Integración latinoamericana y caribeña

Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas

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SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 27 de febrero de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con el título «Integración latinoamericana y caribeña».

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La Cumbre de Presidentes de América Latina y El Caribe, al terminar su reunión en Cancún, acordó crear la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, sin Canadá y Estados Unidos. Intenta ser una instancia que dé identidad a esta coalición de países, con principios y valores comunes, como la igualdad, la democracia, los derechos humanos, la protección del medio ambiente, la cooperación internacional, la unidad, el diálogo por la paz y seguridad regionales, el no recurso a la fuerza para resolver conflictos, el desarrollo sustentable. Se atenderá el fenómeno de la migración, tan común a nuestros países, y se apoyó el desbloqueo de Cuba y la reconstrucción de Haití.  

Este es un sueño y una exigencia que desde hace muchos años la Iglesia Católica en el subcontinente ha alentado. Somos pueblos muy cercanos, por nuestra identidad cultural y por la lucha contra la pobreza común. Hay distancias considerables con los dos países del Norte, y los intereses políticos y económicos de éstos no permiten un crecimiento justo de los restantes países del Continente. Por ello, saludamos con esperanza la decisión. 

JUZGAR

Desde 1979, en la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y de El Caribe, en Puebla, se dijo: «Reconociendo que los pueblos latinoamericanos tienen tantos valores, necesidades, dificultades y esperanzas en común, se debe promover una legítima integración que supere los egoísmos y los estrechos nacionalismos y respete la legítima autonomía de cada pueblo, su integridad territorial, etc., y promuevan la autolimitación de los gastos de armamentos» (DP 1282). 

En 1992, en la IV Conferencia en Santo Domingo, expresamos: «La experiencia nos ha mostrado que ninguna nación puede vivir y desarrollarse con solidez de manera aislada. Todos sentimos la urgencia de integrar lo disperso y de unir esfuerzos para que la interdependencia se haga solidaridad y ésta pueda transformarse en fraternidad… Los cristianos encuentran motivaciones muy hondas para continuar este esfuerzo» (SD 204). Nos propusimos: «Fomentar y acompañar los esfuerzos en pro de la integración latinoamericana como patria grande, desde una perspectiva de solidaridad» (SD 209). Y retomamos lo dicho por el Papa Juan Pablo II en su Discurso Inaugural: «Un factor que puede contribuir notablemente a superar los apremiantes problemas que hoy afectan a este continente, es la integración latinoamericana. Es grave responsabilidad de los gobernantes el favorecer el ya iniciado proceso de integración de unos pueblos a quienes la misma geografía, la fe cristiana, la lengua y la cultura han unido definitivamente en el camino de la historia» (SD 206). 

En 2007, en Aparecida, insistimos en que: «aspiramos a una América Latina y caribeña unida, reconciliada e integrada» (520). «Una y plural, América Latina es la casa común, la gran patria de hermanos. Es una unidad que está muy lejos de reducirse a uniformidad, sino que se enriquece con muchas diversidades locales, nacionales y culturales» (525). «Sin embargo, hay muy graves bloqueos que empantanan esos procesos. Es frágil y ambigua una mera integración comercial. Lo es también cuando se reduce a cuestión de cúpulas políticas y económicas y no arraiga en la vida y participación de los pueblos. Los retrasos en la integración tienden a profundizar la pobreza y las desigualdades, mientras las redes del narcotráfico se integran más allá de toda frontera. No obstante que el lenguaje político abunde sobre la integración, la dialéctica de la contraposición parece prevalecer sobre el dinamismo de la solidaridad y amistad. La unidad no se construye por contraposición a enemigos comunes, sino por realización de una identidad común» (528). 

ACTUAR

Aprendamos a mirar no sólo hacia el Norte y Europa, sino más hacia el Sur. Valoremos y apoyemos a quienes viven y luchan acá. Somos no sólo vecinos, sino hermanos en muchos aspectos. Unamos mente, corazón y recursos. Europa se levantó cuando sus países se unieron. Sólo unidos nosotros, seremos la patria grande que soñamos y necesitamos.

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ZENIT Staff

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