«Hay que enamorarse una y otra vez»

Entrevista al abogado y escritor Javier Vidal-Quadras

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BARCELONA, viernes, 29 septiembre 2006 (ZENIT.org).- Abogado y padre de siete hijos, Javier Vidal-Quadras Trias de Bes cuenta a Zenit el contenido de su libro «Después de amar te amaré», publicado por «EUNSA».

Para este abogado, que ofrece orientación familiar, una de las mayores dificultades en su labor de orientación familiar es «convencer a los padres -varones- de la conveniencia de formarse como padres y como esposos».

–«Después de amar te amaré». El título de su libro es sugerente. ¿Por qué optó por esta frase?

–Vidal-Quadras: Quería transmitir la idea de que el amor verdadero no termina nunca y es capaz de trascender el tiempo, elemento que fortalece el auténtico amor, pero puede erosionar el amor aparente. Y digo aparente, no falso, porque el sentimiento que se esconde tras esa apariencia de amor es casi siempre sincero, aunque insuficiente.

Normalmente, se obtiene lo que se pone: si se pone un amor a término, se obtendrá un amor a término; si pone un amor para siempre… «Amar después de amar» no es otra cosa que volver una y otra vez a nuestro amor, porque el amor sólo muere cuando nosotros decidimos matarlo.

–¿Cuál es su mayor dificultad en su labor de orientación familiar?

–Vidal-Quadras: Una de las mayores dificultades es convencer a los padres, ahora me refiero especialmente a los varones, de la conveniencia de formarse como padres y como esposos. La formación se confunde muy a menudo con la información, y se piensa que escuchando cuatro conferencias, o leyendo algunos buenos libros queda un formado para siempre.

El reto consiste en transformar esos conocimientos en vida vivida; por eso, en la orientación familiar es muy importante crear las condiciones que permitan a los padres poner en práctica y contrastar esos conocimientos, desarrollando su propio proyecto matrimonial y familiar, que no es igual a ningún otro, aunque de todos aprende.

–En su libro aborda el enamoramiento como una fase –inteligente y reflexiva–, en la que todo está en función de una palabra, un guiño etc. Y después habla del amor. ¿Son estadios separados, o caras de una misma moneda?

-Vidal-Quadras: El enamoramiento es un elemento esencial en el amor. Hay que amar apasionadamente… ¡siempre! Un hombre o una mujer sin pasiones no son humanos, pero la pasión adopta modos y formas muy variadas en cada persona y en cada momento.

Afirma Armando Segura que, en el amor, como en todo, el secreto de la desgracia es considerar el punto de partida como punto de llegada; y el de la felicidad, considerar el punto de llegada como punto de partida: llego siempre para partir y, por lo tanto, nunca acabo de llegar. No he conquistado el amor, sino que hoy, no importa el día que sea, empiezo a realizarlo, a actualizarlo y a proyectarlo una vez más hacia el futuro.

El hombre que se limita a conservar (el conservador por naturaleza) es un desgraciado, pues no tiene tarea. Hay que enamorarse una y otra vez. A menudo el papel de la voluntad es el de optimizar los sentimientos, es decir, dirigirlos al amor, provocarlos cuando languidecen e invocarlos una y otra vez, pues en la naturaleza humana (a diferencia de la divina o de la angélica) la voluntad no es capaz de amar de forma cabal, propiamente humana, sin el auxilio del sentimiento, de la sensualidad.

Es decir, la voluntad humana necesita los sentimientos para ser ella misma. Amar sólo con la voluntad es sobrehumano, no nos corresponde. Fíjese en los místicos: aman a un espíritu puro y han alcanzado las más altas cotas de sensibilidad, dando a la poesía sus mejores momentos, los más «sentimentales», en el sentido hondo de la expresión.

–«O amamos a la persona cabalmente, en su integridad física, espiritual, cronológica, espacial… o no amamos». Hoy día esta integridad y este «para siempre» se discuten. ¿Cómo se puede recobrar el sentido del «para siempre» sin que sea percibido como un peso?

–Vidal-Quadras: Hay que adentrarse sin miedo en el plano de la intimidad… y quemar las naves. Mientras contemplemos el amor como una convivencia y nos movamos en el ámbito del equilibrio y la compensación continuas («yo haré esto y tú lo otro», «yo eso porque tú aquello») nunca accederemos al amor.

El que ama no da al otro lo que le corresponde, ni más de lo que le corresponde, ni siquiera más de lo que nunca hubiera podido soñar, porque no es cuestión de cantidades, ni de calidades, sino de entidades. El que ama se da a sí hasta el extremo de dejar de «ser» él solo: ya no son dos sino uno, porque no quiere ya ser (existir) sin el otro: el amor instaura una única biografía común.

Sólo así, desde la gratuidad del amor, se puede acoger al amado cuando no puede o no quiere dar. Si usted se rompe la pierna derecha: ¿acaso la izquierda le reprochará el sobreesfuerzo que ha tenido que hacer el tiempo en que su «compañera» estaba enyesada? Al contrario: continuará esforzándose para que se reponga lo mejor posible sin llevar cuentas, porque sabe que, en esos momentos, todo depende de ella y se fortalece con esa entrega.

Así es el amor cuando el «nosotros» trasciende al «tú» y al «yo»: el que ama da siempre…, y espera recibir, claro está, porque la correspondencia es propia del amor y es más completo el amor correspondido que el que no lo es, pero no lo pone como condición.

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ZENIT Staff

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