Gobierno y sociedad, corresponsables de la muerte de los «ilegales» en Texas

Según la denuncia del obispo de monseñor Renato Ascencio León

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CIUDAD JUÁREZ, 20 mayo 2003 (ZENIT.org).- Tras la dramática muerte de dieciocho inmigrantes ilegales en Texas, monseñor Renato Ascencio León ha reclamado el respeto a la dignidad de quien se lanza sin papeles a buscar trabajo en otro país y ha denunciado a los que negocian con la esperanza de sus hermanos indocumentados.

«¡Voy en busca de pan y me encuentro con la muerte!» –es el título del mensaje del obispo de Ciudad Juárez– «parece haber sido el destino de los mexicanos y centroamericanos que el día 14 encontraron la muerte».

Fue en la carretera de Victoria, en Texas (Estados Unidos), cerca de la frontera con Matamoros, donde quedó abandonado el remolque de un camión en el que viajaban entre setenta y cien hombres, mujeres y niños.

Según los datos proporcionados por el prelado, desde enero hasta el 7 de abril por lo menos 43 indocumentados mexicanos han muerto al intentar entrar en Estados Unidos.

Durante los últimos siete años, 1.951 mexicanos perdieron la vida, principalmente en las ciudades de Arizona, California y Texas, donde ocurrió esta reciente tragedia.

En el 2002, los fallecimientos fueron 371; en el 2001, 391; en el 2000, 491; en 1999, 356; en 1998, 170 y en 1997, 129.

De acuerdo con el prelado –es presidente de la Comisión Episcopal para la Pastoral de la Movilidad Humana Conferencia del Episcopado Mexicano–, la responsabilidad de estas tragedias no se puede atribuir sólo a los gobiernos de ambos países, sino que incumbe igualmente a «los integrantes de ambas sociedades».

La responsabilidad es también social porque «no exigimos mejores condiciones para nuestros hermanos migrantes (…). Nosotros aquí en México, si vamos sobreviviendo, ¡qué nos importa lo que les suceda! Allá en Estados Unidos, los propios descendientes de latinoamericanos los ven como una amenaza», constató el obispo de Ciudad Juárez.

«¿Cuándo aprenderemos y cuántos migrantes más tienen que morir –cuestionó el prelado– para que despierte nuestra conciencia y valoremos la vida humana y forcemos a nuestros gobiernos a implementar políticas migratorias acordes con nuestro rango de hijos de Dios?».

«La dignidad de un migrante indocumentado no disminuye por la carencia de determinados documentos –recordó–. Independientemente de tenerlos o no, nuestros hermanos y hermanas migrantes son dignos porque únicamente buscan una oportunidad para trabajar».

«Nuestra fe debe impulsarnos a vencer este diario desafío de transformar el egoísmo en generosidad, el temor en apertura, el rechazo en solidaridad y el individualismo en fraternidad y compromiso, traduciéndose en hechos concretos y tangibles a favor de nuestros hermanos y hermanas migrantes», concluyó monseñor Renato Ascencio León.

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ZENIT Staff

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