Hacia una laicidad positiva

Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas

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SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 13 de febrero de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con el título «Hacia una laicidad positiva».

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VER

Prospera en el Congreso de la Unión la iniciativa de reforzar el laicismo en nuestro país, al que astutamente llaman laicidad. En el fondo, se nota un temor de que si no se refuerza al Estado laico, éste puede perder su poder ante lo que llaman el embate de la Iglesia Católica. No nos creen cuando les decimos que nosotros también abogamos por un sano y maduro laicismo, bien entendido. Desconfían, como si pretendiéramos un Estado confesional, en que éste se supedite a una religión y se imponga una sola creencia a toda la sociedad. En otros siglos eso aconteció, porque los Estados eran incipientes y débiles, y se apoyaban, para darse seguridad y protección, en la autoridad que siempre ha tenido la Iglesia. Así sucede hoy todavía en pequeñas comunidades indígenas y campesinas, donde toda la población es de una sola religión, y los disensos son vistos como un peligro para la unidad comunitaria. Los tiempos han cambiado. Hoy existe pluralidad de opciones políticas y religiosas, y no se puede ni se debe imponer la uniformidad. 

Se percibe el deseo de acallar la voz de la Iglesia y restringir aún más sus limitadas libertades. Unos legisladores, ignorantes de su religión, queriendo quedar bien con pequeños grupos antirreligiosos muy beligerantes y no perder votos, apoyan iniciativas no acordes con su fe y sin información de lo que su Iglesia piensa. Son católicos cuando nos piden que les celebremos sacramentos, no para dialogar con nosotros sobre estos puntos tan trascendentes. 

JUZGAR

Apoyamos y defendemos el sano laicismo que el mismo Jesucristo ordenó, al distinguir y respetar el poder del César, siempre y cuando éste reconozca a Dios y no pretenda absolutizarse como un dios. No estamos de acuerdo con un laicismo que signifique exclusión de Dios y de la religión en la vida pública, pues los creyentes somos personas con presencia social e historia de siglos. A Dios no se le puede encerrar en la interioridad de los corazones y de los hogares. Reprobamos un laicismo que, dizque apoyándose sólo en las ciencias y en el progreso, se cierra a normas morales que tienen su fundamento en la ley natural, que ordena a todos evitar el mal y hacer el bien. Criticamos un laicismo que sólo concede libertad de credos y de culto, pero no reconoce la plena libertad religiosa, que es mucho más amplia que eso. 

Abogamos por una positiva laicidad, en que el Estado respeta las creencias de todos los ciudadanos, les garantiza su libertad religiosa y no impone una sola religión. Queremos una sana laicidad, en que tanto el Estado como las iglesias se respetan en sus justas autonomías y se valoran en sus aportes a la sociedad, sin ignorar ni desechar todo lo que tenga implicaciones religiosas. Deseamos una laicidad que no tenga miedo de reconocer una más plena libertad religiosa en la educación, en los medios de comunicación, en la política, en las universidades, en la participación abierta de las iglesias en la discusión sobre asuntos públicos que importan al pueblo. Esta laicidad es respeto del Estado a las diferencias religiosas, no sometimiento a una iglesia. 

Es un rancio laicismo negarse a reconocer más libertad religiosa para todos. Es contrario a la laicidad impedir que podamos ser dueños de una emisora de radio o televisión. Es miedo a la Iglesia amordazarnos y amenazarnos con multas y otras penalidades, cuando criticamos algunas leyes, o advertimos ideologías contrarias a la fe y a la moral católicas en candidatos en tiempos electorales. Todos tienen libertad para decir lo que quieran, menos nosotros. ¿Esa negación de nuestro derecho a la libertad religiosa, es el laicismo que quieren reforzar? ¿Esos son los adalides del progreso? ¡Volveríamos a la Constitución de 1917! 

ACTUAR

Legisladores y gestores de opinión pública: Disciernan lo que implica la verdadera libertad religiosa y no la limiten. Escuchen las voces de quienes podemos ofrecer otras luces. Diputados católicos y evangélicos: Conozcan más su religión y no oculten la fe que recibieron en el bautismo. No antepongan intereses partidistas a los valores del Evangelio. Sean testigos de Cristo.

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ZENIT Staff

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