Inmigración: “más colaboración entre las diócesis de origen y de acogida”

Recomendaciones del Congreso Mundial de Pastoral para Emigrantes y Refugiados

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CIUDAD DEL VATICANO, jueves 18 de febrero de 2010 (ZENIT.org).- Por su interés, ofrecemos a continuación las Recomendaciones, recogidas en el Documento Final del VI Congreso Mundial de Pastoral para Emigrantes y Refugiados, celebrado el pasado mes de noviembre en Roma. El documento fue hecho público por el Consejo Pontificio para la Pastoral de Migrantes e Itinerantes el pasado 12 de febrero.

El documento final recoge 21 recomendaciones para promover la pastoral de migrantes y refugiados en la Iglesia, y la acción de la Iglesia en el campo de la inmigración, y en relación con los jóvenes inmigrantes, con la vida comunitaria y con diversas formas de colaboración, con otras Iglesias y comunidades y con las autoridades y la sociedad civil.

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RECOMENDACIONES

Para promover la pastoral de migrantes y refugiados en la Iglesia Católica

Que se refuercen y desarrollen las estructuras eclesiales mediante una mayor colaboración e interconexión entre los obispos de los países de acogida, de tránsito y de origen, por ejemplo a través de la organización de encuentros inter-diocesanos centrados en la migración. Es importante valorar la significativa contribución y la experiencia que ofrecen los institutos de vida consagrada, las sociedades de vida apostólica, los movimientos eclesiales, los grupos vinculados a la Iglesia, las asociaciones y organismos que operan en este campo, y sacar el máximo de su compromiso.

Que en la formación de sacerdotes, religiosos y religiosas y de los miembros de movimientos eclesiales y asociaciones y grupos laicales se incluyan cursos específicos que ofrezcan un mejor conocimiento y comprensión del macrofenómeno de la migración y de sus implicaciones pastorales. Estos cursos deberían incluir el estudio de la Instrucción Erga migrantes caritas Christi y de la Doctrina Social de la Iglesia. Debe desarrollarse una mejor articulación de la teología de la migración, que ponga de relieve la universalidad de la Iglesia y su condición de peregrina y migrante. También es importante ofrecer una formación específica a los sacerdotes y agentes pastorales que atienden a las necesidades de los migrantes en determinadas circunstancias.

Que se ofrezca una formación adecuada a los agentes de pastoral y a los mediadores culturales, y que se revitalicen las capellanías, de modo que se ofrezca un mejor apoyo a las comunidades de migrantes y se les ayude a preservar su cultura y sus valores religiosos en vista a su integración.

Que se preste especial atención a los migrantes y refugiados pertenecientes a las Iglesias católicas orientales que, teniendo en cuenta los derechos y deberes de la diócesis de llegada, desean y tienen derecho a mantener sus vínculos con la Iglesia de su rito.

Que constantemente se desarrollen estrategias a largo plazo, que vayan más allá de las respuestas inmediatas de acogida y solidaridad, a fin de inserir el valioso potencial de la catolicidad en modelos concretos.

Que se creen las Comisiones Episcopales nacionales para la pastoral de migrantes y refugiados o, al menos, se designe un Obispo Promotor.

B. En relación con los jóvenes migrantes

Que la Iglesia abra sus brazos a todos los migrantes, cualquiera que sea su edad, credo o convicción. Convirtiendo la Iglesia en un punto de encuentro, especialmente para los jóvenes inmigrantes, se puede contrarrestar el efecto negativo de la secularización, contribuyendo así a transformar la migración en una oportunidad para la evangelización, en el pleno respeto de las opciones personales. Esto exige una visión clara, directrices pastorales específicas, dedicación y amor fraternal para llegar a los jóvenes migrantes.

Que la Iglesia cree nuevas estructuras que respondan a las necesidades específicas y tomen en consideración los intereses de los jóvenes migrantes y refugiados, y en particular de los menores no acompañados, quienes merecen una atención especial. Esto se puede hacer, por ejemplo, promoviendo y desarrollando movimientos sociales de inspiración cristiana dedicados a la integración de jóvenes migrantes y favoreciendo acciones pastorales y sociales que incluyan iniciativas educativas.

Se anima a las Iglesias particulares a incorporar en sus programas pastorales la fe y la formación en valores de los niños que tienen al menos uno de sus progenitores extranjero, mientras que se anima a las Iglesias de origen a elaborar programas que respondan a las necesidades de las familias de los migrantes o a los niños que han permanecido en su patria.

C. En relación con la vida comunitaria y con las diversas formas de colaboración

Que las diócesis traten de emprender acciones concretas para reducir la creciente desconfianza mutua entre los migrantes y los refugiados y las comunidades de acogida. De hecho, la Iglesia puede alentar a todos a vivir juntos en paz y desarrollar en el mundo una cultura de la reciprocidad. En este contexto, las asociaciones católicas de migrantes y refugiados no deben centrarse únicamente en lo referente a su identidad y a sus niveles de protección, sino que además deben ser promotoras de la participación activa de los migrantes y refugiados en la vida de la sociedad, junto con los miembros de las comunidades locales.

Que las Iglesias locales promuevan la colaboración entre asociaciones católicas de migrantes y refugiados y los diferentes actores de la sociedad local, tanto religiosos como civiles, para facilitar la integración mediante la creación de espacios de encuentro, campañas de erradicación de la discriminación, de la xenofobia y del racismo, y servicios concretos de integración sociocultural. Las congregaciones religiosas, los movimientos eclesiales y las asociaciones y grupos laicales son excelentes recursos que deben tenerse en cuenta para este propósito.

Se debe desarrollar la colaboración entre la pastoral específica para los migrantes y la atención pastoral de quienes, entre ellos, están privados de libertad (en prisión o en campos de detención). Con este fin no deben descuidarse los contactos, cuando sea oportuno, con las embajadas de los países de origen de los detenidos. Los capellanes de prisión y de campos de detención mantendrán contactos con quienes se dedican a la defensa legal y con los misioneros que han regresado, con el fin de tener una mayor posibilidad de responder a las necesidades espirituales y jurídicas de los detenidos, así como a las peticiones de contacto con la familia. Los capellanes podrían también hacer de puente con las familias que han quedado en su país, a través de los servicios de la Comisión Episcopal para los Emigrantes y Refugiados del país de origen.

D. En relación con las otras Iglesias y Comunidades eclesiales

Los migrantes católicos y cristianos en general son una fuerza misionera importante para la Iglesia. Por ello, se les insta a permanecer firmes en su fe y a mantenerse vinculados a la Iglesia local, donde quiera que estén, para poder desarrollar eficazmente su rol misionero en los países de acogida. De hecho, la fe cristiana fue «sembrada» en el mundo, y en todos los tiempos, en gran parte a través de migrantes.

Que se promueva una red ecuménica en el ámbito de la migración, lo que puede ser una importante contribución a la paz y a la reconciliación, cuando la diversidad no se considera un motivo de exclusión, sino una oportunidad para el enriquecimiento y el crecimiento. A largo plazo, el ecumenismo puede ser un marco adecuado para la cooperación entre católicos y representantes de otras Iglesias y Comunidades eclesiales en los esfuerzos por la defensa de los derechos, que debe mantenerse y fomentarse en todos los países y comunidades.

E. En relación con los gobiernos, la sociedad civi
l y las autoridades locales

Que la Iglesia desarrolle y aumente su cooperación con los gobiernos, la sociedad civil y las autoridades locales para satisfacer las necesidades de los migrantes y defender su dignidad y sus derechos. La Iglesia local debería trabajar más estrechamente con quienes en los gobiernos locales y nacionales son responsables de las políticas referidas a los migrantes y refugiados, aun sean de diferentes tradiciones cristianas o de otras religiones. Sin embargo, la Iglesia necesita mantener su autonomía en su labor pastoral y ningún acuerdo con las instituciones civiles debe menoscabar las obligaciones que emergen de su misma naturaleza como Iglesia.

Que, al acompañar a migrantes, refugiados, migrantes forzados y desplazados internos, la Iglesia asuma un papel de mediación y de defensa legal entre ellos y las autoridades locales, proporcionándoles también el acceso a los recursos legales, médicos y otros tipos de apoyo, luchando contra la trata y la explotación, protegiendo a los más vulnerables, insistiendo en un enfoque basado en derechos y promoviendo activamente la reunificación familiar. Los obispos también deberían intensificar su compromiso denunciando las violaciones de los derechos humanos de los migrantes y abogando por una actitud positiva hacia los migrantes y refugiados en sus diócesis, así como alentando que edificios en desuso sean puestos a disposición para satisfacer sus necesidades temporales de alojamiento. Gracias a su estructura extremadamente capilar, la Iglesia podría establecer redes de comunicación dirigidas a recopilar información, a encarar el deber de protección y realizar actividades que pueden ser de gran beneficio para las comunidades local y migrante.

Que los esfuerzos de la Iglesia también incluyan un diálogo internacional con el fin de examinar y revisar las políticas de mayor control fronterizo, la detención arbitraria y la ciudadanía. Además, se deben determinar las estrategias y contribuir a una reforma internacional y global de la inmigración, que debería ser aplicada equitativamente. Asimismo debería promover y defender el concepto de un estatus específico del migrante, que implique derechos y obligaciones, ya sean de carácter temporal o destinados a una integración a largo plazo. Por ello, debería hacer mejor uso de sus estructuras internacionales y comisiones que ya interactúan con los órganos intergubernamentales.

Que dirija su atención a una migración de retorno seguro y voluntario, y a que los repatriados se reintegren en sus países de origen, prestando atención a sus competencias adquiridas para que sean reconocidas y no desaprovechadas, para ser fructuosas en los procesos de desarrollo local.

También se ha recordado que en el año 2010 se celebrará el 20 aniversario de la Convención de las Naciones Unidas sobre la protección de los derechos de todos los trabajadores migrantes y de los miembros de sus familias. Podría ser un buen momento para que las Conferencias Episcopales alienten su ratificación por parte de los países que aún no lo han hecho. La situación de los solicitantes de asilo también debe ser una preocupación constante de la Iglesia y de sus organismos.

Que, a nivel mundial, la Iglesia siga promoviendo el concepto de una «autoridad política mundial» que se ocupe de las cuestiones de migración y que, por tanto, contribuya eficazmente a los procesos que en este sentido se están realizando (cf. Caritas in veritate, 67).

F. Para promover la acción de la Iglesia en el campo de la migración

Que se incremente la visibilidad de la acción de la Iglesia relacionada con la migración:

– haciendo un mejor uso de los mass media y de los modernos medios de comunicación;

– contrarrestando la cobertura mediática negativa a través de programas educativos destinados a destacar la contribución positiva de los migrantes a la sociedad, incluyendo la generación de riqueza que producen en cuanto mano de obra cualificada, tanto en el país de acogida como en el país de origen, a su regreso;

– promoviendo la Jornada católica Mundial del Emigrante y Refugiado, como alienta el Santo Padre, haciendo de ella una celebración y un evento global único, manifestando así la preocupación de la Iglesia en favor de los migrantes, los refugiados y los desplazados internos;

– aplicando la Instrucción Erga migrantes caritas Christi a través de:

• la promoción de campañas públicas internacionales para luchar contra la discriminación, la xenofobia y el racismo,

• la realización de encuentros y proyectos interculturales que contrarrestan los temores raciales y culturales, así como las sospechas y las desconfianzas,

• haciendo que los migrantes sean los defensores de su propia identidad cultural y de sus derechos, así como que den muestras concretas de respeto a las leyes, la cultura y la tradición del país de acogida.

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ZENIT Staff

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