Iglesia y Patria

Por Monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas

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SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 19 de septiembre de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con el título «Iglesia y Patria».

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VER

¡Fiestas patrias! Un aniversario más de la independencia nacional, en vísperas de su bicentenario. Nadie niega que varios sacerdotes encabezaron este proceso libertador, pues el Evangelio no tolera la esclavitud y la explotación; tampoco se niega que importantes jerarquías de la misma Iglesia los descalificaron y excomulgaron, no sólo porque éstas estaban ligadas al gobierno español dominante, sino sobre todo por los crímenes y sacrilegios que los libertadores cometieron y por sus deficiencias morales. Al pedir perdón por estos excesos, no por lograr la independencia, murieron en comunión con la Iglesia.

 

Son dos caras de la misma Iglesia, que manifiestan lo humano y lo divino que lleva en sí, el pecado y la gracia, la generosidad de dar la vida para que otros vivan dignamente, y la defensa de privilegios. Así ha sido, y así es; no podemos ocultarlo. Sin embargo, no por las deficiencias históricas innegables, se ha de excluir a la Iglesia de la vida nacional. Somos parte de este país, de su pasado y de su presente. Pretender negar nuestro derecho a participar en el desarrollo integral de nuestro pueblo, es querer desconocer que nuestra Iglesia ha sido y es parte de la identidad nacional, con una vocación, a partir de Cristo, de lucha por la verdad y la vida, la santidad y la gracia, la justicia, el amor y la paz.

 

JUZGAR

Sobre nuestra contribución al bien común nacional, dijo el Papa Benedicto XVI al nuevo Embajador de México ante la Santa Sede: «Muchos son los pasos que desde diversas instancias de vuestra Nación se están dando para fomentar un orden social más justo y solidario y superar las contrariedades que continúan atenazando al País. En este sentido, merece la pena destacar la atención y el empeño con que las Autoridades de vuestra Patria están encarando cuestiones tan graves como la violencia, el narcotráfico, las desigualdades y la pobreza, que son campo abonado para la delincuencia. Es bien sabido que para una solución eficaz y duradera de esos problemas no son suficientes medidas técnicas o de seguridad. Se requiere una anchura de miras y la eficiente conjunción de esfuerzos, además de propiciar una necesaria renovación moral, la educación de las conciencias y la construcción de una verdadera cultura de la vida. En esta tarea, las Autoridades y las distintas fuerzas de la sociedad mexicana encontrarán siempre la leal cooperación y solidaridad de la Iglesia católica».

 

Sin embargo, advirtió: «La Iglesia católica, a la vez que sostiene e impulsa esta visión positiva del papel de la religión en la sociedad, no desea interferir en la debida autonomía de las instituciones civiles. Ella, fiel al mandato recibido de su divino Fundador, busca alentar las iniciativas que beneficien a la persona humana, promuevan integralmente su dignidad y reconozcan su dimensión espiritual, sabiendo que el mejor servicio que los cristianos pueden prestar a la sociedad es la proclamación del Evangelio, que ilumina una genuina cultura democrática y orienta en la búsqueda del bien común. Se pone así de manifiesto que la Iglesia y la comunidad política están y deben sentirse, aunque por diverso título, al servicio de la vocación personal y social de los mismos hombres».

 

En sentido semejante, dijo a los obispos de Vietnam: «Aportando su especificidad  -el anuncio de la buena nueva de Cristo-  , la Iglesia contribuye al desarrollo humano y espiritual de las personas, pero también al desarrollo de vuestro país… Es posible una sana colaboración entre la Iglesia y la comunidad política. … Un buen católico es también un buen ciudadano» (27 junio 2009).

 

ACTUAR

Todas las religiones, todas las Iglesias, todos los mexicanos, aún los no creyentes, unámonos para construir un país que avance por caminos de libertad, solidaridad y progreso social; que resplandezcan incesantemente la concordia, la fraternidad y la justicia. No nos dividamos más, defendiendo cada quien sus intereses. Unámonos y cada quien aportemos lo mejor de nosotros mismos, a favor del bien común, desde nuestra vocación. Entonces sí, habrá fiesta, habrá libertad, habrá justicia y paz.

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ZENIT Staff

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