Homilía en la beatificación de Manuel Lozano Garrido, Lolo

Por el arzobispo Angelo Amato, SDB, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos

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LINARES, domingo, 13 de junio de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos la homilía que pronunció en la tarde de este sábado el arzobispo Angelo Amato, SDB, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, durante la beatificación de Manuel Lozano Garrido, más conocido como Lolo, en la localidad española de Linares.

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1. La beatificación de Manuel Lozano Garrido, llamado familiarmente «Lolo», es un acontecimiento de gran importancia pastoral para la diócesis de Jaén y un gran honor para la Iglesia española, que añade un nuevo Beato a su ya rica galería de santidad.

Lolo vivió la mayor parte de su vida en una silla de ruedas. Él fue golpeado, como Job, por enfermedades que anulan, como la parálisis y la ceguera. Y como Job repetía con fe: «Yo sé que mi redentor vive » (Jb 19,25). Animado por esta esperanza, transformó su Calvario de sufrimiento en un Tabor de gloria junto al Señor Jesús.

Con los ojos del cuerpo apagados, él aguzó los ojos de la fe para poder captar en él y en el prójimo la luz del Espíritu. Por eso solía decir que las estrellas se ven de noche. A pesar de tener los miembros entumecidos, él se movía ágilmente con el corazón y con la mente, viajando por los cielos de la verdad y la belleza. Sus limitaciones físicas lo hicieron más sensible a las armonías del espíritu, de modo diferente a nosotros, que, aturdidos por la marea de fútiles imágenes cotidianas y entorpecidos por el estruendo de sus sonidos, no somos capaces ya de percibir el canto de la creación y terminamos por convertirnos nosotros mismos en ciegos y sordos.

Lolo, sin embargo, veía y comprendía las miles de presencias benéficas de la divina Providencia en su vida personal y en la historia de la humanidad. Por esto, su existencia no estuvo marcada por la tristeza, sino por la alegría; no por el llanto sino por la iniciativa apostólica; no por la soledad sino por la comunicación y la amistad con todos, grandes y pequeños, sanos y enfermos, pobres y ricos. La suya fue una existencia de auténtica santidad evangélica.

2. Como el justo de la Escritura, también Lolo vivía de la fe. Era un cristiano que meditaba el Evangelio, se nutría de la eucaristía, amaba a la Bienaventurada Virgen María y era un enamorado de la Iglesia, por la que tenía una verdadera pasión y a la que intentaba servir con amor de hijo.

La lectura del evangelio de hoy nos muestra un aspecto ejemplar de Lolo, su convicción de haber sido amado y perdonado por el Señor y la necesidad de corresponder a esta caridad con un amor sin límites. Con su vida y con sus escritos, Lolo trata al Señor como la mujer del Evangelio, que bañó los pies del redentor con sus lágrimas, los secó con sus cabellos, le ungió la cabeza con aceite y aromatizó sus pies con precioso perfume (cf. Lc 7,36-8,3). Son todas expresiones de un amor grande, como contrapartida por la alegría de vivir que se le daba cada día. Lolo amó al Señor Jesús con todas las fuerzas de su alma y poco a poco fue asimilado cada vez más a Cristo crucificado.

El secreto de la santidad de Lolo es revelada por la palabra del apóstol Pablo, que, en la segunda lectura dice: «He sido crucificado con Cristo, y no soy yo sino Cristo quien vive en mí» (Gal 2,19-20).

San Ambrosio lo explica así. «Cristo vive en mí» significa que en mí «vive aquel pan vivo, que viene del cielo, vive la sabiduría, vive la gracia, vive la justicia, vive la resurrección» [1]. En Lolo, pues, vivía Cristo con toda la riqueza de sus dones espirituales. Como el gran místico que era, Lolo había muerto al pecado y vivía sólo de Cristo. Gradualmente Jesús había ocupado un lugar en su alma, en su mente, en su corazón, en su boca: «no soy yo sino Cristo quien vive en mí». Por esto de su pluma de escritor y periodista salían palabras de vida, de verdad, de justicia, de paz, de mansedumbre.

3. El siervo de Dios nació en Linares el nueve de agosto de 1920. Fue bautizado en la parroquia de Santa María con los nombres de Manuel Román de la Santísima Trinidad, de la Sagrada Familia y de todos los Santos [2]. Un conjunto de nombres benditos, que hablan de paraíso. Cerca del domicilio de nuestro Beato, aproximadamente a cincuenta metros, había nacido algunos años antes, San Pedro Poveda, fundador de la Institución Teresiana, y mártir en la persecución religiosa de 1936. La misma fuente bautismal fue manantial de agua viva para ambos ciudadanos de Linares, ciudad de santos y de mártires.

Lolo era el quinto hijo y después de él nacieron otros dos hermanos. La infancia fue serena. El niño era de temperamento alegre y gozoso. A los seis años se convirtió en huérfano de padre y a los quince de madre. La hermana mayor María llevó el cuidado de la casa y de la educación religiosa y humana de sus numerosos hermanos.

Desde pequeño Lolo formó parte de la Acción Católica, que para él era un noble modo de vivir como cristiano. Durante la persecución religiosa, en la cual perdió a su hermano Agustín, él se preparaba secretamente también para dar la vida por Jesús y para perdonar a sus perseguidores.

En este luctuoso período, a él le confió el sacerdote Rafael Álvarez Lara, que posteriormente fue obispo, la misión de distribuir clandestinamente la Eucaristía a determinados grupos de amigos y familiares. Lolo, como un nuevo Tarsicio, se movía como un ángel invisible entre los sonidos de las sirenas y los estallidos de proyectiles. Alguien, sin embargo, lo denunció, junto a dos hermanas, porque era católico y tenía en casa la Eucaristía. Permaneció en la cárcel tres meses. Con los nudos de las fibras de una escoba se hizo un rosario, que recitaba todos los días con otros detenidos. Terminada la guerra, Lolo reconoció en el barbero, que un día fue a afeitarlo, al delator, pero fingió no reconocerlo y lo perdonó.

4. Si se libró del martirio de la persecución, no escapó de otro martirio. Los primeros indicios de la enfermedad aparecieron durante el servicio militar. No consigue subir las escaleras y siente fortísimos dolores en las piernas. Tras numerosas visitas a médicos y hospitales, en abril de 1944, con veinticuatro años, Lolo vuelve definitivamente a Linares. Se siente como un árbol desnudo, que ha perdido sus verdes hojas. Para comprender el tormento físico, él mismo escribe que tenía una aguja en cada célula de su cuerpo. Lolo era un dolor viviente.

Pero esta planta desnuda y contorsionada, con sus raíces plantadas cerca de las corrientes de agua (Sal 1,3), retoma la vida y produce flores y frutos. Su habitación está situada frente a la Iglesia y así, cuando había buen tiempo, se podía incluso seguir la misa y escuchar el sonido de la campanilla: «Mientras trabajo y duermo, Cristo permanece junto a mí, apenas a unos veinte metros de distancia» [3]. Poco a poco, los pies se encogen, las manos se retuercen, los dedos se paralizan. Su vida se convierte en un Viernes Santo no de desesperación, sino siempre iluminado por la Pascua de resurrección.

A quien le pregunta si su enfermedad le pesa, le responde: «Pesa, pero tiene alas «. A un amigo le escribe: «Cuando se sufre quiere decir que viene un ángel de Dios y te marca con una cruz en la frente». Consideró su enfermedad con un don. Su padecimiento fue un verdadero martirio de inmovilidad, que duró doscientas mil horas [4]. Y soportó todo con profunda fe, desdramatizando siempre su situación. Solía decir que Dios estaba sentado al borde de su cama y compartía su pena.

5. El 4 de octubre de 1962 le llegó la ceguera total. Su sacrificio era ahora completo. Lolo se convierte en el sacramento del dolor, como lo definió un sacerdote, convirtiendo su sufrimiento en acción misionera.

Aunque escuchaba el latido del mundo, ya no veía nada más que a Dios. Y del corazón de Jesús él tomaba a manos llenas las indicaciones justas para edificar al prójimo con perlas de sabiduría
. Pidió y obtuvo del obispo poder tener en su habitación un altar para la celebración de la misa. Para él era el signo de su continuo diálogo con Dios. Por esto tituló su libro «Mesa redonda con Dio». De esta escuela de dolor y de fe tomó la fuerza para escribir nueve libros y más de trescientos artículos, publicados en revistas y periódicos nacionales y locales.

Ofrecía sus sufrimientos por los periodistas, para los que escribió una especie de decálogo. Releamos alguno de estos mandamientos, de indiscutible actualidad para los actuales profesionales de la comunicación social:

«Da gracias al ángel que clavó en tu frente el lucero de la verdad y lo bruñe a todas horas»;

«Cuando escribas lo has de hacer de rodillas para amar»;

«Trabaja el pan de la limpia información con la sal del estilo y la levadura de lo eterno»;

«Árbol de Dios, pídele que te haga roble, duro e impenetrable al hacha de la adulación y el soborno»;

«Recuerda que no has nacido para prensa de colores. Ni confitería, ni platos fuertes: sirve mejor el buen bocado de la vida limpia y esperanzadora, como es» [5].

Para él, el periodista es como la fuente del pueblo, que brota y apaga la sed día y noche, dando frescura, optimismo, amor, esperanza y siempre una sonrisa. Exhortaba a evitar la prensa de colores, negra, rosa y amarilla, y a usar siempre una palabra clara y limpia, como la luz del sol.

Lolo murió el tres de noviembre de 1971, a los 51 años. Como testamento suyo dejaba una palabra: alegría. Él vivió su enfermedad con alegría. Sazonaba sus dolores con la alegría que manaba del corazón de Cristo. Y vivía todo ello con naturalidad: «Vivo mi inutilidad como una cosa normal, como es normal ser rubios o tener la vocación de obrero» [6].

Para delinear su personalidad espiritual, Lolo usa la metáfora del carnet de identidad: nombre, hombre; apellido, libre, amante e inmortal; residencia provisional, la tierra, de paso hacia la eternidad; profesión, generosidad; fotografía, el corazón; firma, fe y esperanza [7].

Lolo se alimentaba verdaderamente de Cristo. En su programa de vida escribió: «Por la mañana desayunarás con el buen pan de Dios, y después, enriquecido por su milagro, distribuirás tú los panes y los peces de tu corazón»; «Restriega y lava tus ojos en la fe, para ver siempre a Cristo que vive en la persona que es buena, en la mediocre y en el pecador» [8].

6. Queridos fieles, con la beatificación del Siervo de Dios Manuel Lozano Garrido, el Santo Padre Benedicto XVI nos entrega un ejemplo de santidad, que transforma el dolor en peregrinación de redención. El Papa ve en este ejemplar laico español un infatigable apóstol que aceptó la parálisis y la ceguera con ánimo sereno y alegre. Como escritor y periodista él difundió las verdades evangélicas, sosteniendo la fe de su prójimo con la oración, con el amor a la Eucaristía y con la devoción filial a la Virgen.

Los santos se modelan en el yunque de la inmolación. El dolor es una llamada a todos para alzar la mirada al cielo, de donde viene nuestro auxilio.

En una sociedad hedonista como la nuestra, que no ve el dolor y no sabe valorarlo, el Beato Lolo nos invita a abrir los ojos y a ver los miles de sufrimientos del nuestro prójimo, a abrir los oídos para escuchar los lamentos de los necesitados, grandes y pequeños, ricos y pobres; a mover nuestras manos para socorrer a los caminantes golpeados y derrotados por la vida; a abrir nuestra boca para aliviar, consolar y perdonar. El sufrimiento y el dolor habitan entre nosotros y a nuestro alrededor, en nuestras familias, en nuestros seres queridos.

Lolo nos invita a dar amor, porque Dios tiene un solo nombre, que es Amor, nada más que Amor.

Amén.

 

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NOTAS

1 Ambrosio, Il paradiso terrestre, 15,76.

2 Rafael Higueras Álamo – Pedro Cámara Ruiz, La gioia vissuta, Edizioni San Paolo, Cinisello B. 2006, p. 17.

3 Manuel Lozano Garrido, Dios habla todos los días, p. 25.

4 Rafael Higueras Álamo – Pedro Cámara Ruiz, La gioia vissuta, p. 43.

5 Rafael Higueras Álamo – Pedro Cámara Ruiz, La gioia vissuta, p. 55-57.

6 Manuel Lozano Garrido, Dios habla todos los días, p. 92.

7 Rafael Higueras Álamo – Pedro Cámara Ruiz, La gioia vissuta, p. 102.

8 Rafael Higueras Álamo – Pedro Cámara Ruiz, La gioia vissuta, p. 103.

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ZENIT Staff

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