Homilía del Papa en el Santuario de Pompeya

CIUDAD DEL VATICANO, martes 21 de octubre de 2008 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el texto completo de la homilía pronunciada por el Papa Benedicto XVI el pasado domingo en la plaza del Santuario de Nuestra Señora de Pompeya.

 

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¡Queridos hermanos y hermanas!

Siguiendo las huellas del Siervo de Dios Juan Pablo II, he venido de peregrinación hoy a Pompeya para venerar, junto a vosotros, a la Virgen María, Reina del Santo Rosario. He venido, en particular, para confiar a la Madre de Dios, en cuyo seno el Verbo se hizo carne, la Asamblea del Sínodo de los Obispos que se está celebrando actualmente en el Vaticano, sobre el tema de la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia, Mi visita coincide también con la Jornada Misionera Mundial: contemplamos en María a Aquella que ha acogido en sí el Verbo de Dios y lo ha dado al mundo, rezaremos en esta Misa por cuantos en la Iglesia gastan sus energías en servicio del Evangelio en todas las naciones. ¡Gracias, queridos hermanos y hermanas, por vuestra acogida! Os abrazo a todos con afecto paterno y os agradezco por las oraciones que desde aquí eleváis incesantemente al Cielo por el Sucesor de Pedro y por las necesidades de la Iglesia universal.

Dirijo, en primer lugar, un cordial saludo al arzobispo Carlo Liberati, Prelado de Pompeya y Delegado Pontificio para el Santuario, y le agradezco las palabras con que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos. Mi saludo se extiende a las autoridades civiles y militares presentes, de modo especial al Representante del Gobierno, al Ministro para los Bienes Culturales y al Alcalde de Pompeya, quien a mi llegada ha querido dirigirme deferentes expresiones de bienvenida en nombre de todos los ciudadanos. Saludo a los sacerdotes de la Prelatura, a los religiosos y religiosas que ofrecen su servicio cotidiano en el Santuario, entre quienes quiero mencionar a las Hermanas Dminicas Hijas del Santo Rosario de Pompeya y los Hermanos de las Escuelas Cristianas; saludo a los voluntarios que trabajan en los distintos servicios y a los apóstoles llenos de celo de la Virgen del Rosario de Pompeya. ¿Y cómo olvidar, en este momento, a las personas que sufren, los enfermos, los ancianos solos, los jóvenes en dificultad, los encarcelados, a cuantos viven en duras condiciones de pobreza y malestar social y económico? A todos y a cada uno de ellos quisiera asegurar mi cercanía espiritual y hacerles llegar el testimonio de mi afecto. Cada uno de vosotros, queridos hermanos y habitantes de esta tierra, y también vosotros que estáis unidos espiritualmente a esta celebración a través de la radio y la televisión, os confío a María y os invito a confiar siempre en su apoyo materno.

Dejemos ahora que sea Ella, nuestra Madre y Maestra, quien nos guíe en la reflexión sobre la Palabra de Dios que hemos escuchado. La primera lectura y el Salmo responsorial expresan la alegría del pueblo de Israel por la salvación dada por Dios, salvación que es liberación del mal y esperanza de vida nueva. El oráculo de Sofonías se dirige a Israel, a quien se dirige con los apelativos de “hija de Sión” e “hija de Jerusalén”, y a quien invita a la alegría: “¡Alégrate… grita de gozo… exulta!” (Sof 3, 14). Es el mismo saludo que el ángel Gabriel dirige a María, en Nazaret: “Alégrate, llena de gracia” (Lc 1, 28). “No temas, Sión” (Sof 3, 16), dice el Profeta; “No temas, María” (Lc 1, 30), dice el ángel. Y el motivo de confianza es el mismo: “El Señor, tu Dios, en medio a tí/ es un salvador poderoso” (Sof 3, 17), dice el Profeta; “el Señor está contigo” (Lc 1, 28), asegura el Ángel a la Virgen. También el cántico de Isaías concluye así: “Canta y exulta, tu que vives en Sión / porque grande es en medio de ti el Santo de Israel” (Is 12, 6). La presencia del Señor es fuente de gozo, porque donde está Él, el mal es vencido, triunfan la vida y la paz. Quisiera subrayar, en particular, la estupenda expresión de Sofonías, que dirigiéndose a Jerusalén dice: el Señor “te renovará con su amor” (3, 17). Sí, el amor de Dios tiene este poder: de renovarlo todo, a partir del corazón humano, que es su obra maestra y donde el Espíritu Santo obra mejor su acción transformadora. Con su gracia, Dios renueva el corazón del hombre perdonando su pecado, lo reconcilia e infunde en él el empuje hacia el bien. Todo esto se manifiesta en la vida de los santos, y lo vemos en particular en la obra apostólica del beato Bartolo Longo, fundador de la nueva Pompeya. Y así abrimos en esta hora también nuestro corazón a este amor renovador el hombre y de todas las cosas.

Desde sus inicios, la comunidad cristiana ha visto, en la personificación de Israel y de Jerusalén en figura femenina, un significativo y profético acercamiento a la Virgen María, la cual es reconocida precisamente como “hija de Sión” y arquetipo del pueblo que “ha encontrado gracia” a los ojos del Señor. Es una interpretación que encontramos en el relato evangélico de las Bodas de Caná (Jn 2, 1-11). El evangelista Juan saca a la luz simbólicamente que Jesús es el esposo de Israel, del nuevo Israel que somos nosotros en la fe, el esposo venido a traer la gracia de la nueva Alianza, representada por el “vino bueno”. Al mismo tiempo, el Evangelio resalta también el papel de María, que al principio es llamada “la madre de Jesús”, pero a quien el Hijo mismo llama “mujer” -y esto tiene un significado muy profundo: implica de hecho que Jesús, para maravilla nuestra, antepone a la parentela el vínculo espiritual, según el cual María personifica a la esposa amada del Señor, es decir, el pueblo que él se ha elegido para irradiar su bendición sobre toda la familia humana. El símbolo del vino, unido al del banquete, vuelve a proponer el tema de la alegría y de la fiesta. Además el vino, como las otras imágenes biblicas de la viña y de la vid, alude metafóricamente al amor: Dios es el viñador, Israel es la viña, una viña que encontrará su realización perfecta en Cristo, del cual nosotros somos los sarmientos; el vino es el fruto, es decir, el amor, porque precisamente el amor es lo que Dios espera de sus hijos. Y oremos al Señor, que dio a Bartolo Longo la gracia de traer el amor a esta tierra, para que también nuestra vida y nuestro corazón traigan este fruto de amor y renueven así la tierra.

Al amor exhorta también el apóstol Pablo en la segunda lectura, tomada de la Carta a los Romanos. Encontramos delineado en esta página el programa de vida de una comunidad cristiana, cuyos miembros han sido renovados por el amor y se esfuerzan en renovarse continuamente, para discernir siempre la voluntad de Dios y no reacer en el conformismo de la mentalidad mundana (cfr. 12, 1-2). La nueva Pompeya, aunque con los límites de toda realidad humana, es un ejemplo de esta nueva civilización, surgida y desarrollada bajo la mirada maternal de María. Y la característica de la civilización cristiana es precisamente la caridad: el amor de Dios que se traduce en amor al prójimo. Entonces, cuando Pablo escribe a los cristianos de Roma: “Con un celo sin negligencia; con espíritu fervoroso; sirviendo al Señor (12,11) nuestro pensamiento se dirige a Bartolo Longo y a tantas iniciativas de caridad llevadas a cabo por él hacia los hermanos más necesitados. Empujado por el amor, fue capaz de proyectar una nueva ciudad, que surgió en torno al Santuario Mariano, casi como irradiación de la luz de su fe y esperanza. Una ciudadela de María y de la caridad, no aislada del mundo, no, como suele decirse, una “catedral en el desierto”, sino inserta en el territorio de este Valle para rescatarlo y promoverlo. La historia de la Iglesia, gracias a Dios, está rica de experiencias de este tipo, y también hoy se encuentran muchas en todas partes del mundo. Son experiencias de fraternidad, que muestran el rostro de una sociedad distinta, puesta como fermento dentro del contexto civil. La fuerza de la caridad es irresistible: ¡es el amor el que verdaderamente mueve el mundo!

¿Quién habría podido pensar que aquí, junto a los restos de la antigua P
ompeya, habría surgido un Santuario mariano de alcance mundial? ¿Y tantas obras sociales dirigidas a traducir el Evangelio en servicio concreto a las personas más en dificultad? ¡Donde Dios llega, el desierto florece! También el beato Bartolo Longo, con su conversión personal, dio testimonio de esta fuerza espiritual que transforma al hombre interiormente y lo hace capaz de hacer grandes cosas según el designio de Dios. La circunstancia de su crisis espiritual y de su conversión aparece hoy de grandísima actualidad. Él, de hecho, en el periodo de sus estudios universitarios en Nápoles, influenciado por filósofos inmanentistas y positivistas, se había alejado de la fe cristiana convirtiéndose en un anticlerical militante y dándose también a prácticas espiritistas y supersticiosas. Su conversión, con el descubrimiento del verdadero rostro de Dios, contiene un mensaje muy elocuente para nosotros, porque por desgracia estas tendencias no faltan en nuestros días. En este año Paulino me gusta subrayar que también Bartolo Longo, como san Pablo, fue transformado de perseguidor en apóstol: apóstol de la fe cristiana, del culto mariano y, en particular, del Rosario, en el que encontró una síntesis de todo el Evangelio.

Esta ciudad refundada por él es por tanto una demostración histórica de cómo Dios transforma el mundo: recolmando de caridad el corazón de un hombre y haciendo de él un motor de renovación religiosa y social. Pompeya es un ejemplo de cómo la fe puede obrar en la ciudad del hombre, suscitando apóstoles de caridad que se ponen al servicio de los pequeños y de los pobres, y que actúan para que también los últimos sean respetados en su dignidad y encuentren acogida y promoción. Aquí en Pompeya se entiende que el amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables. Aquí el genuino pueblo cristiano, la gente que afronta la vida con sacrificoi cada día, encuentra la fuerza de perseverar en el bien sin descender a compromisos. Aquí, a los pies de María, las familias encuentran o refuerzan la alegría del amor que las mantiene unidas. Oportunamente, por tanto, tuvo lugar hace exactamente un mes, en preparación de mi visita, una “peregrinación de las familias por la familia”, para confiar a la Virgen esta célula fundamental de la sociedad. ¡Que la Virgen Santa vele sobre cada familia y sobre todo el pueblo italiano!

Este Santuario y esta ciudad continuan estando vinculados sobre todo a un don singular de María: la oración del Rosario. Cuando, en la célebre pintura de la Virgen de Pompeya, vemos a la Virgen Madre y a Jesús Niño que entregan las coronas respectivamente a santa Catalina de Siena y a Santo Domingo, comprendemos en seguida que esta oración nos conduce, a travñes de María, a Jesús, como nos enseñó también el querido Papa Juan Pablo II en la carta Rosarium Virginis Mariae, en la que se refiere explícitamente al beato Bartolo Longo y al carisma de Pompeya. El Rosario es oración contemplativa accesible a todos: grandes y pequeños, laicos y clérigos, cultos y poco instruidos. Es vínculo espiritual con María para permanecer unidos a Jesús, para conformarse a Él asimilar sus sentimientos y comportarse como Él se ha comportado. El Rosario es “arma” espiritual en la lucha contra el mal, contra toda violencia, por la paz en los coraziones, en las familias, en la sociedad y en el mundo.

Queridos hermanos y hermanas, en esta Eucaristía, fuente inagotable de vida y de esperanza, de renovación personal y social, damos gracias a Dios porque en Bartolo Longo nos ha dado un testigo luminoso de esta verdad evangélica. Y volvemos una vez más nuestro corazón a María con las palabras de la Súplica, que dentro de poco recitaremos juntos: “Tú, Madre nuestra, eres nuestra Abogada, nuestra esperanza, ten piedad de nosotros… Misericordia para todos, oh Madre de misericordia”.. Amén

[Traducción del italiano por Inma Álvarez

© Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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