Grito de ayuda a la ONU de los líderes religiosos de Uganda

Cuyo representante constata el desastre humanitario en la región

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GULU, 11 noviembre 2003 (ZENIT.org).- El norte de Uganda necesita la ayuda de las Naciones Unidas: es el mensaje que los líderes de ARLPI –organización interreligiosa que promueve la paz en los distritos septentrionales poblados por la etnia Acholi– han lanzado al subsecretario general de la ONU para Asuntos Humanitarios, el noruego Jan Egeland.

En el documento de tres páginas entregado al número dos de Kofi Annan durante su reciente paso por África, los líderes religiosos ugandeses –presididos por el arzobispo de Gulu, monseñor John Baptist Odama—recuerdan el drama que desde hace 18 años vive la población del norte, azotada por los rebeldes del «Ejército de Resistencia del Señor» (LRA).

Hasta la fecha, los ataques contra la población se han traducido en el asesinato y tortura de miles de personas –se estima que los muertos se elevan a 100.000–, más de un millón de desplazados y el secuestro de 25.000 niños –8.400 en lo que va de año— reducidos a la esclavitud o enrolados a la fuerza en la guerrilla.

«Los sectores más débiles de la población, las mujeres y los niños, siguen sufriendo la brutalidad de una situación insostenible», advierten los líderes de ARLPI.

«No sólo se ven obligados a vivir en campos superpoblados, con poquísimos alimentos, debilitados por el hambre y las enfermedades y sin posibilidad de poder volver a sus casas, sino que se convierten en el blanco de los ataques de hombres armados», se lee en el documento del que Misna ha recibido una copia.

«Tenemos que ser muy francos –continúan los líderes religiosos–: la gente del norte de Uganda tiene la sensación de haber sido abandonada y traicionada por la comunidad internacional. Las Naciones Unidas en particular no están haciendo mucho para poner fin a esta guerra».
Para ARLPI, se trata de una «guerra olvidada» que «demasiadas veces se ha considerado como un “asunto interno”, cerrando así la puerta a cualquier intervención internacional».

El drama actual es lo que ha movido a los líderes religiosos –que desde hace más de un año están comprometidos en la mediación entre el gobierno ugandés y los rebeldes del LRA– a presentar a Egeland una serie de peticiones, entre ellas que el Consejo de Seguridad de la ONU preste atención a la guerra del norte de Uganda.

ARLPI pide también que la distribución de alimento en los distritos septentrionales goce de una adecuada protección y que la ONU tenga un papel más activo en la contención de la violencia en toda la zona, enviando observadores e impidiendo la circulación de armas ligeras en las fronteras ugandesas.

Por su parte, Jan Egeland ha reconocido que «la situación humanitaria en el norte de Uganda es peor que en Irak o que en cualquier lugar del mundo».

Al finalizar su visita a los distritos septentrionales del país africano, Egeland prometió triplicar la asistencia humanitaria a la región, que padece lo que él mismo calificó como «una de las peores crisis humanitarias del mundo».

En declaraciones a la agencia de prensa de la ONU –«IRIN»– durante su viaje a la región el 8 y 9 de noviembre pasado, Egeland afirmó que hará todo lo que esté en su mano para que la agenda internacional contemple el norte de Uganda.

«Es una atrocidad moral» que el mundo esté haciendo tan poco por las víctimas de la guerra, especialmente los niños, subrayó.

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ZENIT Staff

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