Hambre y sed de Dios

Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas

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SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 2 de abril de 2011 (ZENIT.org). – Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con el título «Hambre y sed de Dios».

* * *

VER

¿Qué buscan quienes cambian de religión? Muchos lo hacen porque tienen hambre y sed de Dios. No se alejan de su iglesia en que nacieron porque sean malos, tengan intereses torcidos, o huyan del compromiso social de la fe, sino porque quieren encontrar más de cerca a Dios. Tienen ansia de algo o Alguien que cure su dolor que les desespera, que llene el vacío que sienten, que les ayude a superar su insatisfacción, que mitigue su angustia y soledad que les atormenta. Unos, aprisionados por el alcohol y la droga, quieren liberarse y acuden a cualquier centro religioso que le dé consuelo y esperanza, de tinte carismático católico o protestante, o a uno de tantos nuevos cultos que han surgido, y que fincan su éxito en ofrecer salud y prosperidad.

Estamos en un supermercado de religiones. Pululan por todas partes grupos con líderes de grandes dotes comunicativas y teatrales, como uno originario de Puerto Rico y residente en Miami, que, en forma contradictoria, proclama ser Jesucristo hombre, y al mismo tiempo se dice «anticristo»; pide a sus seguidores que se marquen con el 666, signo apocalíptico de la «bestia», el gran enemigo de Cristo. Dice que todos, empezando por Pablo y los demás apóstoles, hemos estado equivocados. ¡Hasta que él llegó, llegó la verdad! ¡Y hay quienes lo siguen! Alejados e ignorantes de su fe original, o decepcionados por algún mal trato, buscan ansiosamente quien les dé ánimo y seguridad.

Esto indica que la gente busca a Dios. Aumentan los que se declaran sin religión, pero son más quienes van tras nuevas religiones. Quizá quieren un Dios a su medida. O su Iglesia los deja insatisfechos. O no hemos sabido ofrecerles los enormes tesoros espirituales que tenemos. Una laica colombiana, universitaria, nos dijo a los obispos en Aparecida que les habláramos más de Dios… Un sacerdote de Bogotá afirma que muchos obispos, sacerdotes y religiosas no hablamos de Jesucristo… ¿Qué nos dice todo esto?

JUZGAR

Jesucristo nos dejó en su Iglesia una fuente exuberante de vida eterna, que sacia nuestra hambre y sed de eternidad y trascendencia. Si estamos convencidos de que El es el único Camino, el único Salvador, la única Vida, la única Verdad, contagiaremos siempre esta convicción que da sentido y plenitud a nuestra vida y vocación. Que no busquen en otras fuentes lo que nosotros tenemos en abundancia.

Dice el Papa Benedicto XVI: «Jesús es la Palabra viva de Dios. Cuando enseñaba, la gente reconocía en sus palabras la misma autoridad divina, sentía la cercanía del Señor, su amor misericordioso, y alababa a Dios. En toda época y en todo lugar, quien tiene la gracia de conocer a Jesús, especialmente a través de la lectura del santo Evangelio, queda fascinado con él, reconociendo que en su predicación, en sus gestos, en su Persona, él nos revela el verdadero rostro de Dios, y al mismo tiempo nos revela a nosotros mismos, nos hace sentir la alegría de ser hijos del Padre que está en el cielo, indicándonos la base sólida sobre la cual debemos edificar nuestra vida.

Pero a menudo el hombre no construye su obrar, su existencia, sobre esta identidad, y prefiere las arenas de las ideologías, del poder, del éxito y del dinero, pensando encontrar en ellos estabilidad y la respuesta a s la insuprimible demanda de felicidad y de plenitud que lleva en su alma. ¡Cristo es la roca de nuestra vida! El es la Palabra eterna y definitiva que no hace temer ningún tipo de adversidad, de dificultad, de molestia… Os exhorto a dedicar tiempo cada día a la Palabra de Dios, a alimentaros de ella, a meditarla continuamente. Es una ayuda preciosa también para evitar un activismo superficial, que puede satisfacer por un momento el orgullo, pero que al final nos deja vacíos e insatisfechos» (6-III-2011).

ACTUAR

Apasionémonos más por Jesucristo y contagiemos a otros de esta nuestra fe. No le busquemos tantas explicaciones justificatorias a las deserciones de creyentes, para seguir siendo y haciendo lo mismo de siempre, sin convertirnos pastoralmente. No nos hagamos sordos a los signos de los tiempos, en los cuales el Espíritu nos puede estar invitando a una renovación personal y eclesial.

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ZENIT Staff

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