Intervención ante el Sínodo del cardenal Levada

Perfecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe

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CIUDAD DEL VATICANO, lunes 6 de octubre de 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el saldo que pronunció este lunes como presidente delegado de la asamblea sinodal el cardenal William Joseph Levada prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

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Beatísimo Padre:
Con espíritu de fe y sentimientos de júbilo cristiano nos encontramos aquí reunidos para celebrar juntos esta XII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, convocada por Vuestra Santidad. Tendremos la oportunidad de confrontarnos entre nosotros pero sobre todo de unirnos en colegial comunión para prepararnos a escuchar la Palabra de vida que Dios ha confiado a los cuidados amorosos y fidedignos de su Iglesia para que la anuncie con valor y convicción, a los que están cerca y a los que están lejos.
Deseamos expresarle nuestro agradecimiento por haber elegido un tema tan importante y delicado. Hemos sido llamados a reflexionar sobre «La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia». A nadie se le escapa la importancia de semejante argumento y su posición central en la vida de la Iglesia y en la propia identidad cristiana. En efecto, la vida y la misión de la Iglesia se funda en la Palabra de Dios, que la alimenta y la expresa, ya que es el alma de la teología y, al mismo tiempo, la inspiradora de toda la existencia cristiana. Esta Palabra de Dios, al estar destinada a todos los creyentes requiere, por consiguiente, una especial veneración y obediencia, para que sea recibida como una urgente llamada a la plena comunión entre los fieles en Cristo.
Como nos recuerda la constitución dogmática Dei Verbum, existe una inseparable unidad entre la Sagrada Escritura y la Tradición, ya que ambas proceden de una misma fuente: «La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma divina fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin. Ya que la Sagrada Escritura es la palabra de Dios en cuanto se consigna por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo, y la Sagrada Tradición transmite íntegramente a los sucesores de los Apóstoles la palabra de Dios, a ellos confiada por Cristo Señor y por el Espíritu Santo para que, con la luz del Espíritu de la verdad la guarden fielmente, la expongan y la difundan con su predicación; de donde se sigue que la Iglesia no deriva solamente de la Sagrada Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas. Por eso se han de recibir y venerar ambas con un mismo espíritu de piedad» (Dei Verbum, 9).
Sólo la Tradición viva eclesial permite que la Sagrada Escritura sea comprendida como auténtica Palabra de Dios que sirve de guía, norma y regla para la vida de la Iglesia y el crecimiento espiritual de los creyentes. Ello supone el rechazo hacia cualquier interpretación subjetiva o puramente experiencial o fruto de un análisis unilateral, incapaz de acoger en sí el sentido global que a lo largo de los siglos ha guiado la Tradición de todo el pueblo de Dios.
En este horizonte nace la necesidad y la responsabilidad del Magisterio, llamado a ser el auténtico intérprete de la Palabra de Dios al servicio de todo el pueblo cristiano y para la salvación de todo el mundo. Y también nosotros, cada uno de los obispos, conocemos bien lo grandes que son nuestras responsabilidades como legítimos sucesores de los Apóstoles y lo que se espera de nosotros la sociedad actual, a la que debemos transmitir las verdades que a su vez nosotros hemos recibido. El Concilio Vaticano II nos enseña que «incumbe a los prelados […] instruir oportunamente a los fieles a ellos confiados para que usen rectamente los libros sagrados» (Dei Verbum, 25). Así pues, esta tarea les corresponde a los obispos en primera persona, ya sea como receptores de la Palabra, ya sea como servidores de la misma, según el munus docendi que han recibido. En este sentido, también el organismo sinodal constituye una institución cualificada para promover la verdad y la unidad del diálogo pastoral dentro del Cuerpo místico de Cristo.
Santidad, en su discurso a los Miembros del Consejo Ordinario de la Secretaría general del Sínodo de los Obispos, ha manifestado su deseo de que «ello ayude a redescubrir la importancia de la palabra de Dios en la vida de todo cristiano, de toda comunidad eclesial e incluso civil» (Discurso a los Miembros del Consejo Ordinario de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, L’Osservatore Romano, 25 de enero de 2007).
Nosotros queremos acoger con humildad y responsabilidad esta llamada, pues sabemos que el último fin de la revelación divina es la comunión de vida con el Señor. La Epístola a los Hebreos nos recuerda que la Palabra de Dios es viva y eficaz (cfr. 4, 12) e ilumina nuestro camino de peregrinación terrenal hacia la total plenitud del Reino de Dios. Sólo quien tiene familiaridad con la Palabra de Dios podrá ser su fidedigno anunciador y sólo quien la vive con un compromiso concreto de crecimiento puede comprender lo que escribe san Pablo a los cristianos de Corinto: «¡ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1Cor 9, 16). Este grito de san Pablo resuena también hoy en la Iglesia con urgencia y se vuelve para todos los cristianos una llamada al servicio del Evangelio para el mundo entero.
Al iniciar los trabajos de esta Asamblea sinodal, bajo la guía del Espíritu Santo, queremos dirigir nuestra mirada a Cristo, luz del mundo y nuestro único Maestro. Que la Virgen María, madre de la Palabra encarnada, interceda por nosotros. Bendíganos, Santo Padre, para que la belleza, la pureza y la verdad de la Palabra de Dios pueda llegar a todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo mediante nuestra caridad pastoral, nuestro coraje evangélico y nuestra jubilosa responsabilidad del anuncio cristiano.

Traducción distribuida por la Secretaría General del Sínodo de los Obispos

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ZENIT Staff

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