Granada, y el 21 de febrero de 1914 se instaló definitivamente en en convento de Granada.

Primero trabajó en la huerta, y después como sacristán y limosnero, trabajos que le permitieron unir la dimensión contemplativa y la vida activa en el ir y venir por las calles con gran contacto con la gente.

Cada vez era más conocido por la gente, dado su trabajo de ir a encontrar y repartir lismosna a los pobres que mendicaban en el convento.

Con motivo de sus bodas de oro de vida religiosa, al saber que la efeméride había salido en la prensa, confesó a un compañero: “¡Qué jaqueca, hermano! Nos hacemos religiosos para servir a Dios en la oscuridad y, ya ve, nos sacan hasta en los papeles!”.

En las calles de Granada, con los niños se paraba para explicarles algo de catecismo, con los mayores, para hablar de sus preocupaciones.

Fray Leopoldo había encontrado una manera de derramar sobre todos la bondad divina: rezaba tres avemarías para enhebrar lo divino con lo humano y la gente se alejaba de él transformada con la tranquilidad de saber que Dios había tomado buena nota de sus preocupaciones.

Padeció algunas dolencias que él se esforzaba por ocultar y disimular, especialmente una hernia y grietas en los pies que sangraban abundantemente.

A los 89 años, sufrió una caída y regresó al convento para no salir más a la calle y dedicarse totalmente a Dios hasta su muerte, el 9 de febrero de 1956.

Así lo explica el vicepostulador de su causa, el capuchino Alfonso Ramírez Peralbo, en una página web sobre el fraile, que invita a visitar virtualmente el lugar de peregrinación en el que se ha convertido la tumba de Fray Leopoldo.

La noticia de su muerte conmovió a toda la ciudad de Granada. Un río humano acudió al convento de capuchinos, el pueblo y las autoridades, también los niños, que se decían unos a otros: “Está muerto pero no da miedo”.

Entre los milagros atribuidos a Fray Leopoldo se encuentra la curación de una enferma de lupus tras varias complicaciones que hicieron a los médicos temer por su vida.

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ZENIT Staff

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