Holanda: la pesadilla de la eutanasia para pobres y enfermos

Habla el presidente de la Federación Mundial de Médicos que respetan la Vida

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LA HAYA, 5 dic (ZENIT.org).- La legalización de la eutanasia en Holanda ha provocado reacciones dispares: mientras grupos liberales aplauden la medida; otras personas, especialmente enfermos o pobres, llevan siempre en el bolsillo una declaración en la que se oponen a ser sometidos a la eutanasia.

Con esta declaración de negación de la «licencia para matar», que pretende aprobar definitivamente el Senado holandés, muchas personas pretenden prevenir situaciones en los que, al estar en estado de inconsciencia, otros podrían decidir el final de su vida por ellos: médicos o incluso sus mismos familiares.

La noticia aparece hoy en el diario italiano Avvenire, que ofrece una amplia entrevista con el presidente de la Federación Mundial de Médicos que respetan la Vida, el doctor Karel Gunning, holandés, quien hace revelaciones sorprendentes sobre la otra cara de la moneda de la «dulce muerte».

El profesor, quien comprende bien a estas personas, pues es anciano y padece Parkinson, citando el Informe Remmelink, de 1991, calcula que existían en el país unos dos mil casos de auténtica eutanasia al año. Una cifra que en 1996 aumentó a tres mil, un incremento del 30%. En estos momentos las cifras oficiales hablan de 3.200 eutanasias al año.

La ley, concluye, no hace más que legalizar lo que hasta ahora se hacía a escondidas de la ley. «Al principio hacía falta la explícita petición del paciente –explica el profesor Gunning–, ahora se puede suprimir a los comatosos y a los niños con graves malformaciones. Antes, la eutanasia se admitía sólo en pacientes terminales, pero después se amplío a las personas con depresión psíquica».

El caso tuvo lugar en la cuidad de Assen, en la primavera de 1993. Un tribunal de tres magistrados holandeses absolvió a un psiquiatra que había colaborado en el suicidio de su paciente, una mujer de 50 años perfectamente sana que había perdido a sus dos hijos y acababa de divorciarse. El tribunal dictaminó que el psiquiatra, el doctor Boudewijn Chabot, actuó legítimamente porque su paciente era competente para tomar libremente la decisión de morir, que su sufrimiento era irremediable y que el facultativo había cumplido el requisito legal de fuerza mayor, que le obligó a dar precedencia al bienestar de su paciente sobre la letra de la ley, que formalmente prohibía el suicidio asistido y la eutanasia.

Luego, en otro caso, la eutanasia «benefició» a una joven de 25 años, que sufría anorexia mental –continúa revelando Gunning–. Y recientemente un senador socialista de 86 años, Edward Brongersma, pidió y obtuvo que «acabaran» con él no porque estuviera enfermo o deprimido sino porque estaba cansado de vivir.

El presidente de la Federación Mundial de Médicos que respetan la Vida considera que «el camino de la muerte se abrió en 1971, cuando la Asociación de los Médicos Holandeses admitió el aborto. Se removió así el pilar de la ética profesional, la defensa de la vida humana sin condiciones».

«Y, cuando se acepta matar en un solo caso –añade–, como «única solución», se acabará por encontrar centenares de otros casos en los que la «solución» de matar se hace aceptable».

El profesor cita casos documentados: «Conozco a un oncólogo que trataba a una paciente con cáncer en el pulmón. Sufrió una crisis respiratoria que hizo necesaria la hospitalización. La paciente se rebela: «no quiero la eutanasia», imploraba. El médico le aseguró que no; la acompañó él mismo a la clínica; la vigiló. Tras 36 horas, la paciente respira normalmente, las condiciones generales mejoraron. El médico se fue a dormir. A la mañana siguiente, no encontró a la enferma en su cama: un colega había «acabado» con ella porque faltaban camas libres».

«La gente tiene miedo», denuncia y, entre otros, narra el caso preocupante de un anciano paciente, hospitalizado en agonía. «El hijo pide a los médicos que «aceleren el proceso», de modo que el funeral del padre pueda tener lugar antes de su viaje de vacaciones al extranjero, que ya reservado –explica el presidente de la Federación Mundial de Médicos que respetan la Vida–. Los médicos lo hacen y aumentan la morfina. Pero horas después, el paciente se sentó en la cama y además de buen humor. ¡Finalmente había tenido la suministración de morfina suficiente para calmar sus dolores y estaba mejor! Episodios de este tipo se cuentan entre los médicos como si fueran normales. Como si fuese normal matar a un paciente para complacer a los familiares».

Ante esta situación, la Federación de médicos dirigida por el profesor Gunning ha presentado a la ONU la propuesta de añadir un anexo a la Declaración de los Derechos Humanos que diga: «Cada Estado tiene el deber de proteger la vida de todos sus ciudadanos sin discriminaciones».

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ZENIT Staff

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