Giuseppe Liberto, el maestro de música del Papa

Habla el director de la Capilla Sixtina, la más antigua schola cantorum

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CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 1 marzo 2009 (ZENIT.org).- Millones de personas de todo el mundo, durante las principales solemnidades religiosas, siguen por televisión y radio, las celebraciones del Papa en la basílica de San Pedro. Y son millones quienes escuchan y aprecian los cantos que acompañan dichas ceremonias, interpretados por el coro más antiguo conocido, la «Capilla Sixtina».

El nombre, con gran carga histórica, trae enseguida a la mente aquella especial iglesia dentro del Vaticano, donde, desde hace siglos, los cardenales se reúnen para elegir a un nuevo Papa. Y también las obras maestras que enriquecen las paredes, obras inmortales de Botticelli, Signorelli, Perugino, Pinturicchio, Ghirlandaio y, sobre todo, los frescos de Miguel Ángel, en especial el Juicio Final.

Pero, en aquella capilla, nació también la «schola cantorum» del Papa, el coro que desde hace siglos interpreta todas las partes musicales en las celebraciones litúrgicas del obispo de Roma. Un conjunto artístico único y con gran prestigio. Y, para conocerlo de cerca, hemos entrevistado al director, monseñor Giuseppe Liberto, siciliano, maestro de música de prestigio internacional, que desde hace doce años dirige la «schola cantorum» del Papa. 

«Se llama Capilla Sixtina en honor del papa Sixto IV, Francisco della Rovere, que, apenas elegido en 1471, se ocupó de ella personalmente organizándola en modo sistemático», explica a ZENIT monseñor Giuseppe Liberto.

 El nombre completo es Capilla Musical Pontificia Sixtina. Existía ya mucho antes de Sixto IV. Se tienen noticias que se remontan a finales del siglo VI, bajo el papa Gregorio Magno, el compilador del canto gregoriano. 

Nada más ser elegido, el papa Della Rovere hizo construir, dentro de los Palacios Vaticanos, una capilla, reservada a las celebraciones litúrgicas papales. 

Y estableció que las partes musicales de las celebraciones fueran interpretadas siempre y sólo por la misma «schola cantorum», que tomó el nombre del fundador, Capilla Sixtina. 

Con 65 años, licenciado en Filosofía y Teología, diplomado en composición, monseñor Liberto nació con la música en la sangre, y desde joven ofreció a Dios este gran talento artístico usándolo como medio de evangelización. 

Tras su ordenación sacerdotal, fue nombrado director de la «schola cantorum» de la catedral de Monreal en Sicilia, su diócesis, donde se afirmó no sólo como director musical sino como compositor y, en 1997, Juan Pablo II le llamó al Vaticano, confiándole la tarea de maestro director de la Capilla Musical Pontificia Sixtina. 

Encargo excepcional. Giuseppe Liberto subía al podio que durante un siglo ocuparon dos celebérrimos maestros: Lorenzo Perosi, de 1898 a 1956, y Domenico Bartolucci de 1956 a 1997. 

Cada uno, siendo también extraordinarios compositores, dejó una herencia compositiva de prestigio y ahora aquel prestigio grava sobre los hombros de monseñor Liberto. 

«El cargo comporta realmente una gran responsabilidad –dice il maestro–. No sólo porque la música interpretada por la Capilla Sixtina llega hoy, gracias a la radio, la televisión, los cd, los dvd, etc., a un público incalculable, sino sobre todo porque su responsabilidad hacia los creyentes es muy especial». 

La música de la Capilla Sixtina no debe buscar sólo el resultado artístico, que es ciertamente obligado, tratándose de la «schola cantorum» del centro de la cristiandad, que puede presumir de más de quince siglos de tradición, sino que debe sobre todo ayudar, a quien escucha, a vivir y seguir con espíritu de fe las celebraciones litúrgicas del Papa, y debe por tanto convertirse ella misma en oración. Una tarea que se hace misión, considera el maestro.   

Afable, sonriente, monseñor Liberto nos introduce en los Palacios Vaticanos. Pasamos por amplios pasillos, salas enormes rebosantes de luz y frescos en las paredes de legendarios maestros de la pintura. Encontramos guardias suizos, monseñores, obispos, cardenales y todos saludan calurosamente al maestro, que responde con la misma cordialidad.

 Conoce a todos. Sus palabras, sus gestos, todo su portamento es armonioso, musical. De su persona emana una contagiosa energía positiva y serena. 

Nos introduce en la Capilla Sixtina. Nos indica el coro, a la derecha del gran fresco del Juicio de Miguel Ángel, y dice: «Ahí nació el coro que yo dirijo ahora. Sixto IV empezó a celebrar las funciones litúrgicas en esta capilla en torno a 1473 y precisamente desde ahí el coro interpretaba su repertorio. Por tanto, desde hace más de quinientos años, cuando los papas celebran entre estas paredes, la música surge desde ese coro». 

Pide que le abran la puertecita secreta y, a través de una escalerilla empinada y estrecha, subimos al coro. Desde arriba se domina toda la Capilla Sixtina. Se ven las obras maestras de los grandes artistas desde una perspectiva única. 

En las paredes que delimitan el coro, se ven firmas dejadas a lo largo de los siglos. «Son de los cantores –explica monseñor–. Eran conscientes de que formaban parte de la historia y quisieron dejar su señal. Descifrando esos nombres, se pueden encontrar sorpresas increíbles. Por ejemplo, uno de los cantores de la Capilla Sixtina en 1500 se llamaba Pier Luigi da Palestrina: el mayor polifonista, autor de obras maestras que todavía interpretamos y que sorprenden al mundo. Pero también célebres músicos de aquel tiempo fueron cantores de la Capilla Sixtina. 

Por ejemplo, Luca Marenzio (1553-1599), madrigalista; Cristóbal Morales, (1500-1553), el más importante compositor español de música vocal de la primera mitad del siglo XVI; Costanzo Festa (1490-1545); Josquin Desprez (1455-1521), el más famoso compositor de la escuela franco-flamenca, y Gregorio Allegri, un presbítero romano, buen músico, que vivió en Roma de 1582 a 1652, autor de un Miserere a nueve voces, que se hizo legendario. Tan famoso, aquel Miserere, que el Papa conminó que excomulgaría a quien difundiera la partitura fuera del Vaticano.

Era interpretado en la Capilla Sixtina y en la basílica de San Pedro, durante los ritos de Semana Santa, y suscitaba emociones fortísimas. No sólo por la música que es bastante sencilla, sino por el lugar de ejecución, el tipo de liturgia en que se inscribía, con el Papa y los cardenales postrados en el suelo; las velas y las antorchas que se apagaban una a una, hasta dejar la basílica en total oscuridad, como aquella oscuridad que cayó sobre Jerusalén a la muerte de Jesús. 

Aquel canto, interpretado con extraordinaria maestría, alternando pasajes ‘piano’ y ‘forte’, lentos y aceleraciones imprevistas y ‘filati’ que parecen lamentos, se hacía inolvidable. Por lo demás, provoca aún gran emoción, y lo demuestran las numerosas grabaciones en venta y que tienen un buen público.

[Este lunes publicaremos la segunda parte de este encuentro-entrevista con monseñor Giuseppe Liberto]

Por Renzo Allegri, traducido del italiano por Nieves San Martín

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ZENIT Staff

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