Homilía del papa en la celebración en el cementerio de El Verano

El santo padre improvisó y recordó la esperanza que significa el cielo. Y a anclar la vida a Jesús que nunca nos desilusiona

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A esta hora antes del ocaso, en este cementerio, nos recogemos y pensamos en nuestro futuro, pensemos en todos aquellos que se fueron, que nos precedieron en la vida y están en el Señor.

Es tan linda esa visión del cielo que escuchamos en la primera lectura. El Señor Dios, la belleza, la bondad, la verdad, la ternura, el amor pleno, nos espera esto. Y quienes nos precedieron y murieron en el Señor están allá, proclaman que fueron salvados no por sus obras. Las hicieron, pero fueron salvados por el Señor. La salvación pertenece a nuestro Dios, es él quien nos salva y nos lleva de la mano como un papá y en el final de nuestra vida, a ese cielo en el que están nuestros antecesores.

Uno de los ancianos hace una pregunta: ¿Quienes son estos vestidos de blanco, estos justos y estos santos que están en el Cielo? Son aquellos que vienen de la gran tribulación y lavaron sus vestidos volviéndolos cándidos en la sangre del cordero. Solamente podemos entrar en el cielo gracias al sangre del cordero, gracias a la sangre de Cristo. Es la sangre de Cristo que nos ha justificado y abierto las puertas del cielo. Y si hoy recordamos a estos hermanos y hermanas que nos precedieron en el cielo es porque fueron lavados por la sangre de Cristo. Y esta es nuestra esperanza, la esperanza en la sangre de Cristo y esta esperanza no nos desilusiona. Si vamos en la vida con el Señor, él no nos desilusiona nunca.

Juan le decía a sus discípulos. Vean que gran amor tuvo el Padre para llamarnos hijos de Dios, lo somos. Por ello el mundo no nos conoce: somos hijos de Dios. Pero lo que seremos aún no ha sido revelado. Y mucho más. Y cuando se habrá manifestado seremos similares a él porque lo veremos como él es. Ver a Dios, ser similares a Dios, esta es nuestra esperanza.

Y hoy, justamente en el día de los santos, antes del día de los muertos es necesario pensar a la esperanza, esta esperanza que nos acompaña en la vida. Los primeros cristianos pintaban la esperanza con un ancla. Como si la vida fuera el ancla en aquella orilla y todos nosotros vamos sujetando la cuerda. Es una hermosa imagen esta esperanza. Tener el corazón anclado allá en donde están los nuestros, donde están nuestros antecesores, los santos, donde está Jesús y donde está Dios.

Y esta es la esperanza, la esperanza que no desilusiona. Y hoy y mañana son días de esperanza. La esperanza es un poco como la levadura que hace ampliar el alma, pero hay momentos difíciles en la vida, pero el alma va adelante y mira lo que nos espera. Hoy es un día de esperanza. Nuestros hermanos y hermanas están en la presencia de Dios y también nosotros estaremos allí por pura gracia del Señor si caminamos por la vía de Jesús. Y concluye el apóstol: ‘quien tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo. La esperanza también nos purifica, nos aliviana, nos hace ir deprisa. Esta purificación en la esperanza en Jesucristo’.

En este pre atardecer de hoy cada uno de nosotros puede pensar al ocaso de su vida. Pensemos, el mío, el tuyo, el tuyo, etc. Todos nosotros tendremos un atardecer, todos. ¿Lo miro con esperanza, con esa alegría de ser recibido por el Señor como es la del cristiano?

Y esto nos da paz. Este es un día de gloria, pero de una gloria serena, tranquila, de la paz. Pensemos alatardecer de tantos hermanos y hermanos que nos antecedieron, pensemos a  nuestro atardecer cuando llegará, y pensemos a nuestro corazón y preguntémonos: ¿dónde está anclado mi corazón? Y si no está anclado bien anclémoslo allá en aquella orilla, sabiendo que la esperanza no desilusiona, porque el Señor Jesús no desilusiona.

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ZENIT Staff

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