Homilía del patriarca de Jerusalén en la Nochebuena

Durante la celebración eucarística presidida en Belén

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BELÉN, jueves, 25 diciembre 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la homilía que pronunció su beatitud Fouad Twal, patriarca latino de Jerusalén, en la Misa del Gallo durante la Nochebuena de 2008.

 

 

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«El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz» (Is 9, 2)

Queridos hermanos y hermanas, Queridos amigos,En mi nombre y en el de los habitantes de Belén, saludo a nuestros huéspedes y a los peregrinos de Tierra Santa. Saludo al señor Presidente de la Autoridad Palestina y a la Delegación que lo acompaña. Os deseo a todos una feliz fiesta y un nuevo año de paz, estabilidad y seguridad.

Las tinieblas cubrían el universo y todos los pueblos de la tierra eran esclavos del mal y del pecado, este país estaba doblegado bajo el yugo del Imperio romano, y el pueblo esperaba a un Salvador que restaurase la monarquía y le devolviese su libertad. En aquella noche, la voluntad de Dios entró en la historia humana por la Encarnación de Cristo Jesús, Hijo de Dios y de la Virgen María. Se cumplió el tiempo. La redención comenzó…

Un decreto ha sido emitido por César Augusto que manda censar a todos los habitantes del Imperio romano, cada uno en su país de origen. En la ciudad de Beit Sahour, los pastores velan sobre sus rebaños. La noche es tenebrosa y fría, sin luna. El universo no puede esperar más… cuando de improviso resplandece la luz y el coro de los Ángeles se aparece cantando: «Gloria a Dios en el Cielo y paz en la Tierra a los hombres que Él ama» (Lc 2, 14) anunciándoles a la vez a los pastores: «Hoy os ha nacido un Salvador» (Lc 2, 11).

En esta noche, Cristo divide la historia en dos: desde ahora, hay un antes de Él y un después de Él. Lo que era imposible antes de Él llega a ser posible. Esta Noche bendita que ha cambiado el curso la historia, la celebramos hoy con el corazón lleno de alegría. Nosotros que hemos venido de diferentes países, de cerca y de lejos, como los pastores, esta Noche abrazamos el Niño de la Gruta para adorarlo y agradecerle por haber iluminado nuestra historia humana por su Encarnación.

¡Bienvenido sea este Niño Divino! ¡Bienvenido el mensaje de Navidad, la alegría de Navidad y a los regalos de Navidad que devuelven la sonrisa sobre las caras de los pequeños y de los adultos! Este nuevo Niño es el fruto del Amor del Padre Eterno por el género humano, Amor que quiere para nosotros más de lo que queremos nosotros para nosotros mismos: la paz, que hemos perdido y que nos hemos resignado a perder; la mutua caridad que ya no existe, hasta el punto que ha desaparecido incluso de nuestro vocabulario; el respeto y la dignidad que a menudo han sido demasiado escarnecidas por los malos tratos, los insultos y la sangre.

¡Sí!, ¡Bienvenido sea este Niño que nos recuerda la infancia, la dulzura y la ternura, en un mundo que ama la dureza, que desprecia la debilidad y el miedo, y se place en el odio y la irreverencia!

En esta Noche, el silencio de la Gruta será más fuerte que el estallido de los cañones y de las ametralladoras. El silencio de la Gruta dará vida a aquellos cuyas las lágrimas han ahogado la voz y que se han amparado en el silencio y la impotencia.

Sobre la Estrella que señala el lugar del Nacimiento de Jesús, a algunos metros de aquí, la historia escribió su palabra: «Aquí nació Cristo». ¡Sí!, Aquí en Belén Cristo nació. Aquí los Ángeles cantaron: «¡Gloria a Dios en los Cielos!» y nos anunciaron: «¡Hoy os ha nacido un Salvador!» ¡Tal es la causa de nuestra gran alegría! Pues, como los pastores, nosotros venimos a visitar el lugar del Nacimiento. El Emmanuel está con nosotros… Él ha plantado su tienda entre nosotros… Y nosotros, le debemos donación, obediencia y adoración.

El nacimiento de Jesús suscitó una nueva vida para los pastores y los magos, a quienes Él abrió el corazón e iluminó la ruta y la conciencia: «Y aquí tenéis la señal que os es dada: encontraréis a un recién nacido envuelto en pañales y recostado en un pesebre» (Lc 2, 12). Visitando Belén y el pesebre y adorando al Niño, los pastores se convirtieron en los prototipos de aquéllos que velan y esperan el regreso de su Señor.

Con la conversión de los pastores empezó el proceso de la fe en Dios hecho carne; viniendo a adorar al Niño, Ellos trazaron también el camino de los peregrinos hacia este lugar santo.

Dios ha hecho de Belén su casa y el lugar de su encuentro con los hombres.

Belén, ciudad de la paz, del amor divino y de la reconciliación. Aquel que ha podido curar a los enfermos y resucitar a los muertos es también capaz de reunir a los pueblos en la paz y la seguridad. Aquel que ha enseñado el amor, la justicia y la igualdad, es capaz de hacer de la pobre Gruta una escuela de reconciliación, donde los dirigentes y los responsables de los destinos de los pueblos son instruidos sobre el sentido del bien, de la justicia y de la estabilidad.

La paz es un derecho para todos los hombres; también es la solución a todos los conflictos y a todas las disputas. La guerra no produce la paz, y las prisiones no garantizan la estabilidad. Los más altos muros no aseguran la seguridad. Ni el agresor ni el agredido gozan de paz. La paz es un don de Dios y sólo Dios dona esta paz: «Mi paz os doy» -nos dice Jesús- «y no al modo como el mundo que Yo os la doy» (Jn 14,27).

¡Ay, Niño de Belén, larga es nuestra espera, y estamos cansados de nuestra situación, e incluso cansados de nosotros mismos! Buscamos de todo, menos a Ti; nos apegamos a todo, menos a Ti; escuchamos todo menos Tu voz…. estamos aturdidos por los hermosos discursos y promesas. Las lágrimas de las viudas y de los niños se mezclan con el ruido de los cañones y las ametralladoras, nos parten el corazón y rompen el silencio de la Gruta y del Pesebre…

¡Tenemos tanta necesidad de calma, de silencio! Tenemos una gran necesidad de paz, es cierto, pero sobre todo necesitamos de infancia y de inocencia. ¡Tú, el pobre, a pesar de tu pequeñez, debilidad y pobreza, eres el único capaz de darnos lo que nos falta! ¡Oh Niño de Belén, ven para que la fiesta sea más fiesta!

¡Bienvenido seas Tú!, que nos enseñas que el amor es un martirio continuo, y que el martirio del amor, de la paz y de la justicia no morirá jamás;

¡Bienvenido seas Tú! que nos recuerdas que la riqueza está en el don y en la reconciliación, que la grandeza reside en la humildad y la dulzura;

¡Bienvenido seas Tú! que nos recuerdas por tu nacimiento y tu muerte que el amor sólo construye, y que su fuerza es más potente que todo porque se hace comida para los hambrientos, vestido para los que están desnudos y mano tendida a todos los hombres que cura y reconcilia, lejos de las divisiones, de las cercados y del odio.

En esta Noche bendita, lanzamos a las naciones, a los individuos y a las familias un llamamiento al perdón. Y que Dios, que perdona nuestros pecados, nos de el ánimo, la fuerza y el amor de perdonar a los que nos han ofendido.

¡La Paz sea sobre Belén y sobre todos los habitantes de Tierra Santa! ¡La Paz esté sobre todos los peregrinos y visitantes!¡La Paz esté sobre todos aquellos que buscan la paz!

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ZENIT Staff

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