Igino Giordani, «cofundador» de los Focolares, camino a los altares

Polifacético, fue una de las figuras más significativas de la política en Italia

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FRASCATI, jueves, 3 junio 2004 (ZENIT.org).- Casado, padre de cuatro hijos, hombre de cultura, ecumenista, escritor, periodista, político y «cofundador» de los Folorares: así describe Chiara Lubich –fundadora de este movimiento– a Igino Giordani (1894-1980), para quien se abrirá oficialmente el proceso diocesano de beatificación el próximo domingo en la catedral de San Pedro en Frascati (Italia).

El obispo de Frascati –diócesis donde el Siervo de Dios Igino Giordani murió–, monseñor Giuseppe Materresse, presidirá la Eucaristía a la que seguirá una intervención de Chiara Lubich, A continuación, con el establecimiento del tribunal eclesiástico, se abrirá oficialmente el proceso, confirma un comunicado del movimiento de los Focolares.

La causa de beatificación fue promovida en diciembre del 2000 por iniciativa de monseñor Pietro Garlato, entonces obispo de Tivoli –ciudad natal de Giordani– y por monseñor Matarresse.

En Italia, Igino Giordani es considerado como uno de las figuras más significativas de la política. Su vida cambió cuando conoció a Chiara Lubich y el Movimiento de los Focolares, en el que vio un camino de santidad abierto a todos.

Primero de seis hijos, en 1915 había sido llamado a filas en la primera guerra mundial. De ahí arrastró heridas que le hicieron sufrir toda la vida. Licenciado en Letras se dedicó a la enseñaza en Roma. De su matrimonio con Mya Salvati nacieron cuatro hijos: Mario, Sergio, Brando y Bonizza.

Fue en los años ’20 cuando comenzó su andadura política, como jefe de la oficina de prensa del recién nacido Partido Popular. Comenzó a elaborar y difundir ideas sobre la «Unión de las Iglesias» y sobre los «Estados Unidos de Europa».

Trabajó también en la Biblioteca Vaticana, donde logró que contrataran a Alcide de Gasperi –recién salido de las prisiones fascistas–. Se convirtió en director de «Fides», la revista de la «Obra Pontificia para la preservación de la Fe». En 1944 dirigía «Il Quotidiano», nuevo periódico de Acción Católica. Después pasaría a dirigir «Il Popolo».

«En los años veinte –sintetiza el comunicado de los Focolares– [Giordani] lucha con valor por la libertad frente a la dictadura. La fuerte connotación ética de su compromiso político le valió la marginación bajo el régimen», iniciando así un período de «continua “resistencia cultural” durante la cual exalta en sus libros los valores de la libertad y de un orden diferente».

Fue elegido diputado el 2 de junio de 1946 y pasó a formar parte de los «padres constituyentes» que pusieron los fundamentos ideales de la República italiana. En 1950 se convirtió en miembro del Consejo de los Pueblos de Europa en Estrasburgo.

Como escritor, publicó más de 100 obras –aproximadamente dos al año– traducidas a los principales idiomas, más de 4.000 artículos, innumerables ensayos, opúsculos, cartas y discursos.

Su vivencia cristiana tiene un momento señalado en medio de sus padecimientos en el hospital militar: a los 22 años advirtió una llamada a la santidad, reforzada por los escritos de Santa Catalina de Siena, una figura que le empujó a hacerse terciario dominico.

Como cristiano vivió con alma evangélica toda actividad terrena, viéndola siempre como vocación. Sus escritos más importantes, de permanente actualidad, nacen de un profundo conocimiento de la historia del Cristianismo y de los Padres de la Iglesia.

Giordani se caracterizó también por una sólida formación teológica y espiritual, y situó todos estos rasgos en la animación cristiana de la cultura y de la formación espiritual de laicos, sacerdotes y religiosos. Precursor del diálogo ecuménico, anticipó en los años ’30 las líneas del Concilio Vaticano II.

El evento decisivo de su vida fue el encuentro en septiembre de 1948 con Chiara Lubich. Fascinado por la radicalidad evangélica de la «espiritualidad de comunión» por ella anunciada y vivida, percibió la posible realización del sueño de los Padres de la Iglesia: abrir de par en par las puertas de los monasterios para que la santidad no sea privilegio de pocos, sino fenómeno de masa en el pueblo cristiano.

Se adhirió entonces al movimiento de los Focolares –en el que se le conocía como «Foco», por el amor que testimoniaba y difundía— y obtuvo consagrarse también él a Jesús y entrar en comunión con los vírgenes, «virginizado por amor», convirtiéndose en el primer focolarino casado, apunta la revista «Ciudad Nueva».

Abrió así el camino a los focolarinos casados en todo el mundo y a movimientos específicos para las familias y para la reanimación evangélica de las diferentes actividades humanas, de forma que Chiara Lubich le considera «cofundador».

En su trayectoria mística se distinguen experiencias de unión con Dios y con María, así como pruebas «oscuras» del alma «que el Señor reserva a los que más ama», apunta la biografía difundida por los Focolares. Igino Giordani murió el 18 de abril de 1980. Está sepultado en el cementerio de Rocca di Papa (Roma).

Igino Giordani, el «hombre de las bienaventuranzas»; afirma Chiara Lubich

«En este tiempo oprimido por el miedo al futuro, más que nunca existe la demanda de modelos de referencia, de certezas, hay sed de Dios. E Igino Giordani puede verdaderamente ser un modelo para el hombre de Dios», constata Chiara Lubich en la revista del movimiento, «Ciudad Nueva».

«Cuando me encontré con él en 1948, no había conocido hasta entonces a una persona que, estando casada –nosotros, primeros focolarinas y focolarinos estábamos consagrados a Dios— tuviera nuestros mismos ideales, nuestras mismas aspiraciones», recuerda.

«Siempre hemos visto además en Giordani el “carácter” de la humanidad de este tiempo –explica–. Era fuerte en él el ansia de que toda la humanidad estuviera recorrida por esa corriente de amor que el movimiento suscitaba, capaz de renovar y transformar la sociedad». Y es que Igino Giordani «era consciente de que el mundo tenía urgente necesidad de un alma para no sucumbir».

«Su riquísimo patrimonio espiritual –prosigue– ha permanecido y está en la raíz del desarrollo de esta obra no sólo en el mundo de la familia, sino también en el mundo juvenil, en el campo del ecumenismo».

Además Giordani «contribuyó a abrir todo ámbito de la sociedad a la influencia de nuestro carisma –admite Lubich–, de forma que hoy comienza a ser invadida por el Espíritu que hace nuevas todas las cosas: el mundo político, con el Movimiento político para la unidad; el económico, con la Economía de Comunión; y además el arte, la cultura, la teología, la filosofía, la economía, la pedagogía, las comunicaciones».

Pero además Giordani «tenía indudablemente el don especial de cofundador» –reconoce Chiara Lubich–, teniendo en cuenta que ser fundador o cofundador de una obra que la Iglesia reconoce suya «implica una acción múltiple y compleja de la gracia de Dios, impulsos del Espíritu Santo, requerimiento de sufrimientos frecuentemente penetrantes y prolongados, dones de gracias de luz y de amor no ordinarias que sólo el iluminado estudio de la Iglesia sabrá penetrar y poner en evidencia, para que este camino suyo de santidad sea luz para muchos».

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ZENIT Staff

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