Habla el fundador de la Familia Sodálite

Entrevista a Luis Fernando Figari

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LIMA, sábado, 25 agosto 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la entrevista que ha realizado la agencia vaticana Fides con el consagrado peruano Luis Fernando Figari, fundador de la Familia Sodálite, conjunto de personas y obras que comparten la espiritualidad del Sodalicio de Vida Cristiana (http://www.familiasodalite.org).

–¿Podría explicar esta nueva realidad eclesial que se conoce como la Familia Sodálite?

–Luis Fernando Figari: La Familia Sodálite surge en torno al Sodalitium Christianae Vitae, institución que tras un proceso de maduración eclesial y de discernimiento de su forma canónica fue aprobado por el Siervo de Dios Juan Pablo II el 8 de julio de 1997 como Sociedad de Vida Apostólica de Derecho Pontificio. Desde sus orígenes en 1971, el Sodalitium surge en el cauce del Concilio Vaticano II. Se ve fascinado por la difusión conciliar del laico y su misión como bautizado. La inspiración de la comunidad cristiana primitiva impulsa a formar comunidades de vida cristiana en el mundo en las que estén representadas en vital armonía los diferentes estados de vida y características vocacionales. La idea de la cooperación entre laicos y sacerdotes, apoyándose mutuamente al servir a la misión de la Iglesia surge como un impulso para comprometerse en la renovación de la vida cristiana y en la transformación del mundo según el Plan de Dios. En torno al Sodalitium, ya desde la década de los años ’70, fueron surgiendo varias agrupaciones y asociaciones que aunque tienen su mismo carisma son distintas entre sí. Así, por ejemplo, el Movimiento de Vida Cristiana, que nacido en 1985 desde 1994 cuenta con el reconocimiento pontificio. Hay dos asociaciones de mujeres consagradas que se orientan a ser sociedades de vida apostólica. Existen otras asociaciones, entidades de servicio solidario y cultural, y millares de personas que a título personal participan de la espiritualidad sodálite y se encuentran identificadas con esta familia espiritual. Entre todas ellas la más extendida —alcanza ya los cinco continentes— y también la más numerosa —cuenta con decenas de millares de adherentes— es el Movimiento de Vida Cristiana. Todas estas realidades eclesiales se incluyen en la Familia Sodálite.

–No es común que un laico sea el fundador de un movimiento eclesial que incluye sacerdotes, religiosas y laicos consagrados.

–Luis Fernando Figari: En realidad no es tampoco tan extraño. Pensemos en San Francisco de Asís, al fundar él era laico. También podemos pensar en el laico Juan Ciudad Duarte, más conocido como San Juan de Dios, fundador de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, integrada por laicos y sacerdotes. Igualmente se puede recordar a Concepción Cabrera de Armida, fundadora de los Misioneros del Espíritu Santo. No han sido pocos los laicos que el Señor ha invitado a fundar formas de vida asociada en su Iglesia. Eso se puede ver hasta nuestros días en Pierre Goursat, Chiara Lubic, Kiko Argüello, Jean Vanier y algunos otros más en la línea de los movimientos y nuevas asociaciones. Todos ellos son laicos. Pienso que se trata de un carisma, y como tal una merced gratuita que Dios da y que la persona que la recibe, respondiendo desde su libertad, se ve convertida por puro don en el fundador o impulsor de un movimiento eclesial, de una sociedad de vida apostólica o de una congregación, o de varias juntas.

–¿Qué lo impulsó a fundar una sociedad de vida apostólica, un movimiento eclesial, y dos sociedades de mujeres consagradas?

–Luis Fernando Figari: Adelantemos la respuesta: ¡Dios! Sí, precisamente Él es quien suscitó un proceso de búsqueda sobre el sentido de mi propia vida y sobre la consciencia de que era urgentísimo construir una sociedad más justa, más respetuosa de la dignidad y los derechos humanos, más fraterna y pacífica. Fue un proceso intenso, iluminado por la fe, que fue haciéndose vida y me fue llevando a la convicción de que la clave de todo cambio está en el ser humano. Y la única fuerza que puede producir ese cambio en la persona es la fe. La gracia de Dios y el auxilio de Santa María avivan un ardor interior, un fuego vivo que a veces describo como alimentado por el óleo del Espíritu Santo, que me va conduciendo a interiorizar este horizonte y volcarlo a la acción. Así fue naciendo la idea de asociar a otras personas para el gran sueño de vivir la reconciliación traída por Jesús y de hacerse servidores de la Palabra para anunciar a todos que los espejismos y sucedáneos que tanto abundan no son la solución, sino que ella sólo está en el Señor Jesús. Así las circunstancias se fueron presentando como condiciones para vivir una vida cristiana y para irradiar la fe a un mundo en cambios acelerados que parecía perder el rumbo. Más que con unos planes claros el Sodalitium Christianae Vitae fue surgiendo y perfilándose bajo el soplo del Espíritu. Ya desde los primeros años, al ver los frutos, quedaba clarísima la desproporción entre ellos y el pobre vaso de barro que se veía urgido a emprender tan grande compromiso. Precisamente así la luz de Dios brillaba con mayor nitidez mostrando que esos frutos y cuanto ocurría venían de Él. Desde el inicio la cercanía y acompañamiento de varios Sucesores de los Apóstoles fue motivo de mayor ardor en el compromiso por adherirse a la fe, llevarla al corazón y plasmarla en la acción cooperando con la amorosa gracia que el Espíritu derrama en los corazones, buscando en todo responder al divino Plan. Hoy con inmensa gratitud a Dios el mínimo Sodalitium está sirviendo en la misión de la Iglesia en numerosos países.

El Movimiento nace tras una intensa experiencia espiritual tenida en Roma con ocasión del Jubileo de los Jóvenes en 1984. Percibí un impulso interior que me llevaba a la convicción de que para encaminar a esa familia que se empezaba a formar en torno al Sodalitium sería maravilloso, si así lo tenía Dios en su Plan, un movimiento eclesial. Tras un proceso de oración y discernimiento nacía en 1985 el Movimiento de Vida Cristiana.

Las dos fundaciones de vida consagrada femenina tuvieron que esperar, como todo, los ritmos de Dios. Pues de eso se trata, ya que la iniciativa siempre viene de Él. El primer ensayo de vida femenina consagrada fue en 1975, pero no dio resultado. Tras sendos procesos de oración y discernimiento, que duraron algunos años, nació la Fraternidad Mariana de la Reconciliación, aprobada arquidiocesanamente en Lima en 1991, y luego, ante nuevos signos, las Siervas del Plan de Dios, aprobadas también arquidiocesanamente en 1998. Ambas vienen creciendo en forma sostenida, lo que lleva a exclamar desde un corazón agradecido: ¡Alabado sea Jesucristo!

–En poco tiempo ha tenido una gran extensión por todo el mundo, sobre todo por América Latina. ¿A qué atribuye el crecimiento del Movimiento de Vida Cristiana?

–Luis Fernando Figari: Creo que hay una gran hambre de Dios que requiere ser atendido. Hoy vivimos una dolorosa crisis en la identidad de hijos de la Iglesia. El Papa Benedicto XVI hace poco en tierras de América Latina ha señalado la existencia de un cierto debilitamiento en la pertenencia a la Iglesia. Una veintena de años atrás en Perú, el Siervo de Dios Juan Pablo II había advertido algo semejante, así como lo hizo en otros lugares. Son muchos los factores socio culturales que piden una mayor coherencia en el conocimiento de la fe, en la vida de la fe, en la celebración de la fe.

Al mismo tiempo la adhesión existencial a Jesús, a sus enseñanzas y el amor a la Iglesia van parejos con la preocupación de construir una sociedad más justa, fraterna y reconciliada, desde la única perspectiva que la podrá hacer posible, la reconciliación con Dios y con uno mismo. Sólo desde esa dimensión se producirá un cambio que centrado en el amor y la solidaridad lleve un dinamismo reconc
iliador que edifique un mundo más justo y pacífico. Esa visión y ese compromiso forman parte de la cosmovisión y acción de los integrantes del Movimiento de Vida Cristiana.

Esa perspectiva dirigida al ser humano total está enraizada en la vida del Movimiento, pero su crecimiento no creo que se pueda atribuir a ello, ni al método pedagógico con que se vive el itinerario de fe, ni al sentido de comunión y fraternidad, sino tal vez a la invitación a que cada quien tome responsabilidad de la propia libertad, de acuerdo a su dignidad de persona humana. ¿Quizá por allí hay una clave? En corazones así dispuestos la gracia amorosa que el Espíritu derrama encuentra una cooperación efectiva. En última instancia toda bondad, todo bien viene de Dios.

–Hay quienes afirman que el lenguaje de la Iglesia no llega a la juventud. Desde la experiencia Sodálite, ¿cómo respondería usted a esta objeción?

–Luis Fernando Figari: El Papa Juan Pablo II y ahora el Papa Benedicto XVI han impulsado el proceso de Nueva Evangelización. Éste permite que las verdades de la fe de siempre sean presentadas de una manera existencial que ayude a mejor comprenderlas y a abrirse a la gracia para vivirlas día a día dando gloria a Dios. Quien llama al interior de la persona es el Señor Jesús y lo hace desde su misión y la fascinación que su misterio produce. Quien realmente se encuentra con Él experimenta la avasalladora atracción de la Verdad. Tal encuentro con Él mueve tanto a la adhesión afectiva como a la de la verdad que su Persona revela. Y es que el Señor Jesús apela a la mente con la Verdad, cuya belleza despierta la emoción, e invita a recorrer su sendero buscando hacer el bien, «como Él pasó haciendo el bien». En el encuentro sin miedos con Jesús la razón se enciende y los sentimientos se avivan superando las rupturas y las tensiones que agobian a la persona pues Él, que es el Reconciliador, ofrece al ser humano la respuesta reconciliadora a todas las rupturas, abriendo el camino de la armonía de la razón y el afecto, así como recuperando el horizonte trascendente de la existencia.

El corazón del mensaje de la Iglesia es el Señor Jesús, y Él es «el mismo ayer, hoy y siempre». Es a Él a quien buscan los jóvenes, aún si algunos se ciegan ante su luz, otros tropiezan en las tinieblas del mundo, otros se dejan fascinar por sucedáneos. Pero millones de millones le abren su corazón. ¿Nos hemos acaso olvidado de esos dos millones de jóvenes en Tor Vergata? ¿O acaso no percibimos la búsqueda interior de la inmensa multitud de jóvenes reunidos en la última Jornada Mundial de la Juventud, en Alemania?

Hay un sentido de aventura y de búsqueda de la verdad, de ansia de infinito, de nostalgia de reconciliación que está metido en lo profundo del joven. Cuando se tocan esas fibras interiores los jóvenes responden ansiando ser y vivir en autenticidad, escuchando lo hondo de su corazón. Se requiere intrepidez y dejar de lado el miedo. Por algo desde el Magisterio se viene repitiendo aquel «¡no tengáis miedo!», en vivo eco de Jesús. Los jóvenes que vencen el temor pueden vivir la audacia de la gran aventura del encuentro de amistad con el Señor Jesús. ¡Y de hecho muchos lo hacen!

–¿Qué papel considera que tienen los movimientos eclesiales hoy dentro de la Iglesia?

–Luis Fernando Figari: Ayer como hoy creo que es fundamental. Históricamente los movimientos han sido dones del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia. Por ejemplo, el Cardenal Joseph Ratzinger al analizar históricamente la realidad de los movimientos señalaba que ya en el siglo III, en el monacato, se podían identificar las características de un movimiento. Decía que «sin ninguna dificultad se puede definir el monaquismo como un ‘movimiento’». Estoy convencido que han habido muchas oleadas de «movimientos» a lo largo de la historia de la Iglesia. Es una de las maneras en que el Espíritu vitaliza al Pueblo de Dios. Hoy aparece una nueva floración de ellos. Maravilla el surgimiento de movimientos con características y formas tan diversas, con estilos distintos, respondiendo a diversas necesidades pero vinculados sólidamente a la comunión eclesial. El gran don del Espíritu que se expresa en los movimientos eclesiales que nacen en el hoy de nuestra historia, en el cauce del Concilio Vaticano II, ha sido puesto espléndidamente de relieve por el Magisterio del Papa Juan Pablo II y del Papa Benedicto XVI. Esas oleadas de expresiones asociativas eclesiales que llamamos movimientos son respuestas del Espíritu Santo ante los desafíos y nuevas situaciones con las cuales se va encontrando la Iglesia en su historia. Hoy, especialmente vinculados a la Sede de Pedro y al mismo tiempo en comunión con los obispos locales, los movimientos eclesiales van enriqueciendo la realidad del Pueblo de Dios con los carismas que reciben del Espíritu Santo. Se habla mucho de la vitalidad de los movimientos y surge el asombro por el impulso espiritual y la radicalidad evangélica que aportan a las Iglesias particulares. Ello constituye un don para la misión apostólica y una responsabilidad para los integrantes de los movimientos eclesiales de responder al impulso recibido del Espíritu y expresar la fidelidad a la fe de la Iglesia, buscando siempre vivir con coherencia cristiana la vida diaria.

–Cuáles son los nuevos desafíos que aparecen ante la juventud al comenzar el siglo XXI?

–Luis Fernando Figari: Hay numerosas crisis que debilitan la fe, especialmente de aquellos que menos formados están en ella. El secularismo, el racionalismo, el agnosticismo funcional, el hedonismo, la desconfianza epistemológica, la desvalorización del intelecto, reduccionismos de todo tipo y otras tendencias e ideologías ampliamente difundidas hoy son como un humus negativo cultural en el que la persona se debate sin dejar de aspirar a superar esas trampas para ser aquello que desde su interior aspira a ser. Hay una dimisión generalizada de lo humano, de la dignidad de la persona. Este clima adverso podría sintetizarse en tres crisis: del pensamiento, de los deseos y de la acción. La juventud, en general, las sufre muy fuertemente por ser más proclive a caer en el subjetivismo, fomentado por los medios. Por ello el anuncio de la fe debe ser integral y responder a esas tres áreas críticas.

Frente a toda la problematicidad en torno a la verdad y el subjetivismo, es necesario anunciar con claridad a Aquel que es «la Verdad», ayudando a que el conocimiento de Jesús vaya parejo con sus enseñanzas, la fe que custodia la Iglesia. Ante una confusión entre «me gusta» por tanto es bueno, «no me gusta» por tanto es malo, ante la crisis de valores y de deseos, ofrecer el Camino del Señor, de Aquel que pasó haciendo el bien y que asume situaciones duras y que producen sufrimiento por causa de valores auténticos y mayores. Hay que ayudar al joven a que comprenda que sus deseos no son la norma, que en ocasiones de hecho desea cosas que son malas. Cuando el Papa Juan Pablo II hablaba del «pecado como un acto suicida», implicaba que hay deseos que son mortales. Se trata de presentar el sentido y la importancia del bien en el camino a la felicidad. Hay el peligro de actuar mal, ante el cual es importante presentar el valor del recto actuar. La prudencia y la caridad no son ajenas a un recto ejercicio de la acción. Incluso en este mundo en rápido cambio se puede hablar de una espiritualidad de la acción que se exprese en la caridad que es la fuerza capaz de cambiar al hombre y al mundo. No es por nada que se dice que «sólo los santos cambiarán el mundo». Y hay que recordar que todo bautizado está llamado a ser santo.

–¿Cuál es la respuesta que da el Movimiento de Vida Cristiana frente a los nuevos problemas que se plantean en la sociedad y en la Iglesia?

–Luis Fernando Figari: En verdad contestar a eso llevaría mucho tiempo. Pero algo se puede decir. Ante todo la convicción de que si
n Dios ni el hombre ni la sociedad pueden alcanzar sus metas. La respuesta del Movimiento nace de la fe y de la adhesión, afectiva y efectiva a la Iglesia. Hoy que tantas cosas son puestas en cuestión se tiene la firme convicción de que la fe y la activa vida eclesial constituyen la clave para la realización de la persona humana y para hallar respuestas a las dificultades que se presentan en la vida económica, social, cultural.

Abundan los diagnósticos sobre la situación. ¡Hay catálogos de distintos diagnósticos! Lo que no se puede negar es que se está viviendo en un tiempo en el que impera la cultura de muerte, la dimisión de lo humano. Nosotros mismos hemos impulsado reflexiones sobre los desafíos y soluciones posibles. En marzo de este año se realizó un importante Congreso-Seminario con destacados participantes de diversos países de América Latina. El resultado fue de la mayor importancia y serenidad. Se constató que hay problemas de siempre que deben ser atendidos, y que hay nuevos problemas que igualmente requieren atención. Esto es un hecho, como lo es que la raíz de todos ellos es la ruptura con Dios, consigo mismo, con los demás, con el cosmos introducida por el pecado original y acrecentada por los pecados personales. ¡El problema fundamental es espiritual! Los demás problemas reales, y que deben ser atendidos, son secuelas de esa problemática espiritual. La historia lo prueba fehacientemente. Los fracasos de tantos programas, ideologías, gobiernos jalonan trágicamente la historia. Son muchos los que por las urgencias descuidan lo esencial y necesario. Es fundamental ir a lo esencial. A partir de esa perspectiva se puede ir ensayando respuestas a los demás problemas. Es como tener una brújula. Con ella se marcan las coordenadas básicas y se puede establecer una ruta. Sin ella se dan vueltas en círculo. Hoy parece que se dan demasiadas vueltas en círculo.

A poco más de tres años de la fundación del Movimiento, el Papa Juan Pablo II planteó un camino sumamente sugerente: ¡Hambre de Dios, sí! pero ¡hambre de pan, no! «Veo que aquí hay hambre de Dios, hambre que constituye una verdadera riqueza, la riqueza de los pobres que no se debe perder con ningún programa». Y añadía: «Hay aquí hambre de pan. Por eso el Señor nos ha enseñado a rezar: ‘El pan nuestro de cada día dánosle hoy’. Hay que hacer todo lo posible para llevar ese pan de cada día a los hambrientos». Son las coordenadas que hablan de un programa integral que va al encuentro de las necesidades del ser humano concreto. ¡De eso se trata! El Papa Benedicto en su primer viaje a América Latina se ha movido dentro de esas coordenadas orientando al Pueblo de Dios de esas tierras ante los problemas que se plantean en la Iglesia y en la sociedad. «El motivo principal de mi viaje tiene un alcance latinoamericano y un carácter esencialmente religioso», dijo desde el principio. Sus enseñanzas son extensas y de sabia prudencia. No se puede intentar resumirlas en una entrevista, pero no deja de llamar la atención su reiterada invitación a implementar una intensa evangelización que emplee el Catecismo de la Iglesia, y el recurso en la caridad social a la Enseñanza social de la Iglesia. En esa línea el Movimiento de Vida Cristiana ha venido desarrollando sus actividades, buscando atender activamente al hambre de Dios, así como solidaria y fraternamente al hambre de pan, hambre de salud, hambre de techo, hambre de vestido, hambre de convivencia social reconciliada, de estructuras que respondan a la dignidad y derechos del ser humano según el divino Plan. Siendo lo fundamental la evangelización propiamente tal, el anuncio del Señor Jesús y su Reino, ante la descristianización creciente de nuestros tiempos, tampoco se debe dejar de recordar que el seguimiento de Cristo tiene consecuencias en la vida social que deben ser implementadas.

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ZENIT Staff

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