Hay esperanza y Resurrección

El pesimismo no lleva a nada. No todo está mal. Nuestros países no dependen sólo de los gobiernos, sino ante todo de nosotros mismos

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VER

En muchas partes se oyen lamentos, quejas, insultos, descalificaciones y críticas contra todo y contra todos. Pareciera que nada está bien, que todas las reformas aprobadas por el Congreso son un grave daño para el país, que tenemos un Estado fallido, que todo es corrupción, que no se puede esperar nada de los gobiernos actuales, etc. Se siembra pesimismo, derrotismo y desconfianza. Dicen que no avanzamos, que estamos cada vez peor, al borde de un abismo social, económico y político. En este largo y pesado tiempo de precampañas políticas, los partidos elaboran sus mejores artificios publicitarios para reprobar el presente y presentarse como los redentores del pueblo, los únicos justos, los que saben hacer bien las cosas.

Es verdad que el sistema en que estamos metidos es inequitativo y genera exclusión, pero decir que todo está mal, me parece una exageración no realista. Llevo 24 años en Chiapas, y aunque es innegable e inocultable la marginación, doy testimonio de que ha habido muchas mejoras en muchos aspectos sociales.

También contra la Iglesia llueven descalificaciones. Algunos de la tradición y la costumbre se quejan porque las cosas ya no son como en tiempos pasados; la Semana Santa ya no se respeta como antes; en las predicaciones se habla de situaciones actuales, siendo que antes sólo se hablaba del cielo y de la otra vida. Otros, por lo contrario, quisieran que los ministros de culto encabezáramos la rebelión social y desprecian la oración, la confesión, los sacramentos y las celebraciones, como si fueran una pérdida de tiempo y una enajenación, como si con ellas apuntaláramos el sistema corrupto en que vivimos. No faltan quienes se escudan en los reales pecados de los ministros, para no acercarse a Dios ni a su Iglesia, y se quedan con su amargura y su resentimiento.

Las fiestas de la Resurrección de Cristo, sin embargo, nos alientan en la esperanza. No todo está mal, ni todo está perdido.

PENSAR

El Papa Francisco dijo en estas fiestas pascuales: Jesús, con su sacrificio, ha transformado la más grande iniquidad en el amor más grande. A lo largo de los siglos hay hombres y mujeres que con el testimonio de su existencia reflejan un rayo de este amor perfecto, pleno, sin contaminar.

A veces la oscuridad  de la noche parece penetrar en el alma; a veces pensamos: ‘ya no hay nada que hacer’, y el corazón no encuentra la fuerza para amar. Pero precisamente en esa oscuridad Cristo enciende el fuego del amor de Dios: un resplandor rompe la oscuridad y anuncia un nuevo inicio. Algo comienza en la oscuridad más profunda. Pero precisamente en esa oscuridad es Cristo quien vence y quien enciende el fuego del amor.  ¡Este es el gran misterio de la Pascua! Cristo ha vencido y nosotros con Él. Como cristianos somos llamados a ser centinelas de la mañana, que saben ver los signos del Resucitado, como han hecho las mujeres y los discípulos que acudieron al sepulcro al alba del primer día de la semana” (1-IV-2015).

ACTUAR

Hemos de ser nobles de mente y de corazón para reconocer que hay muchas cosas buenas entre nosotros: Hay muchos padres de familia que son responsables y cumplen sus obligaciones. Hay jóvenes nobles, estudiosos, trabajadores y solidarios con los pobres. Hay políticos sinceros, que en verdad buscan y procuran el bien del pueblo. Hay maestros que se entregan a su labor educativa, empresarios que tienen conciencia social, comunicadores a quienes interesa la justicia y la verdad, líderes que sirven a sus agremiados, ciudadanos que se preocupan por el bien común. No todo está perdido ni podrido.

La gran mayoría de sacerdotes, religiosas, diáconos, seminaristas, catequistas y apóstoles seglares, aman de corazón a los pobres, luchan por los derechos de los débiles, promueven la dignidad de las mujeres, alientan la participación plena de los indígenas, son fieles servidores de la comunidad.

México no depende sólo de los gobiernos, sino ante todo de nosotros mismos. No seamos plañideras permanentes, ni quejumbrosos sistemáticos, sino hagamos cada quien lo que nos corresponde, y habrá resurrección, vida digna para todos.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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