''Hacer el bien al que sufre y hacer el bien con el propio sufrimiento''

Carta pastoral del obispo de Zaragoza con motivo de la Jornada Mundial del Enfermo

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Este 8 de febrero, monseñor Manuel Ureña, arzobispo de Zaragoza, publicó una carta pastoral con el título «A propósito de la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes y de la celebración de la Jornada Mundial del Enfermo» que reproducimos aquí por su interés para los lectores.

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Mañana lunes, día 11 de febrero, memoria litúrgica de Nuestra Señora la Virgen de Lourdes, Su Santidad el Papa Benedicto XVI nos ha convocado a celebrar la XXI Jornada Mundial del Enfermo. 

Nosotros responderemos litúrgicamente a esta llamada mediante la participación en la Santa Misa con los enfermos, que tendrá lugar a las cinco y media de la tarde en la Catedral-Basílica de Nuestra Señora del Pilar. 

Como nos recuerda el Santo Padre, con palabras del Papa Beato Juan-Pablo II, en su Mensaje de este año, la fecha del 11 de febrero constituye “un momento fuerte de oración, de participación y de ofrenda del sufrimiento para bien de la Iglesia, así como de invitación a todos para que reconozcamos en el rostro del hermano enfermo la santa faz de Cristo, quien, sufriendo, muriendo y resucitando, llevó a cabo la salvación de la humanidad”. Esta es la razón de ser de la presente Jornada y esto es lo que se nos concede vivir por gracia de Dios. 

Los enfermos y sus familias, los ancianos más o menos dependientes, están siempre con nosotros. Pero, tal vez por esa excesiva y constante inmediatez, pueden hacerse invisibles a nuestros ojos y a nuestro corazón. De ahí que días como este nos saquen de nuestra distracción y nos permitan verles y amarles desde el Corazón de Jesús. Este año, el Santo Padre nos invita a contemplar la figura emblemática del Buen Samaritano y, a su luz, poner en práctica una llamada profundamente evangélica: “Hacer el bien al que sufre y hacer el bien con el propio sufrimiento”. 

Hacer el bien a quien sufre. Sufren los enfermos y, con ellos, sus familiares más cercanos, que no siempre son suficientemente atendidos. Sufren los ancianos que creen no valer ya para nada y ser sólo una carga. Pero no es así cuando viven su vejez unidos a Cristo. Sin embargo, ¡cuánta soledad y cuántos maltratos padecen en silencio no pocos de ellos! En modo alguno podemos permanecer ajenos a ese sufrimiento. Sufren también los que curan y cuidan a los enfermos en estos tiempos de desconcierto moral y de dificultades económicas. Todos ellos merecen nuestro reconocimiento y nuestra acción de gracias. Dios les recompensará como sólo Él sabe y puede hacerlo. 

Hacer el bien a cada uno de estos hermanos nuestros verifica y acredita la verdad de nuestra fe en Cristo y hace posible que se muestre el verdadero rostro de la Iglesia. Así, al ver a Cristo presente en su Iglesia y experimentar su amor, los hombres podrán creer en Él y recibir la salvación y la vida divina. Así viviremos la nueva evangelización para la transmisión de la fe. 

Hacer el bien con el propio sufrimiento y ofrecerlo por amor, con Cristo, al Padre para la salvación del mundo. Esta es la tarea. Así lo pedimos en la oración litúrgica: “Que los enfermos vean en sus dolores una participación de la pasión de tu Hijo, para que de esta forma tengan también parte en su consuelo”. El sacrificio redentor de Cristo se actualiza en la celebración de la Eucaristía. También el Espíritu Santo lo actualiza en la vida de quien vive el sufrimiento en unión con Cristo. Participando en su dar la vida por amor, participan en su fecundidad. 

Todo cristiano ha de ser buen samaritano. Y ¿cómo hacerlo? Claramente nos lo dice el Santo Padre en su Mensaje de este año: “Se trata de extraer del amor infinito de Dios, a través de una intensa relación con él en la oración, la fuerza para vivir cada día como el Buen Samaritano, con una atención concreta hacia quien está herido en el cuerpo y en el espíritu. (…) Esto no sólo vale para los agentes pastorales y sanitarios, sino para todos, también para el mismo enfermo, que puede vivir su propia condición en una perspectiva de fe, (…)  mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito”. 

El Año de la fe es, sin duda, una ocasión propicia para intensificar la diaconía de la caridad en nuestras comunidades eclesiales, de modo que cada uno de nosotros sea un buen samaritano de los demás, de aquellos que están a nuestro lado.

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Manuel Ureña

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