Intervención del cardenal Bertone en la cumbre de la OSCE

Discriminación contra los cristianos, inmigración y desarme, temas clave

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ASTANÁ, miércoles 1 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el texto de la intervención del cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado vaticano, en la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), que se está celebrando en Astaná (Kazajstán).

* * * * *

Señor Presidente,

Excelencias,

1. Desideraría ante todo expresar mi gratitud al Presidente de Kazajstán por la amable y cordial acogida reservada a todas las Autoridades, con ocasión de este Encuentro Cumbre de de Jefes de Estado y de Gobierno de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa – el primero del siglo XXI. ¡Gracias también por la exquisita hospitalidad, mostrada de muchas maneras! Mi gratitud va también a las Autoridades administrativas de Kazajstán, como también a cuantos han preparado la reunión y han cuidado sus detalles de organización: a todos y a cada uno va la expresión del más vivo reconocimiento por parte de la Santa Sede.

Un particular agradecimiento quiero tributar a la Presidencia kazaja en ejercicio, que con perseverancia y gran empeño ha conseguido convencer a los Estados participantes de la utilidad de este paso y que con su trabajo incansable ha creado los presupuestos para que éste pueda favorecer decisiones políticas importantes para la Organización.

2. ¡Kazajstán es un país lleno de siglos de historia, que sabe cuán importante y urgente es la paz! Por conformación geográfica, es tierra de frontera y de encuentro. Aquí, en estas estepas infinitas, se han encontrado y siguen encontrándose pacíficamente hombres y mujeres pertenecientes a etnias, culturas y religiones distintas. No puedo dejar de recordar las palabras del gran pensador y poeta kazajo Abai Kunanbai: “La humanidad tiene como principio el amor y la justicia, estas son el coronamiento de la obra del Altísimo” (Los dichos, cap. 45).

En un cierto sentido, estos principios del amor y de la justicia están en la base del Acta Final de Helsinki, de la que se celebra este año el trigésimo quinto aniversario. Su Documento Final es uno de los instrumentos más significativos del diálogo internacional. Los treinta y cinco países firmantes llegaron a un acuerdo fundamental: la paz no está asegurada solo cuando las armas callan; es más bien el resultado de la cooperación de los individuos por una parte y de las propias sociedades por la otra, y es también el resultado del respecto de algunos imperativos éticos.

Los famosos “diez principios” que abren el Documento Final constituyen la base sobre la cual los pueblos de Europa, que fueron durante años víctimas de guerras y divisiones, quisieron consolidar y preservar la paz, de modo tal que permitiese a las generaciones futuras vivir en armonía y en la seguridad. Los autores del documento final comprendieron claramente que la paz sería muy precaria sin una cooperación entre las naciones y entre los individuos, sin una mejor calidad de vida y sin la promoción de los valores que tienen en común.

¡Señor Presidente!

3. ¡Qué actuales son esos “diez principios”! No hay duda de que, junto a los innegables progresos conseguidos, existen sectores en los que el debilitamiento de la confianza recíproca entre los Estados participantes ha impedido alcanzar objetivos más ambiciosos. Es en estos sectores donde deben concentrarse los esfuerzos de la Cumbre para ofrecer indicaciones precisas sobre las que desarrollar las actividades de la OSCE en 2011 y en los años siguientes.

Por lo que respecta a la primera dimensión, la político-militar, no podemos sino felicitarnos del hecho de que, en los más de diez años transcurridos desde la Cumbre de Estambul, las amenazas tradicionales a la seguridad que habían caracterizado los años anteriores se hayan debilitado, en cuanto se ha respondido eficazmente a ellas con la realización de importantes instrumentos sobre el Control de los Armamentos y sobre las Medidas de Confianza y Seguridad.

Con todo, la situación de los armamentos (fuerzas en liza, doctrinas de empleo, organización y nuevas tecnologías armamentísticas) ha evolucionado y es por ello apropiado que esta Cumbre tome nota de ello, comprometiendo a los Estados participantes a negociar mejoras y actualizaciones de los instrumentos existentes y a idearlos de nuevo, si es el caso. Nos referimos naturalmente a la revitalización del Tratado sobre las Fuerzas Convencionales en Europa (CFE), a una completa revisión del Documento de Viena 1999 y, por qué no, a eventuales desarrollos del Código de Conducta sobre los aspectos político-militares de la Seguridad.

El Foro para la Cooperación en materia de Seguridad (FSC) ha llevado a cabo un importante trabajo propedéutico en esta dirección, bajo la competente guía de las diversas Presidencias que se han sucedido, la última la de Irlanda, a las que va todo nuestro aplauso. Esto nos hace optimistas sobre ulteriores progresos.

Otro tanto, si no aún mayor impulso, deben recibir los esfuerzos dirigidos a resolver los conflictos prolongados, que, aún en su dimensión localizada, representan una grave amenaza a la seguridad y a la estabilidad de toda el área OSCE.

Deben también afinarse las potencialidades de la Organización, de forma limitada a los sectores en los que puede proporcionar una contribución original, en la lucha contra las amenazas representadas por el terrorismo. Hay constar al Secretariado de los esfuerzos que está realizando al respecto a través de sus Unidades especializadas, y concuerdo con la oportunidad de una coordinación más estrecha.

Auguro finalmente que reciban más apoyo esas actividades que, de manera más inmediata, inciden en la seguridad de los ciudadanos, como la eliminación de la amenaza representada por las Armas Ligeras y de Pequeño Calibre (SALW) y por los Depósitos de Municiones Convencionales (SCA), la lucha contra las Armas de Destrucción Masiva (WMD) y la tutela del ambiente cibernético.

¡Señor Presidente!

4. El Acta Final de Helsinki reconoció también la importancia de los factores económicos y medioambientales para la paz, la seguridad y la cooperación.

Al respecto, la Santa Sede no cesa de reafirmar que un objetivo común de los Estados debería ser la tutela y el respeto de la dignidad humana que une a toda la familia humana, una unidad enraizada en los cuatro principios fundamentales de la centralidad de la persona humana, de la solidaridad, de la subsidiariedad y del bien común. Estos principios son más que consonantes con el concepto comprensivo de la seguridad que está en la base de nuestra Organización y que constituyen una llamada continua de la que debe hacerse cargo la comunidad política.

El Papa Benedicto XVI, en su última Encíclica Caritas in veritate afirma: “El gran desafío que tenemos, planteado por las dificultades del desarrollo en este tiempo de globalización y agravado por la crisis económico-financiera actual, es mostrar, tanto en el orden de las ideas como de los comportamientos, que no sólo no se pueden olvidar o debilitar los principios tradicionales de la ética social, como la transparencia, la honestidad y la responsabilidad, sino que en las relaciones mercantiles el principio de gratuidad y la lógica del don, como expresiones de fraternidad, pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria. Esto es una exigencia del hombre en el momento actual, pero también de la razón económica misma. Una exigencia de la caridad y de la verdad al mismo tiempo” (N. 36).

De hecho, precisamente la crisis económico-financiera ha mostrado la importancia de la dimensión ética para el sector económico-ambiental y la necesidad de no descuidar los principios de solidaridad, de gratuidad y de la lógica del don también en las relaciones interestatales, para poder lograr paz y segur
idad equitativas, justas y duraderas. La Santa Sede considera que es urgente introducir una lógica que ponga a la persona humana y, en particular, a la familia y a las personas necesitadas, como centro y fin de la economía.

La Cumbre nos ofrece una oportunidad única para afrontar los desafíos actuales a la paz y a la seguridad, causados también por los problemas económicos y medioambientales, y para reafirmar una aproximación integrada a la realización de todos los derechos del hombre, incluidos los económicos y sociales, Quisiera aquí recordar el principio de solidaridad entre los pueblos, esencial para el progreso económico y social. La solidaridad implica también el compromiso de los Estados de desarrollar la cooperación, con el fin de mejorar el bienestar de los pueblos y de contribuir a la satisfacción de sus aspiraciones. Las ventajas de los logros en el campo económico, científico, técnico, social, cultural y humanitario contribuirán a la creación de condiciones favorables para hacer estas ventajas accesibles a todos a través de la reducción de las diferencias de los niveles de desarrollo económico.

Un campo particular en el que la OSCE podría intensificar sus actividades es el de la cooperación técnica y científica con la facilitación de la transferencia de las tecnologías y del know-how en el campo de los transportes, de la gestión de las fronteras, de la seguridad energética y de la cibernética.

En en campo medioambiental no puede faltar una atención al agua – una necesidad fundamental para la vida. A todo ser humano debería asegurársele la disponibilidad de una cantidad suficiente de agua de calidad adecuada. Una mayor disponibilidad de agua significa más alimento, menos hambre, salud mejor y un estímulo general a un desarrollo sostenible.

La Santa Sede apoya también otros temas de los que tradicionalmente se ocupa la OSCE, inter alia, la promoción del buen gobierno, la lucha contra la corrupción, la seguridad y la eficacia de los transportes, la prevención de las catástrofes naturales, causadas por el hombre y por la propia naturaleza, como también la gestión de los flujos migratorios, con una atención particular a los derechos de los migrantes y de sus familias.

Especialmente en este tiempo de crisis económica existe la tendencia a olvidar los derechos de los migrantes. Debemos recordar, en todo caso, que todos los seres humanos, sin excepción alguna, incluidos los migrantes, están dotados de derechos inalienables que no pueden, ni ser violados, ni mucho menos ignorados. El estatus de migrante no borra su dignidad humana. Además, los Estados deben actuar de modo tal que aseguren a los trabajadores migrantes legalmente residentes un empleo justo y la seguridad social. En referencia a los derechos del migrante no podemos olvidar a la familia. Esta tiene un valor fundamental en la construcción de cualquier sociedad. La Santa Sede subraya, de modo particular, el derecho a reunificar las familias, que los Estados participantes se comprometieron a facilitar en el Acta Final de Helsinki, en el Documento de Madrid de 1983 y en el Documento Final de Viena de 1989.

¡Señor Presidente!

5. Las discusiones en la base del Proceso de Corfú pusieron el acento en el hecho de que, en el acquis que la OSCE se ha construido en años, se incluyen compromiso de gran alcance en favor de la defensa de las libertades fundamentales y de los derechos humanos, del derecho al desarrollo humano integral y del apoyo a la ley internacional y de las instituciones globales. La CSCE y la OSCE han tenido siempre en sus respectivas agendas la promoción y la protección de los derechos humanos. La dignidad de la persona humana es la que motiva el deseo de nuestra Organización de trabajar por la realización efectiva de todos los derechos humanos.

Entre estas libertades fundamentales está el derecho a la libertad religiosa. Esta se ha convertido en un tema recurrente en el contexto de los asuntos internacionales. El problema se ha convertido en parte de la cultura de nuestro tiempo, porque nuestros contemporáneos han aprendido mucho de los excesos del pasado, y han comprendido que creer en Dios, practicando la religión y uniéndose a los demás en expresar la propia fe, no es una concesión otorgada por el Estado, sino un verdadero derecho fundado en la dignidad misma de la persona humana. La libertad religiosa protege la dimensión trascendental del ser humano y expresa su derecho de buscar a Dios y de relacionarse con Él, sea como individuo, sea como comunidad de creyentes.

Los avances de estos últimos años y los progresos realizados en la redacción de los diversos textos emanados de la OSCE demuestran cada vez más claramente que la libertad religiosa puede existir en diferentes sistemas sociales. Por desgracia, se observa una «creciente marginalización de la religión, en particular del Cristianismo, que está tomando pie en algunos ámbitos, incluso en naciones que atribuyen a la tolerancia un gran valor» (Discurso del Santo Padre a la sociedad británica, Westminster Hall, 17 de septiembre de 2010). La idea de la religión como forma de alienación está desmentida por la constatación de que los creyentes representan un eje fundamental a favor del bien común.

La vida religiosa, como factor importante para la vida social y cultural de los países, no está amenazada sólo por restricciones vejatorias, sino también por el relativismo y por un falso secularismo, que excluye la religión de la vida pública. Por eso es de vital importancia para los creyentes participar libremente en el debate público para presentar así una visión del mundo inspirada por su fe. De esta forma contribuyen al crecimiento moral de la sociedad en la que viven. Los Estados participantes en la OSCE han adquirido cada vez más la conciencia de que una confrontación franca de ideas y de convicciones es condición indispensable para su desarrollo global. Por esta razón la zona de “Vancouver a Vladivostok” puede con derecho esperar de las religiones una contribución eficaz a la cohesión social, a la seguridad y a la paz.

Estrechamente unida a la libertad religiosa, allí donde esta es negada, se encuentran la intolerancia y la discriminación por motivos religiosos, especialmente contra los cristianos. Está ampliamente documentado que los cristianos son el grupo religioso mayormente perseguido y discriminado. Más de 200 millones de ellos, pertenecientes a confesiones distintas, se encuentran en situación de dificultad a causa de estructuras legales y culturales.

La comunidad internacional debe combatir la intolerancia y la discriminación contra los cristianos con la misma determinación con la que lucha contra el odio hacia los miembros de otras comunidades religiosas. Y los Estados participantes en la OSCE se han comprometido a hacerlo. En las discusiones durante la Mesa Redonda de marzo de 2009 surgió claramente que la intolerancia y la discriminación contra los cristianos se manifiestan bajo formas diversas dentro de toda el área de la OSCE. En algunos países existen aún leyes intolerantes y discriminatorias, decisiones y comportamientos, acciones y omisiones que niegan esta libertad. Se registran episodios recurrentes de violencia e incluso asesinatos de cristianos. Sigue habiendo restricciones excesivas hacia el registro de Iglesias y comunidades religiosas, como también contra la importación y la distribución de su material religioso. Hay también interferencias ilegítimas en el campo de su autonomía a nivel organizativo, que impiden actuar de forma coherente con las convicciones morales. A veces se ejerce una presión excesiva sobre personas empleadas en la administración pública que lesionan su derecho de seguir los dictados de su propia conciencia, con claros signos de resistencia contra el reconocimiento del papel público de la religión. La educación cívica es carente en respetar la identidad y los principios de los cristianos y de los miembros de otras religio
nes. Tampoco los medios de comunicación y los discursos públicos están libres siempre de actitudes de intolerancia y, a veces, de verdaderas denigraciones hacia los cristianos y los miembros de otras religiones. La OSCE debería, por tanto, desarrollar propuestas efectivas para combatir dichas injusticias.

Señor Presidente,

La Santa Sede ha sido siempre consciente de la gravedad del crimen del tráfico de seres humanos, una forma moderna de esclavitud. Precisamente hoy se celebra la Jornada Mundial para la Abolición de la Esclavitud.

Todos los esfuerzos dirigidos a hacer frente a las actividades criminales y a proteger a las víctimas del tráfico deberían incluir a hombres y mujeres y poner los derechos humanos en el centro de todas las estrategias. Esta misma visión debería ser aplicada a otras formas de tráfico, como las formas ilícitas de subcontratación que sacan provecho de condiciones de trabajo basadas en la explotación.

El tráfico de seres humanos es un problema pluridimensional, a menudo ligado a la migración, pero va mucho más allá de la industria del sexo, pues comprende también el trabajo forzado de hombres, mujeres y niños en varios sectores industriales y comerciales. Si por una parte el trabajo coaccionado está relacionado con la discriminación, con la pobreza, con las costumbres locales, al analfabetismo de la víctima, por otra tiene un nexo con el trabajo flexible y barato. Las diversas formas de tráfico requieren medidas y visiones distintas, dirigidas a devolver dignidad a las víctimas.

Para prevenir el tráfico de seres humano hoy se recurre a menudo a políticas de inmigración más severas, a mayores controles en las fronteras y a la lucha contra el crimen organizado, Con todo, mientras las víctimas que son repatriadas se encuentren en las mismas condiciones de las que intentaron huir, el tráfico no se interrumpirá fácilmente. Por tanto las iniciativas anti-tráfico deben buscar también desarrollar y ofrecer posibilidades concretas para huir del ciclo pobreza-abuso-explotación. Como afirma el Papa Benedicto XVI, en su Encíclica Spe salvi: “La grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre. Esto es válido tanto para el individuo como para la sociedad” (N. 38).

Señor Presidente,

6. La Declaración Final de la Cumbre, como también el Plan de Acción, atestiguan la actualidad de los “diez principios” de Helsinki. Estos documentos revelan al mundo que los compromisos concordados por la OSCE son fuertes y nobles, son apoyados por un mandato sólido y por el principio del consenso. La Santa Sede reafirma estos compromisos y anima a la Organización a permanecer firme en ellos.

Permitaseme, Señor Presidente, concluir mi intervención citando las palabras del Papa Juan Pablo II con ocasión de su Visita Pastoral a Finlandia en 1989. Dirigiéndose a los componentes de la Asociación Paasikivi, dijo: “En la noble tarea de llevar a término el proceso de Helsinki la Iglesia católica no dejará de estar junto a vosotros, a vuestro lado, de ese modo discreto que caracteriza su dimensión religiosa. Ella está convencida de la validez del ideal encarnado aquí hace catorce años en un documento que para millones de europeos es más que un documento final: ¡es un ‘acto de esperanza’!».

¡Que el Encuentro Cumbre de Astaná sea también un “acto de esperanza” para nuestra generación!

¡Gracias, Señor Presidente!

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez

©Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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