Intervención en Aparecida del arzobispo Rylko, presidente del Consejo para los Laicos

APARECIDA, jueves, 17 mayo 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención del arzobispo Stanislaw Rylko, presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, pronunciada este miércoles en la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano.

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Mis más cordiales saludos a los Señores Cardenales Presidentes de esta Conferencia, a todos los hermanos en el episcopado, a todos los participantes! Me siento muy honrado, como Presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, de compartir la vida y los trabajos de este importante evento eclesial. Permítanme que dirija un saludo muy especial a los laicos presentes en la Conferencia. En cierto modo son representantes y protagonistas de esa fuerte corriente de mayor conciencia, responsabilidad y participación de los fieles laicos en la vida y misión de la Iglesia de la renovación promovida por el Concilio Vaticano II.

Para comprender la situación actual del laicado latinoamericano no se puede no evocar las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano pues constituyen los pilares fundamentales en la vida de la Iglesia en este continente. La Conferencia en Medellín (1968) buscó las vías de la aplicación del Magisterio conciliar a la realidad latinoamericana. Lejos de una “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura” [1], se experimentó siempre una continuidad renovada que reflexiona ante los nuevos desafíos que se presentan. Con especial novedad y dinamismo emergen lo temas de los “pobres”, de la “liberación”, de la “comunidades eclesiales de base”, de las consecuencias sociales del seguimiento de Cristo y del compromiso político en transformaciones que se consideran urgentes y profundas. No faltaron interpretaciones y desviaciones posteriores con un reduccionismo soteriológico a la clave ético-social o política o la primacía de la misma sobre el acontecimiento salvífico.

El giro especialmente significativo fue que la mirada y la solicitud pastorales de la Iglesia no se concentraron sólo en las minorías laicales «comprometidas», en las élites de los «militantes», sino que se tomó conciencia de la responsabilidad ante un multitud de bautizados donde la tradición católica estaba muy arraigada pero poco cultivada. Se revalorizó la piedad popular como acervo de valores que responde con sabiduría cristiana a los grandes interrogantes de la existencia. Ésta se redescubrió como una modalidad de inculturación de la fe católica y de un laicado que expresa su fe comunitariamente a través de gestos, símbolos, palabras, criterios. La cuestión crucial resulta, pues, la de custodiar, reformular y revitalizar el patrimonio de la fe, esa mayor riqueza de los pueblos latinoamericano, que se expresa en casi el 90% de sus bautizados, que son poco menos de la mitad de los bautizados en toda la Iglesia católica.

Vienen los tiempos de la Conferencia en Puebla 1979) y después en Santo Domingo (1992), bajo la guía del pontificado de S.S. Juan Pablo II. Los Pastores saben bien que el patrimonio de este «continente de la esperanza» se ve asediado por causa de fuertes corrientes de descristianización inducida por una cultura dominante a nivel global cada vez más lejana y hostil a la tradición católica. Al mismo tiempo constatan la expansión y proliferación de comunidades evangélicas y la catequesis y la de superar el deslizamiento reductor del cristianismo hacia un moralismo exacerbado, un mesianismo político, un sincretismo ideológico. Puebla y Santo Domingo expresan el anhelo de reafirmar la identidad cristiana y la misión de la Iglesia para suscitar una nueva evangelización que haga de la presencia de Cristo una realidad más evidente, persuasiva e influyente en la vida de las personas, las familias y los pueblos.

La Conferencia de Aparecida (2007) en cambio, quiere ser un llamado fuerte a un regreso a lo esencial del ser cristianos. ¡Qué importante es en nuestro mundo lleno de falsos maestros que seducen y engañan con tantas falsas promesas de felicidad y de «salvación» a bajo preciso, que los fieles laicos sepan descubrir en Cristo al único verdadero Maestro y Señor que «tiene palabras de vida eterna» ( cfr. Jn. 6, 56) y de descubrirse a sí mismos como sus discípulos! El discípulo es aquél que entra en comunión de vida con Cristo-Maestro. Benedicto XVI en la Encíclica Deus caritas est nos enseña: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (n. 1).

1. Sabemos bien que hoy existe una ingente y capilar generosidad en el laicado católico latinoamericano. Se destaca en muchas familias, en el empeño de numerosísimos catequistas, en la viva participación en las parroquias, en las comunidades cristianas, en redes de solidaridad junto a los más pobres. Parece de suma importancia tener presente la necesidad y exigencia de una renovada, más coherente e incisiva presencia de los fieles laicos en los areópagos culturales y escenarios políticos en los que se desarrolla la vida de las naciones. Al mismo tiempo, Latinoamérica habiendo ya vivido el encuentro de diversas culturas con el Evangelio, tiene un rol histórico fundamental en el proceso de globalización en el cual vivimos. Hay enormes tareas pendientes, que Ustedes, Pastores de los pueblos latinoamericanos, conocen mucho mejor que yo, en pos de una cultura de la vida, de un auténtico desarrollo, de una lucha contra la pobreza y una mayor equidad, de procesos de inclusión social, consolidación democrática e integración latinoamericana. Dala impresión en vuestras tierras que existen no pocos dirigentes políticos que se declaran «católicos», más por la búsqueda de consenso o como tributo a la tradición de las naciones que como verdadera asunción de responsabilidad y coherencia a la luz de la fe y de la doctrina social de la Iglesia. Tampoco ofrecen sólidos fundamentos de construcción los sub-productos hiper-individualistas de la sociedad de consumo, con su relativismo político y moral. Hoy más que nunca se requiere una atenta formación cristiana, un fuerte arraigo y alimento comunitario, un agudo discernimiento a la luz de la fe y un compromiso coherente, competente y valiente en la vida pública por parte de nuevos sectores laicales. En este sentido, el Compendio de la doctrina social de la Iglesia es un instrumento de gran valor. Sostenidos por sus Pastores, el testimonio de los laicos ha de brillas en escuelas y universidades, en los ambientes de trabajo, en los medios de comunicación, en los movimientos sociales y en la política mostrando la fuerza transformadora de la fe y de la caridad al servicio del bien común.

2. América Latina vive con grande intensidad de nueva estación agregativa de los fieles laicos con transformaciones significativas [2]. La Acción Católica sufrió una pérdida de vitalidad y en muchos países se extinguió. Las comunidades eclesiales de base, después de una fuerte experiencia participativa allí donde la presencia institucional y social de la Iglesia resultaba escasa o ausente, también han ido perdiendo vitalidad, sobre todo cuando ha prevalecido el interés político y se han ido abriendo los cauces de renovadas formas de participación en procesos de democratización. Desde los años ochenta también se difunden con vigor en América Latina los nuevos y muy diversos movimientos y comunidades eclesiales, con los «Cursillos de Cristiandad» como precursores. Sea Juan Pablo II como Benedicto XVI los consideran «providenciales» en cuanto riqueza carismática, educativa y misionera para bien de la Iglesia y los pueblos. Al considerarlos también «providenciales» en esta hora de América Latina, le importó mucho al Consejo Pontificio para los Laicos y al CELAM realizar en Bogotá en marzo del 2006, el Primer Congreso latinoamericano de movimientos eclesiales y nuevas comunidades como contribución importante en el camino de preparación a esta Conferencia. Estamos muy contentos que entre las categorías de participantes a esta Conferencia se encuentre por primera vez la de los representantes de estar realidades tan importantes. De ellos mucho se puede aprender
en cuando métodos, caminos y escuelas de formación y acompañamiento de discípulos y misioneros del Señor. Considero que los movimientos y nuevas comunidades que han surgido bajo el influjo del Espíritu Santo en estas tierras latinoamericanas son un verdadero signo de esperanza. Éstos han ofrecido a Latinoamérica un fuerte impulso misionero y una gran fantasía misionera en la presentación del anuncio de Cristo y en la formación en la fe , cooperando con fidelidad a la misión de la Iglesia no sólo en América Latina sino en el mundo entero. En el providencial designo de salvación hoy diversas comunidades surgidas en Latinoamérica se encuentran en lugares descristianizados como Europa y Norte América, ofreciendo con su testimonio y anuncio aquella fe que a su vez recibieron desde la evangelización constituyente, expresión de la ley de la traditio y redditio. Al «cristianismo cansado» y desalentado responden con una fe llena de alegría, entusiasmo y valentía. Frente a un cristianismo cerrado en sí mismo, pasivo y lleno de miedo, responden con una fe propositiva, misionera y sin falsos complejos de inferioridad frente al mundo. Los movimientos por lo tanto, no son un «problema» – como a veces se escucha repetidamente -, sino más bien un don y como don ha de ser acogido en las Iglesias locales. El Papa Benedicto XVI insiste que «las Iglesias locales y los movimientos no son opuestos entre sí, sino que constituyen la estructura viva de la Iglesia» [3] y por tanto exhorta a los pastores a «salir al encuentro de los movimientos con mucho amor» [4].

3. Permítanme dejar planteado, a la conclusión de esta intervención, tres prioridades que son muy importantes para el Papa Benedicto XVI. La primera es que se reconozca que la cuestión humana decisiva, en cualquier circunstancia, es la cuestión de Dios. En ese reconocimiento está en juego el primado de Dios y la única verdadera respuesta al drama de la existencia de la persona y los pueblos. No hay nada más real que Dios mismo, una realidad sin la cual nada puede ser bueno para el hombre. El Santo Padre Benedicto XVI dirigiéndose a los obispos suizos señaló que «se trata de la centralidad de Dios; y no precisamente de un Dios cualquiera, sino del Dios que tiene el rostro de Jesucristo. Esto es muy importante hoy. Se podrían enumerar muchos problemas que existen en la actualidad y que es preciso resolver, pero todos ellos sólo se pueden resolver si se pone a Dios en el centro, si Dios resulta de nuevo visible en el mundo, si llega a ser decisivo en nuestra vida y si entra también en el mundo de un modo decisivo a través de nosotros. A mi parecer, el destino del mundo en esta situación dramática depende de esto: de si Dios, el Dios de Jesucristo, está presente y si es reconocido como tal, o si desaparece» [5]. Tenemos siempre la tentación de remover ese primado en función de nuestras urgencias y proyectos humanos. Si se construye fuera de esa centralidad y primado se construye contra la persona y contra el bien de los pueblos. ¡Primero Dios!… y todo lo demás se dará por añadidura.

La segunda prioridad es la de lograr ser testigos, comunicadores y educadores de la belleza de ser cristianos. ¿A qué otra cosa tiende la razonable persuasión de las enseñanzas de Benedicto XVI sino a ayudar a redescubrir a todo bautizado la dignidad, belleza y alegría de ser cristianos? Cuando un periodista preguntó al Santo Padre antes de su viaje a Colonia, qué es lo que quería comunicas en la Jornala Mundial de la Juventud del 2005, Benedicto XVI respondió sintéticamente: ¡que ser cristiano es bello! Como lo dijo en la primera homilía de su ministerio petrino: «quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada – absolutamente nada – de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana» [6]. Sólo desde la experiencia y certeza de esa belleza y alegría en la propia vida, brota la gratitud y el ímpetu misionero de compartir con todos el don del encentro con Cristo.

La tercera prioridad es que sin identidad profunda y fuerte de personas y pueblos nada de bueno se construye. A los Pastores nos corresponde sobre todo alimentas la identidad cristiana, católica, de los bautizados, para que se conviertan efectivamente en auténticos discípulos y, por eso, misioneros del Señor. Los fieles laicos están llamados a ser lo que son desde su identidad sacramental. Es fundamental pues, que vivan toda su vida como vocación. Bien afirma la exhortación apostólica post-sinodal “Christifideles laici”: «La inserción en Cristo por medio de la fe y de los sacramentos de iniciación cristiana es la raíz primera que origina la nueva condición del cristiano en el misterio de la Iglesia, que constituye su más profunda fisionomía, que está en la base de todas las vocaciones y del dinamismo de la vida cristiana de los fieles laico» (n.9). Por eso, «no es exagerado decir que toda la existencia del fiel laico tiene como objetivo el llevarlo a conocer la radical novedad cristiana que deriva del bautismo, sacramento de la fe, para que pueda vivir sus compromisos según la vocación recibida de Dios» (n.10). Hay que repensar y relanzar, pues, los itinerarios de iniciación y reiniciación cristiana, no sólo para los niños sino también para los jóvenes y adultos, que, en la comunidad cristiana y a la luz de la Palabra de Dios encuentran su fundamento en el bautismo, los dones del Espíritu Santo en el sacramento de la confirmación y su culminación en el sacramento de la Eucaristía, fuente y vértice de toda la vida eclesial, de toda vida cristiana. Nada más importante que suplicar la misericordia de Dios, la gracia de su Espíritu y la compañía del Señor Jesús, confiándonos a la intercesión de la Santísima Virgen Maria, para que todos nuestros trabajos y desvelos lleguen a buen fin.

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Notas
[¹] BENEDICTO XVI, Discurso a los Cardenales, Arzobispos, Obispos y prelados y superiores de la Curia Romana, 22/12/2005
[2] Cfr. Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Christifideles laici, n. 29.
[3] BENEDICTO XVI, Discurso a los obispos de Alemania, 21/08/2005.
[4] BENEDICTO XVI, Discurso a los obispos de Alemania en visita «ad limina», 18/11/2006.
[5] BENEDICTO XVI, Homilía a los obispos de Suiza, 7/11/2006.
[6] BENEDICTO XVI, Homilía en el solemne inicio del ministerio cetrino, 24/04/2005.

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ZENIT Staff

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