Informe del representante de los obispos venezolanos sobre su acción al Papa

Intervención del presidente de la Conferencia Episcopal

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CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 8 junio 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el saludo que este lunes dirigió monseñor Ubaldo R. Santana Sequera FMI, arzobispo de Maracaibo y presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana, durante la audiencia que Benedicto XVI concedió a los obispos de ese país con motivo de su visita «ad limina apostolorum».

* * *

Beatísimo Padre,

Los arzobispos, obispos, exarcas y vicarios apostólicos de las 39 circunscripciones eclesiásticas de Venezuela nos sentirnos llenos de gozo por este encuentro con Su Santidad. Estamos casi todos aquí. Solo tres hermanos obispos no pudieron acudir a esta cita por quebrantos de salud: el arzobispo de Ciudad Bolívar, Mons. Medardo Luzardo Romero; el obispo de San Felipe, Mons. Nelson Martínez Ruz y el Obispo de San Fernando de Apure, Mons. Víctor Pérez Rojas. Con sus respectivas Iglesias, ellos también están muy unidos a nosotros en este momento.

Bendecimos al Señor de la Gloria por este momento de gracia que nos renueva en la fe, nos cohesiona en la comunión eclesial y nos fortalece para cumplir nuestra misión evangelizadora. Es un encuentro esperado, más aún anhelado. Necesitábamos sentir al Papa cerca de nosotros, ser confirmados colegialmente en la fe y recibir su mensaje de ánimo y de esperanza, en estos momentos tan desafiantes para la humanidad y para Venezuela.

Si algo ha caracterizado tanto la vida de fe de nuestro pueblo como el ejercicio pastoral de nuestro episcopado a través de todas las épocas, ha sido el reconocimiento y el cultivo de la relación vital con el Sucesor de Pedro. La historia de nuestra Iglesia, en estos dos últimos siglos, nos ha enseñado que estrechar la comunión y consolidar la unidad «cum Petro et sub Petro» son bienes particularmente preciosos ya que hemos vivido en carne propia la amenaza por parte de gobiernos anticlericales, de separarnos de la roca romana creando Iglesias nacionales sometidas a los poderes de turno.

Por eso venir a Roma para peregrinar a las tumbas de los apóstoles y encontramos con el Papa no es para nosotros el mero cumplimiento de un requerimiento canónico sino un acontecimiento de fe. Santo Padre, tanto el Episcopado Venezolano como el pueblo fiel que peregrina en todas las regiones de nuestra patria le expresamos nuestra inquebrantable adhesión a su persona y a su magisterio. Lo hacemos con mayor conciencia aun porque hemos sido testigos de cómo, en estos últimos tiempos, Su Santidad ha sido también objeto de injustos y despiadados ataques por proclamar el Evangelio de la dignidad humana y de la familia. Queremos que sepa que en Venezuela los pastores y los católicos lo amamos, lo respetamos y lo seguimos. Cuente siempre con nuestra fidelidad y con nuestras oraciones.

Es también un acontecimiento de fe porque, al encontrarse todo un episcopado con el Vicario de Jesucristo, cabeza visible de la Iglesia, se produce una recirculación de los bienes y dones que el Espíritu Santo derrama constantemente sobre la Iglesia, tanto en el ámbito particular como universal. La colegialidad episcopal se consolida, el Cuerpo de la Iglesia crece hacia la unidad en la diversidad, la savia vital que viene de Cristo circula intensamente por toda la vid llenando de vitalidad todos los sarmientos.

Santo Padre, el estar delante de Usted, nos permite darle las gracias de una manera mucho más cálida, por su luminoso magisterio en estos cuatro años de pontificado, por la realización, el año pasado, del Sínodo sobre la Palabra en la Vida y en la Misión de la Iglesia, por sus alentadores y valientes viajes apostólicos, por la feliz y fructuosa iniciativa del Año Paulino y, finalmente, por el recién decretado Año sacerdotal. Nuestro agradecimiento se hace aún mayor por la «recognitio» que le otorgó a los 16 documentos del Concilio Plenario de Venezuela, por la beatificación de nuestra segunda beata, la Madre Candelaria de San José, y por la investidura cardenalicia que le otorgó al Arzobispo de Caracas, Mons. Jorge Urosa Savino. Todos estos gestos nos han hecho sentir su apostólica solicitud, su paternal cercanía y su deseo de vemos crecer en santidad y consolidarnos en la fe.

Desde nuestra ultima visita ad limina en el 2002, cuando tuvimos la dicha de ser recibidos por el inolvidable y amado Siervo de Dios Juan Pablo II, se han producido en el mundo entero rápidas y profundas mutaciones que están repercutiendo en todos los ámbitos del saber y de la organización de la vida humana. Nuestro país no se ha quedado afuera de esas convulsiones. Urgidos de responder a las nuevas realidades y a la apremiante invitación del Santo Padre de entrar en el tercer milenio con un proyecto de nueva evangelización, nuestras Iglesias, después de un serio discernimiento evangélico, decidieron convocar un Concilio Plenario Nacional.

Este evento eclesial, fue un verdadero Pentecostés para Venezuela. La copiosa cosecha de sus 16 documentos pastorales, son dones que el Espíritu Santo ha puesto en nuestras manos para llevar a cabo la nueva evangelización del país y de sus habitantes. En estos momentos nos encontramos en plena fase de ejecución de las conclusiones del Concilio, utilizándolo como marco referencia! para asumir las líneas pastorales convergentes del Documento de Aparecida y todas las iniciativas pastorales provenientes del Magisterio Universal.

Un servicio en el que hemos puesto particular empeño ha sido el de iluminar desde la fe el difícil camino por el que viene transitando el pueblo venezolano desde hace una década. Como es sabido, en Venezuela se ha impuesto desde hace una década un nuevo proyecto político que lleva por nombre socialismo del siglo XXI, de talante revolucionario, que ha introducido profundas modificaciones en todas las dimensiones de la vida del país, ha contado para su implantación con ingentes ingresos provenientes del petróleo y ha causado crecientes polarizaciones económicas, sociales y culturales. La progresiva ejecución de este proyecto ha polarizado el país y lo ha dividido en grupos contrapuestos.

Esta confrontación, que se ha resuelto a través de numerosos eventos electorales, ha provocado una creciente polarización política, ha aumentado la violencia, la inseguridad y el odio, poniendo en serio riesgo la convivencia democrática. Ante tales amenazas, y sabiendo que la gran mayoría de la población es profundamente religiosa y católica, nos hemos sentido llamados como pastores a emitir numerosos mensajes, cartas y exhortaciones pastorales.

En estos pronunciamientos hemos actuado con unanimidad, nos hemos ceñido a nuestra misión religiosa y evangelizadora, hemos convocado a todos los sectores al entendimiento, al diálogo y a la reconciliación, hemos apelado a las raíces cristianas de nuestra nación, hemos recordado tanto a gobernantes como a gobernados los principios fundamentales de la Doctrina Social de la Iglesia, hemos defendido a los más pobres, hemos buscado siempre el bien común y la construcción de la convivencia democrática. No hemos buscado ni prebendas ni privilegios sino solamente la gloria de Dios, el bien de la Iglesia y la vida abundante de nuestro pueblo. El ejercicio de este ministerio profético nos ha traído no pocas incomprensiones y ataques por parte de algunos sectores de la sociedad y del gobierno pero contamos con la luz y la fortaleza del Espíritu del Señor Jesús para seguir dando testimonio con fidelidad y alegría.

Santo Padre, deseo concluir estas palabras de salutación implorando su bendición apostólica sobre todas las diócesis de Venezuela, sobre sus pastores junto con sus presbíteros y diáconos, sobre los hombres y mujeres de especial consagración, sobre los laicos asociados, sobre todos nuestros candidatos al sacerdocio y sus respectivos seminarios, sobre nuestras comunidades parroquiales, sobre nuestros pueblos indígenas, nuestros campesinos, obreros, sobre los enfermos, los encarcelados, los secue
strados y los que han emigrado a otras naciones en busca de mejor calidad de vida. A través de nosotros, todos le piden filialmente les otorgue su paternal bendición.

En cuanto a nosotros, como pastores locales y miembros del Colegio Episcopal, estamos seguros que saldremos robustecidos de la experiencia eclesial que nos proporciona la visita ad limina y regresaremos al país con mayor fuerza y convicción para continuar anunciando el Evangelio y construyendo el Reino de Dios.

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ZENIT Staff

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