¿Iglesia autorreferencial?

Reflexiones del obispo de San Cristobal de las Casas

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VER

Hay creyentes que se inconforman y nos expresan su rechazo cuando en las catequesis, en los grupos de reflexión, en las homilías, hacemos referencia a situaciones reales que vive el pueblo. Dicen que eso ya no es palabra de Dios, sino pura política. Insisten en que no se traten esos asuntos en la Iglesia. Algunos, por ello, se van a las sectas, porque en algunas sólo se canta, se alaba a Dios, se aplaude, se lee la Biblia con un sentido espiritualista; con ello se sienten bien, encuentran consuelo, se desmayan y se enfervorizan, pero su vida no es cuestionada, mucho menos el sistema social, económico y político que vivimos. Quisieran una Iglesia encerrada en sí misma, centrada sólo en el culto religioso.

Unos agentes de pastoral, muy dedicados a la vida interna de su comunidad, nos dicen que ya no les queda tiempo para atender otras exigencias pastorales, como salir a las periferias, visitar los hogares, buscar nuevos métodos pastorales e ir hacia los alejados.

Otros tienen como punto de comparación sólo lo que se hace en su parroquia, en su diócesis, en el movimiento o método pastoral de su preferencia. Lo que no sea parecido, es condenado, visto con sospecha y, a veces, definitivamente rechazado, como si sólo ellos vivieran el Evangelio, el Concilio, la fidelidad al plan de Dios. Su referencia son ellos mismos, no los diferentes caminos que el Espíritu suscita en su Iglesia, con una riqueza y novedad increíbles.

PENSAR

El Papa Francisco nos advierte de algunos peligros para la Iglesia: “La oscura mundanidad se manifiesta en muchas actitudes aparentemente opuestas pero con la misma pretensión de dominar el espacio de la Iglesia. En algunos hay un cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin preocuparles que el Evangelio tenga una real inserción en el Pueblo fiel de Dios y en las necesidades concretas de la historia. Así, la vida de la Iglesia se convierte en una pieza de museo o en una posesión de pocos. El principal beneficiario no es el Pueblo de Dios sino la Iglesia como organización. En todos los casos, no lleva el sello de Cristo encarnado, crucificado y resucitado, se encierra en grupos elitistas, no sale realmente a buscar a los perdidos ni a las inmensas multitudes sedientas de Cristo. Ya no hay fervor evangélico, sino el disfrute espurio de una autocomplacencia egocéntrica” (EG 95).

Evangelizar supone celo apostólico. Evangelizar supone en la Iglesia la parresía (el entusiasmo) de salir de sí misma. La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no sólo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria. Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar deviene autorreferencial y entonces se enferma. Los males que, a lo largo del tiempo, se dan en las instituciones eclesiales tienen raíz de autorreferencialidad, una suerte de narcisismo teológico… La Iglesia autorreferencial pretende a Jesucristo dentro de sí y no lo deja salir.Hay dos imágenes de Iglesia: la Iglesia evangelizadora que sale de sí; o la Iglesia mundana que vive en sí, de sí, para sí”.

ACTUAR

La Iglesia no es para sí misma, sino para llevar la palabra y la vida de Jesucristo a quienes tienen hambre y sed de amor, de justicia, de compañía, de trascendencia, de sentido. Jesucristo fundó su Iglesia para ir por todas partes, para llevar su mensaje y su misericordia a los que sufren, a los que se sienten solos, a los oprimidos y rechazados, para que experimenten que Dios les ama, por medio de quienes les manifestamos amor, comprensión y ternura.

La Iglesia no se puede reducir a ceremonias religiosas, a preocuparnos por que las personas reciban los sacramentos y frecuenten la Misa dominical. Todo esto es muy importante y necesario. Pero no nos podemos recudir a ello. Hay que abrir los ojos y el corazón para estar cerca de tanta gente que sufre y que necesita signos de bondad, de misericordia y de cercanía en sus anhelos de una vida digna.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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