Homilía del Patriarca Ecuménico Bartolomé I en la Divina Liturgia de San Andrés

ESTAMBUL, jueves, 30 de noviembre de 2006 (ZENIT.org).- Publicamos la homilía pronunciada este jueves por el Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, en la Divina Liturgia de la fiesta del apóstol Andrés, celebrada en la iglesia patriarcal de San Jorge en el Fanar (Estambul), a la que asistió el Papa Benedicto XVI .

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Por la Gracia de Dios, hemos sido bendecidos, Santísimo, a fin de acceder a la alegría del celestial Dominio para «contemplar la luz verdadera y de recibir el Espíritu Celestial». Cada celebración de la Divina Liturgia es una dinámica e inspirada co-liturgia del cielo y la historia. Cada Divina Liturgia es, a la misma vez, una anámnesis del pasado y esperanza del Reino. Estamos convencidos de que durante esta Divina Liturgia una vez más nos trasladamos espiritualmente hacia tres dimensiones: hacia el Reino de los cielos, donde celebran los ángeles; hacia la celebración de la Liturgia a través de los siglos; y hacia el esperado y por venir Reino de Dios.

Esta maravillosa conexión de los cielos con la historia manifiesta que la Liturgia Ortodoxa es la vivencia mística y el profundo convencimiento de que «Cristo entre nosotros, estuvo, está y estará», pues en Cristo existe una profunda relación entre el pasado, el presente y el futuro. De esta manera, la Liturgia es algo más que el mero recuerdo de palabras y acciones de Cristo. Es la realización de la presencia real de éste mismísimo Cristo, el cual prometió que estará siempre en donde se reúnan dos o tres en su nombre.

Al mismo tiempo reconocemos que el Canon de la plegaria es el Canon de la Fe («Lex orando», «Lex credendi»), y que la enseñanza sobre la persona misma de Cristo y sobre la Santa Trinidad ha dejado marcas indelebles en la Liturgia, la cual se constituye dogma inescrutable, «revelado a nosotros en el misterio», de acuerdo a la tan precisa expresión de San Basilio el Grande. Por ello, la Liturgia nos recuerda la necesidad de que lleguemos a la unidad, tanto de la fe, como de la plegaria. Por lo que, inclinamos nuestras rodillas en arrepentimiento y metanoia ante el Dios Vivo, nuestro Señor Jesucristo, del cual el santísimo nombre llevamos, y del cual la túnica sin costuras hemos rasgado. Confesamos con gran tristeza que no podemos todavía celebrar los sacros misterios unidos y oramos por el día, en el cual se ha de realizar plenamente esta unión mistérica.

No obstante, Santidad y hermanos amados en Cristo, esta liturgia del cielo y de la tierra, de la eternidad y del tiempo, nos acerca mutuamente por las bendiciones de la presencia, conjuntamente con todos los santos, de los predecesores de nuestra humildad, San Gregorio el Teólogo y de San Juan Crisóstomo. Es una bendición para nosotros venerar las sacras reliquias de estos dos gigantes espirituales, habiendo recolocado solemnemente éstas este Augusto Templo hace dos años atrás, cuando aquellas nos fueran restituidas de buen grado por el Bienaventurado Papa Juan Pablo II. Exactamente como entonces durante la Fiesta del Trono recibimos con honores y colocamos sus sacras reliquias sobre el trono patriarcal cantando « he aquí Vuestro Trono, oh Santos», asimismo también hoy nos hemos reunimos en su viva presencia y su eterna memoria, celebrando la Liturgia atribuida en honor a San Juan Crisóstomo.

De esta manera, nuestra celebración se identifica con aquella alegre celebración en los cielos y a través de toda la historia. Efectivamente, como San Juan Crisóstomo escribe «común festival se realiza de los celestiales y de los mortales; una eucaristía, un júbilo, un alegre coro». (PG 56, 97). El cielo y la tierra ofrecen una plegaria, una fiesta, una glorificación. La Divina Liturgia es contemporáneamente el Reino Celestial y nuestro hogar, «cielos nuevos y tierra nueva» (Apocalipsis 21, 1), la base y el centro en donde todas las cosas encuentran su verdadero sentido. La Divina Liturgia nos enseña a expandir nuestros horizontes y nuestras propias perspectivas, a hablar el lenguaje del amor y de la comunión, pero también que debemos coexistir en el amor del otro a pesar de todas nuestras diferencias y todavía de nuestras divisiones. En su amplio abrazo es comprendido todo el mundo, la comunión de los santos y toda la creación de Dios. Todo el universo se hace una «liturgia cósmica», para así recordar la enseñanza de San Máximo el Confesor. La Liturgia de esta clase, pues, nunca envejece o ni se desactualiza.

En la multitud de los celestiales bienes y de la filantrópica misericordia de Dios sólo una puede ser nuestra respuesta: el agradecimiento. Efectivamente, eucaristía y doxología son la única respuesta correspondiente de los hombres hacia su Creador. Pues a Él se debe toda gloria, honor y prosternación, al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos.

Acción de gracias ferviente y particular emana de nuestros corazones hacia el Dios filántropo, pues hoy, en la festividad de la memoria del Apóstol fundador y Patrono de nuestra Iglesia, durante la celebración de la liturgia se encuentra presente nuestro Santísimo hermano, el Obispo de la antigua Roma, Benedicto XVI, con su honorable séquito. Saludamos, pues, en agradecimiento, esta presencia como una bendición de Dios y también como una expresión y demostración de la común voluntad de que sigamos inconmoviblemente, en espíritu de amor y de fidelidad hacia la verdad del Evangelio y de la común tradición de nuestros padres, la dirección hacia la reconstitución de la plena comunión de nuestras Iglesias, lo cual constituye su voluntad y su mandato. Así sea.

[Traducción distribuida por el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla]

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ZENIT Staff

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