Intervención de la Santa Sede en la ONU sobre Población y Desarrollo

“La reproducción humana no es una mercancía”

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NUEVA YORK, viernes 15 de abril de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la declaración realizada el pasado martes por el arzobispo Francis Chullikatt, observador permanente de la Santa Sede en las Naciones Unidas, en la Sesión 44 de la Comisión sobre Población y Desarrollo. El título de dicha declaración es “Fertilidad, Salud Reproductiva y Desarrollo”. * * *

Señor Presidente,

Al considerar el tema de la “fertilidad, salud reproductiva y desarrollo”, mi delegación aprovecha la oportunidad de centrarse en la importancia fundamental del respeto por la inherente dignidad de la persona humana en todas las actividades para el desarrollo. En primer lugar, está claro que el tema de esta sesión exige un cuidadoso análisis con el fin de lograr, en vez de frustrar, el noble objetivo de las Naciones Unidas que pretende preservar la “dignidad y el valor de la persona humana”.

Desgraciadamente muchos debates de hoy en día continúan dejándose llevar por un concepto falso que, en el contexto del crecimiento de la población, el mismo acto de dar la vida más temido que deseado. Este tipo de pensamiento se basa en un individualismo radical que considera la reproducción humana como una mercancía que debe ser regulada y mejorada con el fin de fomentar una mayor eficiencia de mercado y de desarrollo. ¿Cómo puede, este punto de vista, estar en consonancia con los objetivos de las Naciones Unidas? No se puede ser más franco.

Esta interpretación errónea conduce a una visión distorsionada según la cual el crecimiento de la población, especialmente entre los pobres, debería disminuir para poder luchar contra la pobreza, el analfabetismo y la malnutrición. Esto se basa en la teoría, consistentemente refutada, de que el aumento de la población devastará el medioambiente, conducirá a una competencia a nivel mundial y a un enfrentamiento por los recursos además de debilitar la capacidad de las mujeres de interactuar completamente en la sociedad. Estos temores contribuyen al avance de la tecnología de formas de reproducción que denigran la naturaleza de la sexualidad humana. La combinación de estos conceptos erróneos han provocado que muchos gobiernos nacionales adopten leyes y políticas que desaniman a los padres a ejercer su fundamental e inderogable derecho a tener hijos, libres de toda coacción y que a veces consideran ilegal que una madre dé a luz, en algunos casos, o que un niño pueda tener hermanos y hermanas.

Como destaca el informe del Secretario General, las estadísticas de la reproducción varían en muchos lugares del mundo. Sin embargo, el informe sugiere incorrectamente, que los índices de reproducción en los países en desarrollo constituyen un área de preocupación principal que exigen una acción inmediata. El informe, además, promueve la trágica teoría de que si hay menos niños pobres habrá menos necesidad de proveer educación; que si hay menos mujeres pobres que dan a luz, habrá menor mortalidad maternal, y que si hubiera menos personas que alimentar entonces la malnutrición sería más fácil de controlar y que se podrían asignar mayores recursos al desarrollo. Con el fin de combatir problemas legítimos, el concepto, cada vez más desacreditado, de control de la población debería ser descartado.

Esta distorsionada visión del mundo con respecto a los pobres los considera como un problema que ha de ser mercantilizado y gestionado como si fuesen objetos sin importancia en vez de personas únicas con una dignidad humana y un valor, que requieren el compromiso total de la comunidad internacional de prestarles asistencia para que puedan alcanzar su pleno potencial.

En lugar de centrar las políticas y de los recursos financieros en esfuerzos cuyo objetivo es reducir el número de personas pobres a través de métodos que trivializan el matrimonio y la familia y deniegan el mismo derecho a la vida a niños no nacidos, concentremos estos recursos en la prestación de la asistencia prometida para el desarrollo de unos aproximadamente 920 millones de personas que viven con menor de 1’25$ al día. Alimentemos a casi el billón de personas que están desnutridos, y proveamos de asistencia adecuada a los nacimientos para reducir los casos de mortalidad infantil y maternal. Cumplamos nuestra promesa de proporcionar educación primaria a los 69 millones de niños que corren el riesgo de convertirse en otra generación que no tenga una asistencia básica. Los niños de hoy serán los ciudadanos de mañana que tienen mucho que contribuir al bienestar y al bien común de todos.

A través de la búsqueda del bien común y el desarrollo humano integral, que necesariamente tiene en cuenta aspectos políticos, culturales y espirituales de los individuos, familias y sociedades, la comunidad internacional puede respetar la dignidad de cada persona y así fomentar una nueva ética para el desarrollo. Esta ética es, precisamente, la tónica que nuestro mundo necesita desesperadamente para promover una paz duradera y una auténtica prosperidad para todos.

Señor Presidente,

Mientras que la Santa Sede continúa animando y abogando porque la prioridad más importante consista en afrontar las necesidades de los más débiles, al mismo tiempo mi delegación insta a que el apoyo financiero, político y social se dirija a sostener a la familia.

Como señala el informe del Secretario General, en algunas regiones del mundo, los países están experimentando un crecimiento de la población por debajo del nivel de reemplazo. Este descenso de los índices de fertilidad han dado lugar al envejecimiento de la población al carecer de la población necesaria para sostener el desarrollo económico y producir los recursos necesarios para sostener a esta población envejecida. Intrínsecamente vinculado a este problema demográfico está la necesidad de apoyar a las familias. A través de la adopción de políticas que animen a los matrimonios a estar abiertos a la llegada de los hijos, y proveerles de la asistencia necesaria para poder dar a luz y criar a los niños, incluyendo a aquellos de familias numerosas, las políticas nacionales pueden fomentar un nuevo compromiso y apertura a la vida, ¡vida que sostendrá a una próspera familia humana!

El mismo primer principio sobre el que el documento final de la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo se basó, reconoció que la comunidad internacional debe, conforme a los universalmente reconocidos derechos humanos, “respetar las diferentes religiones y valores éticos así como el trasfondo cultural” de todo el mundo [1]. Este principio no es sólo un valor de larga data para la cooperación internacional sino que también es necesario para un auténtico desarrollo económico. El reconocimiento de este principio fundamental es vital para el éxito de nuestro trabajo durante esta Sesión.

Las instituciones religiosas han sido la fuente de la prestación del cuidado sanitario a las poblaciones locales de todo el mundo. Vale la pena destacar que la Iglesia Católica suministra aproximadamente el 25% del cuidado a aquellos que viven con el VIH/SIDA con más de 16.000 programas de bienestar social y más de 1.000 hospitales, 5.000 dispensarios y más de 2.000 guarderías sólo en África [2]. El respeto a los valores culturales y religiosos no es sólo una teoría; es esencial para el integral y auténtico desarrollo humano en consonancia con los objetivos de las Naciones Unidas y su sistema de organizaciones afines

Es importante que la comunidad internacional continúe reflexionando en la relación entre población y desarrollo. Y al hacerlo, los gobiernos deben recordar siempre que las personas son un bien activo y no pasivo. Cuantos más gobiernos reconozcan esto, más gobiernos serán capaces de poner en marcha programas y políticas que realmente avancen en el bienestar de las personas y así contribuyan al desarrollo de la entera comunidad humana.

Gracias,
señor Presidente.

NOTAS

[1] Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo, Cap. II, «Principios.»

[2] Anuario Estadístico de la Iglesia, 2008.

[Traducción del inglés por Carmen Álvarez]

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ZENIT Staff

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