Intervenciones ante el Sínodo en la mañana del jueves, sexta congregación general

CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 7 octubre 2005 (ZENIT.org).- Publicamos el resumen que ha distribuido la Secretaría del Sínodo de los Obispos de las intervenciones de los padres sinodales que tomaron la palabra en la mañana del jueves, durante la sexta congregación general de la asamblea.

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– S. Em. R. Card. Eduardo MARTÍNEZ SOMALO, Camarlengo de la Santa Romana Iglesia (CIUDAD DEL VATICANO)
– S. Em. R. Mons. Manfred SCHEUER, Obispo de Innsbruck (AUSTRIA)
– S. Em. R. Mons. Lucian MUREŞAN, Arzobispo Metropolita de Făgăraş y Alba Julia de los Rumanos, Presidente de la Conferencia Episcopal, Presidente del Consejo de la Iglesia Rumena (RUMANIA)
– S. Em. R. Card. Adrianus Johannes SIMONIS, Arzobispo de Utrecht, Presidente de la Conferencia Episcopal (PAÍSES BAJOS)
– S. Em. R. Mons. Javier ECHEVARRÍA RODRÍGUEZ, Obispo titular de Cilibia, Prelado de la Prelatura personal de la Santa Cruz y del Opus Dei (ESPAÑA)
– S. Em. R. Mons. Arthur ROCHE, Obispo de Leeds (GRAN BRETAÑA (INGLATERRA Y GALES)
– S. Em. R. Card. Giovanni Battista RE, Prefecto de la Congregación para los Obispos (CIUDAD DEL VATICANO)
– S. Em. R. Mons. Edward OZOROWSKI, Obispo titular de Bitetto, Obispo auxiliar de Białystok (POLONIA)
– S. Em. R. Card. Joachim MEISNER, Arzobispo de Köln (Colonia, ALEMANIA)
– S. Em. R. Mons. Gerhard Ludwig MÜLLER, Obispo de Regensburg (ALEMANIA)
– S. Em. R. Mons. Arnold OROWAE, Obispo Coadjutor de Wabag (PAPÚA NUEVA GUINEA)
– S. Em. R. Mons. Miguel Angel MORÁN AQUINO, Obispo de San Miguel (EL SALVADOR)
– S. Em. R. Card. Ignace Moussa I DAOUD, Prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales (CIUDAD DEL VATICANO)
– S. Em. R. Mons. Paul Josef CORDES, Arzobispo titular de Naisso, Presidente del Pontificio Consejo «Cor Unum» (CIUDAD DEL VATICANO)
– S. Em. R. Card. Camillo RUINI, Vicario General de Su Santitad para la diócesis de Roma, Presidente de la Conferencia Episcopal (ITALIA)
– S. Em. R. Mons. Michel Christian CARTATÉGUY, S.M.A., Obispo de Niamey (NIGER)
– S. Em. R. Mons. Jacques PERRIER, Obispo de Tarbes y Lourdes (FRANCIA)
– S. Em. R. Mons. Jean-Pierre RICARD, Arzobispo de Bordeaux, Presidente de la Conferencia Episcopal (FRANCIA)
– S. Em. R. Mons. José Guadalupe MARTÍN RÁBAGO, Obispo de León, Presidente de la Conferencia Episcopal (MÉXICO)
– S. Em. R. Mons. Anthony Sablan APURON, O.F.M. CAP., Arzobispo de Agaña, Presidente de la Conferencia Episcopal (GUAM – OCEANÍA)
– S. Em. R. Mons. Pierre-Antoine PAULO, O.M.I., Arzobispo Coadjutor de Port-de-Paix (HAITI)

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– S. Em. R. Card. Eduardo MARTÍNEZ SOMALO, Camarlengo de la Santa Romana Iglesia (CIUDAD DEL VATICANO)

El Concilio Vaticano II nos recuerda, como es bien sabido, que nosotros los sacerdotes estamos consagrados ante todo para celebrar el sacrificio eucarístico, como representantes de Cristo “in persona Christi agentes” (LG 28).
El sacerdote, en cuanto ministro de Cristo, es sí mismo en la medida en que, en la Iglesia, no es presencia de sí mismo, sino de Cristo; no actúa por sí mismo, sino como instrumento de Cristo.
Todo esto determina la vida del sacerdote y su actividad. En efecto, no tendría algún sentido poner a disposición de Cristo nuestra inteligencia, nuestra voluntad y nuestra misma voz y luego no establecer con Él una verdadera comunión de vida, de intenciones y de sentimientos.
No puede ser que el misterio de la gracia se haga historia humana a través de la administración sacramental, sin que esto ilumine la vida, la inspire y la fecunde. Todo esto vale en especial para la Celebración Eucarística, en la cual también el ejercicio del sagrado ministerio alcanza su cumbre.
Actuar “in persona Christi”, sin que eso deje su marca en nosotros, sería hasta una contradicción. No se puede ser instrumentos y mediadores de amor y misericordia sin llegar a ser nosotros mismos misericordia y amor: amoris officium (San Agustín).
El sacerdote es el hombre del “sacrificio”, y no sólo en el sentido de que ofrece el sacrificio de Cristo, sino porque lo ofrece “en cuanto Él”. Toda la vida sacerdotal es sacrificial, precisamente porque tiene que ser donada constantemente. Y el sacrificio eucarístico es el centro, la cumbre y el manantial. Sobre todo aquí el sacerdote aprende a hacer de su existencia una gozosa inmolación. “Del Señor Jesucristo, que se sacrificó a sí mismo, decía el Santo Padre en el encuentro con el Clero de Roma el 13 de mayo pxmo. pdo.- “para hacer la voluntad del Padre, aprendemos además el arte de la ascesis sacerdotal”.

[Texto original: italiano]

– S. Em. R. Mons. Manfred SCHEUER, Obispo de Innsbruck (AUSTRIA)

La difícil situación en la que se encuentra la Eucaristía es también una consecuencia de la falta de orientación teológico-dogmática. Falta un nexo que dé unidad a los varios aspectos de la Eucaristía: epíclesis, anámnesis, koinonía y prosphora; real presencia, sacrificio y comunión; formas de la presencia de Jesucristo en la Palabra, en los dones sacramentales, en la comunidad, en el sacerdote.
La Iglesia está unida y construida por la palabra de Dios vivo, que con derecho se exige a los sacerdotes. La dirección y el oficio pastoral encuentran su realización precisamente en la Eucaristía, de la que la Iglesia recibe la vida y crece (LG 26). La Comunidad eclesial se tiene que encarnar de manera personal y concreta según la lógica interna de la Encarnación y de la Eucaristía. Las comunidades parroquiales en las que la Eucaristía se celebra raras veces o nunca, se separan de hecho del ministerio sacramental. ¿Cómo podemos llevar a cabo nuestro deber de proclamación de la Palabra y de celebración de los sacramentos ante el pueblo de Dios? Teniendo en cuenta la carencia de sacerdotes en muchos países, este problema afecta también al testimonio, la manera de vivir el servicio sacerdotal y la posibilidad de atenerse a las reglas que dicho servicio impone.

[Texto original: alemán]

– S. Em. R. Mons. Lucian MUREŞAN, Arzobispo Metropolita de Făgăraş y Alba Julia de los Rumanos, Presidente de la Conferencia Episcopal, Presidente del Consejo de la Iglesia Rumena (RUMANIA)

Me refiero al primer capítulo del Instrumentum laboris, número 3: hambre del Pan de Dios. “El pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo” (Jn. 6,33).
En nuestros país, Rumania, los comunistas han tratado de darle al hombre solamente el pan material, y han querido expulsar de la sociedad y del corazón de la persona humana el “pan de Dios”. Ahora nos damos cuenta que, poniendo a nuestra Iglesia greco-católica fuera de la ley, demostraban tener un gran miedo del Dios presente en la Eucaristía.
Para que los sacerdotes ya no pudiesen celebrar y hablar de Dios, fueron encarcelados por la única culpa de ser católicos. La misma suerte han tenido los laicos que participaban de la Santas Misas celebradas clandestinamente. En el famoso período de la “reeducación” y del “lavado de cerebro” en las cárceles de Romania, para comprometer a los sacerdotes, para ridiculizar la Eucaristía y para destruir la dignidad humana, los perseguidores los obligaron a celebrar con excrementos, pero no lograron quitarles su fe.
En vez, ¿ cuántas Santas Misas celebradas clandestinamente con una cuchara en lugar del cáliz y con el vino elaborado con algún grano de uva encontrado por el camino; cuántos rosarios confeccionados con un hilo y con algunos trozos de pan; cuántas humillaciones, cuando durante el invierno con menos de 30 grados eran desvestidos y quedaban desnudos para el registro; cuántas jornadas pasadas en la famosa habitación negra, como castigo porque habían sido descubiertos en oración?. Nadie lo sabrá jamás. Estos mártires modernos, del siglo XX han ofrecido todo su sufrimiento al Señor por la dignidad y la libertad humanas.
Vivimos hoy la libertad de los hijos de Dios verdaderamente “hambrientos del pan eucarístico”. Confirmo esta afirmación con la participación a la Divina Liturgia del 80% de nuestros fieles, con vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa que no faltan, con mucha gente de gran relieve intelectual muy cercana a la Iglesia.
Lamentablemente des
pués de la caída del régimen en nuestro país surgieron llagas muy graves: el aborto, el abandono de niños, la corrupción, la inmigración. El comunismo prometió al hombre el paraíso en la tierra, y logró destruir la conciencia de nuestros pueblos del Este europeo, ahora para rehacerla se necesita mucho tiempo. La Iglesia Católica en Rumania es minoritaria (12%) y junto con los hermanos ortodoxos tratamos de cicatrizar estas llagas.
Las esperanzas no faltan, y pienso antes que todo en el profundo sentido religioso de nuestro pueblo, en la profunda devoción con la que este pueblo se acerca a las celebraciones litúrgicas y a la Eucaristía, a la sangre de nuestros mártires que rezan por nosotros delante del Señor, y que por su sangre hacen nacer nuevas generaciones de fieles.

[Texto original: italiano]

– S. Em. R. Card. Adrianus Johannes SIMONIS, Arzobispo de Utrecht, Presidente de la Conferencia Episcopal (PAÍSES BAJOS)

Los fieles están condicionados por influjos e impulsos externos de un mundo secularizado e individualista. La compleja problemática actual tiene la capacidad de incidir en los fieles de manera diferente, según su modo de vivir el misterio de la Eucaristía.
Condiciona y nos lleva, por lo menos, a reconsiderar el concepto de fe en el sacramento, la participación en el mismo y sus deseos relacionados con la expresión de la unión eucarística.
En el día del Señor muchos prefieren, y algunas veces están obligados, hacer otras actividades que, desgraciadamente, se convierten en prioritarias frente al encuentro con el Señor. Todo esto corroe el significado central de la Eucaristía. Y corroe también el tejido social de la comunidad de la fe.
En general se traza un cuadro de desvalorización e inflación de la Eucaristía.
Pero sobre todo hay que tener compasión, cuando consideramos todas las condiciones a las cuales los hombres y mujeres están sometidos.
La crisis todavía es más profunda. Esta crisis tiene que identificarse en el sentir y el comprender lo que es un don y lo que es un sacrificio. Una persona que recibe y agradece sabe qué significa donar y también es sensible al sacrificio, así como a la oblación sacrificial que es Cristo. ¿No deberíamos seguir teniendo presente esta intuición fundamental de la vida como don y sacrificio demostrado?
No me parece una solución los cambios estructurales como, por ejemplo, el que los hombres casados accedan al sacerdocio.¿No es quizás el sacerdocio célibe, como ya lo es en la vida religiosa, un testimonio de esta intuición fundamental? Esto significa que empezaremos a vivir más eucarísticamente y que prepararemos “el camino para reencontrar el valor de la Eucaristía”.

[00062-04.01] [INO53] [Texto original: italiano]

– S. Em. R. Mons. Javier ECHEVARRÍA RODRÍGUEZ, Obispo titular de Cilibia, Prelado de la Prelatura personal de la Santa Cruz y del Opus Dei (ESPAÑA)

El Instrumentum Laboris, en el nº 34, subraya la importancia del sentido del carácter sagrado en la celebración de la Eucaristía. Es útil estudiar modalidades concretas que ayuden a los fieles a percibir de manera más clara el sentido de la sacralidad del Sacrificio eucarístico, para que el Pueblo de Dios sea fortalecido en su fe y ayudado a vivir santamente. Sería útil, por tanto, sobre la base de la Instrucción Redemptionis sacramentum, aplicarse para eliminar los abusos que perjudican la sacralidad de las celebraciones eucarísticas, y también habría que replantearse algunas normas, cuya aplicación se presta a una interpretación abusiva. A modo de ejemplo, podríamos plantearnos si son oportunas las ceremonias eucarísticas con un excesivo número de concelebrantes, hecho que impide el desarrollo digno del acto litúrgico, o también habría que analizar la conveniencia de la distribución de la Comunión a todos los presentes en una Misa con un grandísimo número de fieles, cuando la distribución general va en detrimento de la dignidad del culto. Conceder importancia al mantenimiento del sentido de lo sagrado en las liturgias eucarísticas, significaría un gran bien para toda la Iglesia.

[Texto original: italiano]

– S. Em. R. Mons. Arthur ROCHE, Obispo de Leeds (GRAN BRETAÑA (INGLATERRA Y GALES)

El desarrollo de algunos enfoques post-conciliares de la Catequesis Eucarística han intentado ofrecer un punto de acceso de tipo vivencial, utilizando el concepto de comida como categoría principal de comprensión. Una teología de la Eucaristía, vista predominantemente bajo la óptica de la comida, carece del vínculo necesario e intrínseco entre la Eucaristía y el Calvario y el sacrificio de Cristo. Uno de los resultados de una catequesis de la presencia Eucarística, pero no del sacrificio, es la dificultad para distinguir la superioridad de la celebración de la Misa respecto de la Celebración de la Palabra y de la Santa Comunión. Recibir la Santa Comunión y no participar, mediante la Misa, en el sacrificio de Cristo en el Calvario, de una vez y para siempre se convierte en el elemento significativo. Opino que esto resulta ser problemático, principalmente para todos aquellos que se encuentran en la situación de no poder recibir los Sacramentos, debido a las circunstancias de su vida.
La apreciación empobrecida reservada a la naturaleza insustituible del sacrificio Eucarístico tiene también algunas implicaciones lógicas para la manera de entender el sacerdocio. Facilitar el acceso a la Santa Comunión llega a ser tan relevante e importante como estar presente en la celebración de la Misa. Tenemos que volver a relacionar el acceso a la Santa Comunión con la ofrenda de la Misa, mediante la cual tomamos parte en el sacrificio de Cristo en la Cruz. La Santa Comunión es parte integrante de la Misa como fruto de un acto sacramental en el que encontramos el sacrificio de Cristo en la Cruz.
En este debate el valor del lugar de la adoración Eucarística se hace aún más importante para nuestra oración y nuestra contemplación. La presencia de Cristo y su ser sacrificio van unidos, derivando de y moviéndose hacia la Misa, o sea en la celebración sacramental en la cual la ofrenda del sacrificio y la presencia de Cristo en la Santa Comunión están unidos íntimamente.

[Texto original: inglés]

– S. Em. R. Card. Giovanni Battista RE, Prefecto de la Congregación para los Obispos (CIUDAD DEL VATICANO)

Hablo de las responsabilidades del Obispo para con la Eucaristía.
1) Nosotros los Obispos no podemos ser buenos Pastores si la Eucaristía no es el centro y la raíz de nuestra vida, la fuerza inspiradora de todo nuestro trabajo apostólico. A este respecto, no ilumina el testimonio del Papa Juan Pablo II.
2) El Obispo es el custodio de la Eucaristía. Él debe promover una pastoral que ayude a los fieles a volver a encontrar un estilo de vida que tenga como centro la Eucaristía. La misma manera de celebrar la Misa por parte del Obispo nutre la fe de los sacerdotes y del pueblo. Es especialmente importante dedicar todo esfuerzo a la participación de los fieles en la Misa dominical, y velar para que las celebraciones eucarísticas sean siempre dignas y bellas.
3)Los Obispos tenemos que comprometernos en recuperar la pedagogía de conversión que nace de la Eucaristía, como lo requiere el nexo intrínseco entre la Eucaristía y el Sacramento de la Penitencia. Además, el Obispo debe dedicarse con desvelo a la difusión del recurso frecuente a la confesión individual.
4)Los deberes del Obispo hacia la Eucaristía se extienden también a la obligación de no permitir en la diócesis el abuso en el recurso a la absolución general o colectiva, ateniéndose a este respecto a las disposiciones del Motu proprio “Misericordia Dei” del Papa Juan Pablo II.
Insertada así en el auténtico itinerario de fe por ella misma estimulado, la Eucaristía se convierte en la Iglesia en manantial de fuerza para vencer el pecado, fuente de vida y de esperanza, luz que transforma las culturas y se co
nvierte en germen de un mundo nuevo.

[Texto original: italiano]

– S. Em. R. Mons. Edward OZOROWSKI, Obispo titular de Bitetto, Obispo auxiliar de Białystok (POLONIA)

La Eucaristía como sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Jesucristo actualiza el sacrificio de la cruz. El sacrificio es el primum principium de la Eucaristía que ordena jerárquicamente todas las verdades a ella ligadas. Es, además, la clave para comprender al hombre y a Dios. Para la definición de la persona es necesario el amor, para definir al amor es necesario el sacrificio. Sin el sacrificio no existen ni el amor ni la persona. En consecuencia el sacrificio esclarece la vida intratinitaria de Dios, la relación de Dios con la humanidad y la comunión entre las personas.
La globalización económica y el mercado libre actúan de manera que en el mundo haya cada vez menos espacio para el espíritu de sacrificio. El ser humano frecuentemente es tratado como una mercadería o como material a examinar, se deja de verlo como un bien valioso en sí mismo, con la consecuente deshumanización de las relaciones interpersonales. A estas presiones terminan cediendo también los cristianos. Ellos buscan una religión fácil, cómoda, sin preceptos y sin cruz.
Últimamente estas tendencias se pueden notar en la enseñanza sobre la Eucaristía. En la misma se subrayan muchos temas importantes: el banquete, la comunión, la escucha de la Palabra de Dios, el sacramento y otros. Sin embargo esas tendencias no tienen un punto de referencia. Esto causa una determinada protestantización de la teología de la Eucaristía que, en tal enseñanza, se revela como un rito bello pero poco significativo para la vida.
Mientras tanto el sacrificio de la cruz de Cristo, al que el hombre accede a través de la Eucaristía, es lo más importante que hay en este misterio. El sacrificio de Cristo en la cruz ha traído la salvación a los hombres. La Eucaristía permite al hombre tomar verdaderamente parte. Recibiendo el Cuerpo de Cristo, el hombre llega a ser con Èl un solo cuerpo, y bebiendo Su Sangre llega a ser con Cristo esta misma sangre (CIRILO DE JERUSALEM, Catequesis mistagógica 4). Gracias a la Eucaristía, aquello que en la vida humana es sacrificio, se transforma en el sacrificio de Cristo. Solamente recorriendo el camino de la cruz, se puede llegar a la gloria de la resurrección.

[Texto original: italiano]

– S. Em. R. Card. Joachim MEISNER, Arzobispo de Köln (Colonia, ALEMANIA)

Me refiero al Misterio de la Transustanciación a través del cual nuestro Señor Jesucristo se hace presente en cuerpo y sangre en las especies eucarísticas. La presencia real eucarística se distingue de las otras formas – sacramentales también – de presencia de Cristo porque en el pan y en el vino “Están contenidos en forma verdadera, real y sustancial el cuerpo y la sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y por consiguiente, todo el Cristo” (Cfr. Concilio de Trento, DH 1651). Esta fe eucarística tiene un significado fundamental para la Iglesia católica y por eso debería ser dada por supuesta; sin embargo, en la actualidad se está debilitando. Por una interpretación secularizada de la Consagración, que ignora o hasta niega la presencia sustancial, corporal de Cristo, la Eucaristía pierde su papel peculiar.
La consagración de las ofrendas eucarísticas en cuerpo y sangre del Señor es denominada “justamente y en sentido estricto, conversión de la naturaleza (Transustanciación)” (Cfr. Concilio de Trento, DH 1651). En la actualidad, la gente entiende este concepto de una forma levemente impropia, ya que “sustancia” hoy indica la materia, o sea lo que – cum grano salis – la Escolástica no solía definir “sustancia”, sino “accidentiae”. Sin embargo, cualquiera sea el juicio que se dé sobre este cambio de término, la realidad que está en la base del concepto de Transustanciación, “esa conversión, admirable y singular, de toda la sustancia del pan en el cuerpo, y de toda la sustancia del vino en la sangre” (Cfr. Concilio de Trento, DH 1652), ha sido dogmatizada por el Concilio de Trento, y constituye la base de la fe católica

[Texto original: alemán]

– S. Em. R. Mons. Gerhard Ludwig MÜLLER, Obispo de Regensburg (ALEMANIA)

Dice Lutero: “de un don de Dios para nosotros (testamentum seu sacramentum) ha sido sacado para Dios un sacrificio de los hombres (sacrificium seu bonum opus)” (cap.babyl. WA 6,25).
El Concilio de Trento, al contrario, afirma: “Nuestro Señor Jesucristo en la Última Cena,… ha dejado a su amada Esposa, la Iglesia, un sacrificio visible, tal como lo requiere la naturaleza del hombre” (D 1740).
¿Qué es el sacrificio “sicut hominum natura exigit?
El sacrificio es el modo de corresponder a la naturaleza humana en la que el hombre acoge el don de Dios. La Palabra de Dios se ha hecho carne, pero “en carne semejante a la del pecado” en orden al pecado (Rm 8,3). El sacrificium del sumo sacerdote, que se ofrece en sacrificio, se convierte en víctima a causa de la fuerza de los pecados.
En la sala del Cenáculo Jesús da gracias al Padre y nos dona su Cuerpo y su Sangre que son ofrecidos en sacrificio por nosotros. Quien en la Eucaristía acoge a través de Cristo el don de Dios, llega a ser también él una creatura nueva. Acogido en Cristo, el bautizado se ofrece a Dios. El sacrificio de la Iglesia corresponde por lo tanto a la naturaleza del hombre redimida. En Cristo hay una co-operatio con Dios auténtica y necesaria para la salvación. “Christus totus, caput et membra”, es fuerza de la “unio hypostática”, la unidad del sacrificio de Cristo y del sacrificio de la Iglesia. El hombre es puesto en condiciones, según la propia naturaleza y vocación, “por la misericordia de Dios”, de ofrecer su cuerpo “como sacrificio viviente, santo, agradable a Dios” (Rm 12,1).

[Texto original: alemán]

– S. Em. R. Mons. Arnold OROWAE, Obispo Coadjutor de Wabag (PAPÚA NUEVA GUINEA)

a) Sigue siendo necesario dedicar una mayor atención a la inculturación. En la liturgia de la Eucaristía se podría aceptar, como parte de la misma liturgia, una adaptación significativa de los elementos culturales con un lenguaje apropiado, símbolos, himnos, gestos etc., a fin de crear una atmósfera religiosa.
b) Mientras se enfatiza la importancia de la Eucaristía, las necesidades pastorales producen una situación en la que se creen y expresan opiniones diferentes. Algunos sienten que la hospitalidad eucarística es importante. La Eucaristía es alimento para los hambrientos, no solamente un premio para los que son buenos. Otros opinan que la Eucaristía no debería ser un sacramento elitista, sino más bien una celebración de la generosidad de Dios. Otros dicen que la Eucaristía sólo puede darse a quienes están adecuadamente preparados. ¿Cómo explica la Iglesia todas estas opiniones tan distintas?
c) La relación entre la Eucaristía y la Vida debería ser integrada, ya que la primera transforma y crea una real comunión entre las personas, caracterizada por el amor, la paz, la alegría, la justicia etc. (Cfr. Rom 14:17). Sin embargo, la injusticia, la violencia, la corrupción y la pobreza demuestran que la Eucaristía y la Vida están separadas. Por eso es necesario que la presencia real, salvífica y transformadora de Jesús en la Eucaristía sea percibida claramente y con la debida seriedad, ya que los católicos tendrían que practicar seriamente su fe con el debido respeto, adoración y relación personal.
d) La Iglesia cree y enseña que la Eucaristía es la fuente y la cumbre de la vida. Es también importante para el nutrimento espiritual. Pero esto ¿puede valer también para las comunidades que viven en aldeas remotas, sin la oportunidad de tener celebraciones frecuentes o recibir regularmente la Eucaristía? Esto plantea otras preguntas: ¿qué clase de sacerdotes necesitamos en estos casos? ¿Es necesario que el sacerdote haya recibido una l
arga formación intelectual y teológica para facilitar los servicios necesarios para los pobres que viven en áreas remotas y quizás no tengan su misma formación intelectual?
El problema, en este caso, no es el de tener más vocaciones, sino el de la justicia y la igualdad de para todos los hijos de Dios que tienen el derecho de hacer de la Eucaristía el centro de su vida, celebrándola y recibiéndola lo más asiduamente posible. Se trata de preparar a los ministros para que celebren la Eucaristía entre la gente. Un ministro para este tipo de servicio debería recibir la formación necesaria y, por lo tanto, ser ordenado oficialmente con esta finalidad; en pocas palabras, adaptándose a la situación en la que vivimos, para que se haga efectivo entre los fieles lo que la Iglesia cree respecto la Eucaristía. Por una parte, subrayamos la importancia de la Eucaristía situándola en el centro de la vida cristiana y, por la otra, observamos reglas que impiden a los fieles recibir la Eucaristía. ¿No sería oportuno que la Iglesia consintiera a los cristianos maduros y con una fe sólida, además de comprometidos y respetuosos, que recibieran una formación sencilla para presidir la celebración eucarística que facilitaría la participación del pueblo en la Eucaristía, de manera que la importancia y la centralidad de la misma sea una realidad entre los fieles?

[Texto original: inglés]

– S. Em. R. Mons. Miguel Angel MORÁN AQUINO, Obispo de San Miguel (EL SALVADOR)

El número 36 del Instrumentum Laboris, citando el Catecismo de la Iglesia Católica, menciona los nombres con los que ha sido llamado este Sacramento: Eucaristía, Cena del Señor, Fracción del Pan, Memorial, Santo Sacrificio, Santa y Divina Liturgia, Santos Misterios, Comunión, Santa Misa. De una catequesis completa y la comprensión del significado de estos términos, sin excluir ninguno, depende la participación verdaderamente consciente en la liturgia. Pero en el 37, citando el Catecismo, dice que el nombre que prevalece y que incluye a los otros es el Sacrificio sacramental y que ayuda a superar la dialéctica entre sacrificio y convivio.
Tomando en cuenta la llamada de atención que el Papa Juan Pablo II hace en la Mane Nobiscum Domine, 14: «que ninguna dimensión de este sacramento permanezca olvidada y que es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones «, considero que corremos el riesgo de no mantener el equilibrio entre las dos dimensiones de la Eucaristía: Sacrificio y Cena del Señor.
Como bien lo ha expresado S.E. Mons. Nicola ETEROVIĆ, en el prefacio del Instrumentum Laboris: «En la Eucaristía la Iglesia encuentra la anticipación de su gloria en el banquete eterno de las Bodas del Cordero (Ap 19,7-9). Este inestimable don y gran misterio tuvo lugar en la ultima cena. Se trata de un sagrada Tradición fielmente transferida de generación en generación hasta nuestros días».
El banquete o la Cena del Señor no es sinónimo de convivio u opuesto a sacrificio, porque es la Cena del Cordero inmolado y, ademas, es sinónimo de comunión que constituye la finalidad y la cumbre de la Eucaristía.
Los evangelios describen la Eucaristía como última Cena de Jesús con sus discípulos antes de morir en la cruz. Esto nos recuerda cómo quiso Jesús que participáramos de su Pascua: celebrando un banquete, una comida con pan (símbolo de vida) y vino (símbolo de alegría, amistad y alianza). Jesús asume estos elementos, pero les da un nuevo sentido: son su cuerpo entregado y su sangre derramada, es decir, él mismo se entrega a favor de los hombres.
Ofrecer su cuerpo como comida y su sangre como bebida causó escandalo entre sus contemporáneos, porque no se trata de un alimento metafórico: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida (Jn 6,55). Lo que recibimos es el cuerpo y la sangre del Señor, es decir, él mismo que se ha ofrecido por nosotros. Para explicarlo a sus oyentes, Jesús se comparó con el mana con que Yavé alimentó al pueblo de Israel durante su travesía por el desierto: «Yo soy el pan de vida. Sus padres comieron el mana en el desierto y sin embargo murieron. Éste es el pan que ha bajado del cielo para que quien lo coma, no muera» (Jn 6, 48-50).
Jesús es el Pan de vida porque es nuestra Pascua, «el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo» (Jn 1, 29). El ardiente deseo de comer este pan con nosotros (Lc 22, 15), expresa su ardiente deseo de «comunión» con nosotros.
La Eucaristía, es pues, comida y banquete. No es simple signo manifestativo, como una comida en familia, sino una realidad. Jesús, presente en la Eucaristía, se hace nuestro alimento espiritual.
Si nos detenemos en los relatos de los banquetes de Jesús en el evangelio de San Lucas, podemos comprender en qué sentido la Eucaristía crea comunión. El primer banquete que nos narra, es el de Jesús con Levi (Lc 5, 27-32). El segundo es en la casa de Simón el fariseo (Lc 7, 36-50), allí una pecadora le ungió los pies con un perfume precioso. El tercer banquete fue en la casa de Marta, María y Lázaro (Lc 10,38-42). EL cuarto, en la casa de otro fariseo donde cura a un enfermo en día sábado (Lc 14, 1-24). El ultimo banquete fue antes de la Última cena con otro publicano: Zaqueo (Lc 19 1-10). Todos estos banquetes explican la Ultima cena de Jesús con sus discípulos. Enviando expresamente a Pedro y a Juan a preparar la cena de Pascua «digan al dueño de la casa: el maestro dice: ¿Dónde esta la sala en la que voy a celebrar la cena de Pascua con mis discípulos?» (Lc 22, 14-23).
Ya resucitado, un día al atardecer, cena con los discípulos de Emaús y le reconocen al «partir el pan» (Lc 24, 13-35). En la Eucaristía, encontramos a Cristo resucitado.
Jesús al instituir la Eucaristía, no se limitó a decir: «Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre de la nueva alianza, sino que añadió: «entregado por vosotros, derramada por vosotros» (Lc 22, 19-20); (Ecclesia de Eucharistia, 12) o como dice el Catecismo: «La Misa es, a la vez e inseparablemente el memorial sacrificial en que se perpetua el Sacrificio de la cruz y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor» (1328).
La Congregación para el Culto Divino, cuando presentó la primera redacción de la Institución General del Misal Romano el 18 de noviembre de 1969, previa aclaración de que no debía considerarse como documento doctrinal o dogmático, sino como una instrucción pastoral o ritual pero que tenia en cuenta los principios doctrinales contenidos en los documentos del Magisterio, en ese entonces, recibió fuertes ataques denunciando que no estaba adecuadamente expresada la doctrina Sacrificial de la Misa, ni la presencia Real de Cristo en la Eucaristía, ni la existencia del sacerdocio ministerial; ademas consideraban impropias algunas expresiones como «Cena del Señor».
Examinada la cuestión por la Congregación no descubrieron ningún error doctrinal. Pero en la primera edición del Misal Romano (1970), la Congregación introdujo algunas modificaciones al texto.
Al descuidar la dimensión de banquete, se debilitan las fuerzas de unidad y de comunión entre los que se alimentan del Cuerpo y la Sangre de Cristo y no podrán ser «discípulos y misioneros de Jesucristo para que en Él, los pueblos tengan vida» (Tema para la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano).

[Texto original: español]

– S. Em. R. Card. Ignace Moussa I DAOUD, Prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales (CIUDAD DEL VATICANO)

En esta intervención me detendré a considerar las dimensiones trinitaria, mariana y eclesiológica de la Eucaristía, en referencia a los números 28 y 77 del Instrumentum Laboris.
Pero deseo comenzar rindiendo honor al Santo Obispo Ignacio de Antioquía, insigne maestro eucarístico de quien llevo el nombre como patriarca emérito, y lo hago con una citación de su carta a los Efesios. Con alegría la he visto también en el Instrumentum Laboris (Nº 23 y nota Nº 40). Es breve, pero muy famosa: “Todos
y cada uno -por la gracia cristiana, por la única fe, por Jesucristo estirpe de David en la carne (cf. Rm 1,33), hijo del hombre e hijo de Dios-, todos vosotros, por lo tanto, manteneos íntimamente unidos en la obediencia al obispo y al colegio presbiteral y en la partición del único pan que es remedio de inmortalidad, antídoto contra la muerte, alimento de la eterna vida en Cristo” (S. Ignacio a los Efesios 20, 2).
De la doctrina eucarística católica subrayo ante todo la dimensión trinitaria.
Recibimos la Santa Eucaristía del Padre Celestial que ha enviado a Su Hijo; del Hijo que se ha encarnado y se ha ofrecido en sacrificio sobre la cruz; del Espíritu Santo que ha descendido sobre María y que santificó el pan y el vino en la celebración eucarística. Sin la acción de la Santísima Trinidad no tendríamos Encarnación, Redención, Eucaristía y Comunión.
A continuación, la dimensión mariana.
También de las manos de María recibimos el don de la Eucaristía. Dios ha dispuesto que gracias a Ella la Encarnación, la Redención, la Eucaristía y la Comunión llegaran hasta nosotros. María fue la primera en recibir en su seno el Cuerpo y la Sangre de Cristo. La Encarnación fue la primera comunión de la historia. Primer tabernáculo fue su corazón inmaculado. La liturgia siria invoca a María, que lleva en el vientre al Niño Jesús, llamándola “segundo Cielo”. Antes que todo Apóstol y sacerdote es María quien ha donado Jesús al mundo. ¡María y la Eucaristía no se pueden disociar!
Finalmente, la dimensión eclesiológica del misterio eucarístico.
Sólo si está estrechamente unida a Maria. la Iglesia puede hacer presente al Señor Jesús a través de la celebración de la Eucaristía para donarlo a todos «para que tengan vida y la tengan en abundancia» (cf. Jn 10, 10). También de la Iglesia recibimos la santa Eucaristía. La Eucaristía hace la Iglesia, pero al mismo tiempo es la Iglesia quien hace la Eucaristía a través de los ministros ordenados para ello. El encuentro eucarístico con el Señor hace crecer la comunión fraterna con aquéllos que forman la comunidad católica recogida entorno al Sucesor de Pedro y a sus hermanos en el episcopado, abriendo horizontes de comunión también con los pastores y los fieles de las otras Iglesias y Comunidades cristianas. La dimensión trinitaria, mariana y eclesiológica de la Santa Eucaristía es muy importante para las tradiciones orientales, que ven en ella la vía más segura para la esperada unidad con todos los hermanos en Cristo.
Estoy contento y agradecido de que los delegados ecuménicos compartan nuestro itinerario sinodal y le pido al Señor que lleve a cumplimiento el auspicio con el que se abre el Instrumentum Laboris: “si la Iglesia Católica respira con dos pulmones, y por ello agradece a la Divina Providencia, también espera el santo día, en el cual esa riqueza espiritual podrá ser ampliada y vivificada por una plena y visible unidad con aquellas Iglesias Orientales que, aún careciendo de una plena comunión, en buena parte profesan la misma fe en el misterio de Jesucristo Eucaristía” (cf. I. L., pág. V).

[Texto original: italiano]

– S. Em. R. Mons. Paul Josef CORDES, Arzobispo titular de Naisso, Presidente del Pontificio Consejo «Cor Unum» (CIUDAD DEL VATICANO)

En referencia a los nºs 31, 33 y 37 del Instrumentum Laboris, es importante subrayar la dimensión de la fe como condición para acceder al Misterio de la Eucaristía. La fe, por tanto, no es un aspecto marginal, sino central para afrontar el tema de este Sínodo.
En particular, hay que destacar el carácter sacrifical de la Eucaristía.
Siguiendo la tradición de los profetas, que manifestaban con signos su mensaje, también Jesús anticipa en la Última Cena, con el signo, cuanto acontece en su persona durante los días del misterio pascual.
La misma palabra “ANÁMNESIS” no indica solamente el recuerdo de un hecho histórico, sino que significa también que, en el recuerdo, el hecho mismo se hace presente y resulta eficaz.
El teólogo Odo Casel ha subrayado cómo el sacrificio de Cristo, históricamente único, trasciende en realidad los límites del espacio y del tiempo, y alcanza así en todos los tiempos a cada hombre que se abre a la fe.
El dogma del carácter sacrifical de la Eucaristía, sancionado por el Concilio de Trento, ha sido ratificado por el Catecismo de la Iglesia, que lo ha extendido también a la ofrenda de la Iglesia misma con su Cabeza.

[Texto original: italiano]

– S. Em. R. Card. Camillo RUINI, Vicario General de Su Santitad para la diócesis de Roma, Presidente de la Conferencia Episcopal (ITALIA)

Un paso significativo en el modo de relacionarse con la Eucaristía, sobre todo por parte de los jóvenes, es el redescubrimiento de la Adoración Eucarística: en el silencio prolongado de la Adoración ellos encuentran una mejor oportunidad de relación personal con Cristo y con Dios Padre.
Una experiencia que he tenido personalmente, ya que realicé una catequesis con muchos jóvenes de Roma sobre el tema «Encontrar a Cristo en la Eucaristía «, con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud, ha demostrado que estos jóvenes, a pesar de ser creyentes sinceros y bien formados culturalmente, tenían bastante dificultad para comprender verdaderamente la presencia real eucarística En efecto, ellos tenían clara la diferencia entre cambio real y un simple cambio de significado, pero les resultaba difícil comprender cómo la presencia eucarística de Cristo podía ser verdaderamente real, ya que para nuestros sentidos y para los posibles experimentos siguen siendo pan y vino.
La dificultad principal residía en la ecuación, aunque no fuera del todo consciente, entre lo que es real y lo experimental. El único camino transitable que he encontrado para hacerles superar esta ecuación fue la de proponerles la realidad de Dios, Ser supremamente real pero que, sin embargo, no se puede alcanzar a través de ningún experimento físico. En efecto, el tipo de racionalidad y de cultura dominante plantea a la comunicación de la fe el problema de aclarar previamente que la realidad auténtica es mucho más amplia que la que vemos según nuestra experiencia: es éste un importante campo de trabajo para la catequesis y la teología.

[Texto original: italiano]

– S. Em. R. Mons. Michel Christian CARTATÉGUY, S.M.A., Obispo de Niamey (NIGER)

Vivimos en una región de mayoría musulmana. Los cristianos no representan siquiera el 1% de la población. La comunidad cristiana no vive replegada en sí misma y son numerosos los casos de matrimonios mixtos islámico-cristianos. Las mujeres cristianas que no se casan con musulmanes a menudo son excluidas de la comunidad musulmana y de la comunidad cristiana.
La mujer cristiana no puede recibir el sacramento del matrimonio. Es difícil para un musulmán aceptar los actos cristianos. Ella, pues, queda definitivamente excluida de la comunión sacramental.
Como cristiana será excluida de la comunidad musulmana. Se esperará que se convierta al Islam. La pertenencia religiosa es una cuestión de identidad muy fuerte. La pertenencia religiosa va emparejada a la pertenencia social.
Nos presentan la doctrina sobre la comunión espiritual. Pero no es suficiente para integrar totalmente a las mujeres en la comunión eclesial. Para vivir la comunión en su plenitud, ¿no es acaso necesario comulgar? No hay medias tintas en ese campo. La Eucaristía es un encuentro sensible con Jesucristo.
En las situaciones de exclusión y de fragilidad que viven nuestras mujeres cristianas, estamos convencidos de que la Eucaristía puede aportar este reconocimiento tan necesario para un camino cristiano y un testimonio de vida.
Somos los portavoces de estas mujeres que sufren y que viven en situaciones sin salida, que no pueden evolucionar. ¿Puede un Obispo permitir que estas mujeres participen en la Eucaristía? Someto a ustedes, queridos padres sinodales, mi pregunta y el sufrimiento de
estas mujeres en tierra del Islam.

[Texto original: francés]

– S. Em. R. Mons. Jacques PERRIER, Obispo de Tarbes y Lourdes (FRANCIA)

La Adoración Eucarística es recordada principalmente en los números 41, 66, 67 y 75.
Podemos observar en nuestros países que la Adoración Eucarística está bastante aceptada por las nuevas generaciones de católicos. Para éstos no es un redescubrimiento, sino un puro y simple descubrimiento.
1) ¿Cómo puede explicarse la moda de la Adoración Eucarística entre los jóvenes? Porque estas generaciones no pueden vivir sin imágenes. Viendo la Hostia, ciertamente, nosotros no vemos a Cristo, ni en su divinidad ni en su humanidad, pero fijamos nuestra mirada en el signo más directo de su presencia real.
2) ¿Cuál es la gran ventaja de la Adoración Eucarística ? La de rescatar a la oración cristiana de la trampa de la introspección. La Adoración Eucarística se vive cara a cara.
3) ¿Podría la Adoración Eucarística ser un peligro? Se corre el riesgo de vivir la Adoración Eucarística de manera individualista y poco eclesial. Segundo peligro: la ausencia de palabras. Porque los jóvenes necesitan comprender cómo se expresa la fe y cómo la expresan ellos mismos. Tercer peligro: descuidar las otras modalidades de la presencia, reales aunque distintas, de Cristo resucitado.
4) La Adoración Eucarística puede conducirnos, y reconducirnos, a la acción eucarística.

[Texto original: francés]

– S. Em. R. Mons. Jean-Pierre RICARD, Arzobispo de Bordeaux, Presidente de la Conferencia Episcopal (FRANCIA)

En Francia, como en todos los demás países de Europa occidental, nos encontramos frente a un enfoque muy subjetivo relativo a la participación en la mesa dominical. “Voy cuando me apetece; iré cuando sienta la necesidad”. No es importante, tal vez, que se descubra que nuestra participación en la eucaristía dominical está muy vinculada a nuestra profesión de fe en el Cristo Resucitado? No olvidemos que el Resucitado no posee otra mediación para revelerse al mundo y continuar su obra de salvación que el cuerpo que Él tiene hoy, la comunidad de sus discípulos, la Iglesia. Es en la Eucaristía que Cristo transforma la comunidad de sus discípulos que Él reúne en su cuerpo eclesial. Y cada uno está llamado a ser un miembro viviente de este cuerpo. En el centro de la liturgia de la Mesa, la oración eucarística nos invita a recibir el cuerpo eucarístico del Señor y a convertirnos en su cuerpo eclesial en el mundo. San Agustín decía a los nuevos bautizados: Tú escuchas “el cuerpo de Cristo y respondes “Amén”. Sé un miembro del cuerpo de Cristo para que tu” amén” sea verdadero (Sermón 272). Es necesario profundizar más aún en la dinámica de la oración eucarística para entrar con mayor intensidad en las grandes actitudes espirituales que nos llama a vivir.

[Texto original: francés]

– S. Em. R. Mons. José Guadalupe MARTÍN RÁBAGO, Obispo de León, Presidente de la Conferencia Episcopal (MÉXICO)

Quiero hacer un reconocimiento a la benéfica y no siempre bien valorada labor espiritual que realiza en diferentes partes del mundo la «Adoración Nocturna». Es una asociación que nació en el siglo XIX con un reducido grupo de personas sencillas y que pronto se extendió por los cinco continentes. Hoy la Adoración Nocturna sigue viva, pero sorteando muchas dificultades, como resultado de la secularización de las costumbres y del poco aprecio de algunos agentes pastorales que la consideran anticuada y sin incidencia en la labor transformadora del mundo.
En México la Adoración Nocturna cuenta con más de cuatro millones de adoradores; tienen como objetivo hacer guardias de oración durante la noche ante Jesús Sacramentado, en actitud de adoración, reparación y desagravio. Se conectan así con el espíritu de las primeras comunidades cristianas que realizaban vigilias de oración en la víspera de las grandes fiestas litúrgicas.
Entre nosotros, en los tiempos trágicos de la persecución religiosa, a principios del siglo XX, la Adoración Nocturna y la Acción Católica aportaron un numeroso contingente de mártires que ofrendaron su sangre como testimonio de la autenticidad de su fe en Cristo.
Hoy urge lograr una renovación de la Adoración Nocturna que, respetando su estilo, le permita integrar esquemas de oración más adaptados a la sensibilidad espiritual de nuestro tiempo y que respondan a las necesidades de las nuevas generaciones y a su sensibilidad.
Es importante lograrlo, entre otras razones, porque las familias de los adoradores han sido tradicionalmente semilleros de vocaciones a ]a vida sacerdotal y a ]a vida consagrada, tan necesarias en nuestros días.

[Texto original: español]

– S. Em. R. Mons. Anthony Sablan APURON, O.F.M. CAP., Arzobispo de Agaña, Presidente de la Conferencia Episcopal (GUAM – OCEANÍA)

En el Pacífico la escasez de sacerdotes y la agresividad de las sectas evangélicas constituyen un reto para la misma supervivencia de la fe católica. En base a mi experiencia, la única respuesta que se puede dar a este doble obstáculo es la formación de “comunidades basadas en la fe”, como ha dicho a los jóvenes de Colonia el Papa Benedicto. En esa misma ocasión, el Santo Padre ha dicho a lo jóvenes que la fuerza del Evangelio se deja sentir con vivacidad” en las pequeñas comunidades de fe. Es preciso que la Iglesia actual haga claramente visibles los símbolos eucarísticos; quizás sea necesario que la Iglesia recurra al “pan verdadero” que se vuelve Cuerpo de Cristo que todos tendrán que comer, y del vino que se vuelve Sangre de Cristo que todos tendrán que beber. Estos símbolos no se limitan a aproximarse a la realidad que expresan, sino que la representan plena y vehementemente. ¡Además, como la Eucaristía es un banquete, la mejor postura de los que reciben el Cuerpo y la Sangre de Cristo es la sentada, y no de pie! (Instrumentum laboris, números 13, 37, 50, 65). .
El “signo de paz” tendría que intercambiarse inmediatamente antes de la preparación de las ofrendas, antes de que empiece la Anáfora como conclusión de la Liturgia de la Palabra, en lugar de realizarse inmediatamente antes de la fractio panis. De otra forma, tanto el perdón representado por el signo de paz, como la veneración debida a la fractio panis pierden todo su impacto cuando las personas intercambian el signo de paz. Todo esto se puede conseguir significativa y respetuosamente con una catequesis adecuada.
En mi experiencia con comunidades del Camino Neo-catecumenal pude notar un incremento importante de la fe en la vida de miles de personas, familias, incluso jóvenes, que aman a la Iglesia y manifiestan respeto y amor por el Sacramento de la Eucaristía.
Apelo a quienes hoy están al frente de la Iglesia para que hagan todo lo posible para ayudar a las personas a conocer realmente a Jesucristo mediante los símbolos de la Eucaristía y la realidad que estos representan.

[Texto original: inglés]

– S. Em. R. Mons. Pierre-Antoine PAULO, O.M.I., Arzobispo Coadjutor de Port-de-Paix (HAITI)

¿Ministro extraordinario de la Eucaristía o de la santa Comunión?
El Instrumentum Laboris en los números 55 y 56 habla de “ministros extraordinarios de la Eucaristía”, mientras que en la Instrucción “Redemptoris Sacramentum” de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, en los números 158 y 159 se usa la expresión: “ministro extraordinario de la santa Comunión”.
Existe por lo tanto en estos documentos del magisterio un desacuerdo terminológico. ¿Cuál de los dos términos es el mejor en el plano doctrinal?
Considerando que la Eucaristía es el sacramento y que la comunión es un rito implícito al sacramento; considerando que los ministros extraordinarios de los que se habla no intervienen a nivel de la celebración del sacramento, sino más bien en el cumplimiento del rito, en la distribución de la c
omunión; entonces, según nuestra opinión, sería más exacto, en lo que respecta a la terminología, y más correcto, desde el punto de vista teológico, utilizar para este género de ministerio la expresión “ministro extraordinario de la santa Comunión”.

[Texto original: francés]

[Traducciones distribuidas por la Secretaría General del Sínodo de los Obispos]

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ZENIT Staff

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