Intervenciones de los padres sinodales en la tarde del 11 de octubre

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 12 octubre 2005 (ZENIT.org).- Publicamos el resumen que ha distribuido la Secretaría del Sínodo de los Obispos de las intervenciones de los padres sinodales que tomaron la palabra en la tarde del martes, 11 de octubre, durante la decimocuarta congregación general de la asamblea, después de que hablaran los delegados fraternos.

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– S. Em. R. Mons. Paul Kouassivi VIEIRA, Obispo de Djougou (BENÍN)
– S. Em. R. Mons. Vittorino GIRARDI STELLIN, M.C.C.I., Obispo de Tilarán (COSTA RICA)
– S. Em. R. Card. Geraldo Majella AGNELO, Arzobispo de São Salvador da Bahia, Presidente de la Conferencia Episcopal (BRASIL)
– S. Em. R. Mons. Basil Myron SCHOTT, O.F.M., Arzobispo Metropolitano de Pittsburg de los Bizantinos, Presidente del Consejo de la Iglesia Rutena (ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA)

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– S. Em. R. Mons. Paul Kouassivi VIEIRA, Obispo de Djougou (BENÍN)

“Es al final de la vieja cuerda que se entrelaza la nueva”. Con este proverbio africano, ante esta augusta asamblea sinodal, querría, ante todo, rendir homenaje a nuestros valerosos misioneros, de manera particular a los Padres Misioneros Africanos de Lyon que celebrarán, dentro de poco, el 150º aniversario de su Fundación. Gracias a ellos, nosotros estamos formados y educados en la autenticidad de la fe de la Iglesia Católica respecto de la Eucaristía. Lo que nosotros vivimos hoy, y que es esencial en esta intervención, se lo debemos enteramente a ellos. No existe generación espontánea en lo que se refiere a la Eucaristía. “Les he transmitido lo que yo mismo he recibido” decía el apóstol Pablo! Nuestro antecesor, Monseñor Louis Parisot, el último arzobispo francés de Cotonou antes de la formación de la jerarquía autóctona, resumía la fe católica con esta trilogía “Cruz, Hostia, Virgen”. Es la esencia de nuestra fe, la esencia de la Iglesia.
Recordé este particular para subrayar, ante todo, nuestra responsabilidad no sólo hacia la Iglesia de hoy, sino también hacia la generaciones futuras y, en segundo lugar, para proponer la tenacidad y la devoción de estos misioneros que no estaban en condiciones mejores que nosotros en lo que a número y medios se refiere y que, sin embargo, no ahorraron nada de su tiempo, de su vida, de su persona para que la Eucaristía pudiese ser celebrada, conocida, amada y deseada, porque ellos creían que fuese el corazón de todo. En fin, para aprender de su praxis que una celebración apropiada de la Eucaristía, también en las comunidades catecumenales, es la mejor y primera catequesis sobre ella. Es gracias a esta herencia que la Iglesia de Benín vive hoy de manera verdaderamente edificante.
Para compensar la falta de la celebración eucarística del domingo, los sacerdotes durante la semana recorren las aldeas y las comunidades con turnos organizados de manera que ninguno se quede sin Misa. Las celebraciones litúrgicas en ausencia del sacerdote no parecen ser un problema para nuestros fieles y no parece ni siquiera que generen confusión! Por otra parte, los esquemas propuestos, excluyendo cada oración eucarística y, por lo tanto, cualquier fórmula de la Institución, previenen este riesgo. En esta atmósfera de benevolencia muy favorable a la Eucaristía, son tres los puntos que los Pastores del país se proponen subrayar y someter a vuestra atención.
1. La Eucaristía como sacrificio de la Nueva Alianza. En una cultura tradicional que conoce la práctica de la sangre con la cual dos o más personas establecen una alianza de por vida, no podemos hacer otra cosa sino subrayar esta dimensión de la alianza entre Cristo y el hombre, entre el Cristo y su pueblo.
2. En el plano de la catequesis y de la formación, esta dimensión de la alianza nos ayuda a no reducir la Eucaristía a un simple rito, sino a hacer de ella una alianza que quiere impregnar con su implicancias cada campo de la vida humana, de manera que cada cristiano pueda decir como San Pablo “no soy yo el que vive sino Cristo que vive en mí”. En el contexto de un gran florecimiento de vocaciones sacerdotales (Benín, en la iniciación de este año académico, cuenta con 500 seminaristas adultos) y de vocaciones a la vida consagrada. Esta dimensión se convierte en un criterio de discernimiento alerta y diligente. Contribuye, además, a vivir el precepto dominical con amor más intenso sin hacer de éste un peso, sino más bien, una necesidad natural de la alianza.
3. En el plano nacional, la Eucaristía se convierte para nosotros en el camino de la verdadera unidad, como habían subrayado los Padres del Sínodo Especial para África, tratemos de entender que solamente la sangre de Cristo puede crear la unidad en una nación que cuenta con más de 50 etnias listas a oponerse y enfrentarse cuando son instrumentalizadas por los políticos para fines electorales.
La Eucaristía es el verdadero sacramento de la Esperanza para cada hombre. Agradecemos al Papa Juan Pablo II por habérnosla indicado como la luz para proyectar incesantemente sobre nuestra identidad y nuestra misión. Las tres exhortaciones: Ecclesia de Eucharistia. Redemptionis Sacramentum y Mane Nobiscum nos ayudan a custodiar la mies y combatir los pequeños abusos que se insinúan furtivamente en la manera de conducirse de algunos sacerdotes (comportamiento, vestimenta, desproporciones verdaderamente graves de ciertos elementos, etc.)

[Texto original: francés]

– S. Em. R. Mons. Vittorino GIRARDI STELLIN, M.C.C.I., Obispo de Tilarán (COSTA RICA)

l. -Podemos contemplar al Misterio Eucarístico como el don y sacramento de la relación: la Eucaristía en efecto establece una relación con el misterio salvífico de la Pascua, por una parte, y con la vida de la Iglesia y de la entera humanidad, por la otra. Es contemplada en relación a Cristo que la instituye y la entrega, y en relación a la Iglesia que de ella vive. Todo lo creado, originado por la Palabra eterna ( cfr. In 1 1-2), vuelve a Dios, en cuanto redimido, recreado por la misma Palabra hecha carne ( cfr. In 1,14). Desde esta perspectiva, toda celebración eucarística es siempre una «santa Misa sobre el mundo», y punto de convergencia todo lo creado; ella es siempre la acción litúrgico-misionera por excelencia.
En relación a la Iglesia, la Eucaristía es don y gracia que la va construyendo y que hace posible el seguimiento y sostiene su compromiso misionero y el testimonio por el Reino, como compromiso «excitante y difícil, que requiere dedicación plena, incluso hasta el martirio» (n° 89).
El Cenáculo eucarístico es el Cenáculo de Pentecostés, del cual salen los Apóstoles, afirmando: «No podemos callar lo que hemos visto y oído».
2.- Todo lo anterior es verdad, pero hay una certeza que creo importante y que sin embargo no he encontrado en el Instrumentum Laboris. Me refiero a la prioridad de la Misión con respecto a la Iglesia y, entonces, a la Eucaristía. Es decir, la Misión brota de la acción de Cristo y de su Espíritu, teniendo en el amor fontal del Padre su origen primero (AG 2). El Amor «exagerado» (hasta el extremo) que Cristo nos manifiesta en la Eucaristía es el Amor del Padre que lo ha enviado al mundo, como Cristo mismo lo afirmó a Nicodemo: «tanto amo Dios al mundo que le ha enviado (entregado) a su Hijo» (In 3,16). La Misión no es entonces sólo el medio con que la Iglesia -Eucarística lleva la fe a los pueblos que aún no conocen a Cristo, y con que se hace presente en donde aún no lo está (AG 6) sino que es su modo concreto de estar a disposición de su Fundador y de su Espíritu. No comienza la Misión con la Iglesia, sino que ésta se pone a disposición de la Misión, constituida ella misma en Misión. ¡ La Iglesia es Misión!
Desde esta perspectiva, la Iglesia-Eucarística es a la vez fruto y realización del movimiento misionero que tiene en Dios Trinidad la razón de su dinamismo, y portadora responsable de la misma, hasta los últimos confines de la tierra.

[Texto original: español]

– S. Em. R. Card. Geraldo Majella AGNELO, Arzobispo de São Salvador da Bahia, Presidente de la Conferencia Episcopal (BRASIL)

Me refiero al nº 33 del «Istrumentum Laboris» donde se trata la percepción del misterio eucarístico entre los fieles, y se recuerda el «profundo sentido espiritual de los sufrimientos d
e los cristianos en este mundo”.
Sabemos que, desde los primeros siglos del cristianismo, se concedió especial atención a los fieles que no podían participar en la celebración del sacrificio eucarístico, razón por la cual se instituyó la conservación de la Eucaristía, para ir en ayuda de los varios motivos de tal impedimento.
Toda persona está expuesta a hacer, antes o después, la experiencia de algún sufrimiento. Deseo poner de relieve la situación de los enfermos, de los prisioneros y de las personas ancianas con dificultades para moverse autónomamente.
Coloco aquí la oportunidad y también la necesidad de preparar a los fieles para que puedan promover la visita del presbítero para la reconciliación sacramental y luego seguir el cuidado pastoral llevando la comunión eucarística.
Hoy día, muchas personas se sienten solas por falta de los familiares cercanos; o porque se las deja en clínicas o centros de enfermedades permanentes; o por limitaciones en la autodeambulación, lo que les obliga a estar en cama sin la posibilidad de recibir visitas de los parientes, de amigos; o también se ven rechazados porque no producen.
En un mundo con tantos medios de comunicación disponibles, muchas veces, las personas, aún cuando no están enfermas, fácilmente viven aisladas y en silencio.
Pero en el momento del sufrimiento, las personas se vuelven susceptibles y necesitadas del encuentro de la manifestación de la bondad y de la misericordia de Dios. Así Dios necesita de nuestros brazos y de nuestro testimonio para realizar la experiencia de su amor.

[Texto original: italiano]

– S. Em. R. Mons. Basil Myron SCHOTT, O.F.M., Arzobispo Metropolitano de Pittsburg de los Bizantinos, Presidente del Consejo de la Iglesia Rutena (ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA)

Querría hacer algunas reflexiones sobre tres aspectos, las sombras, el ecumenismo y el ministerio de los sacerdotes de los que se habla en los números 23 y 86.
Desde una perspectiva oriental, el camino para llegar a la luz se hace a través y después de la oscuridad de las sombras. Habrá siempre sombras hasta que no vuelva Cristo. Esto forma parte de la condición humana. Por nuestra parte, tenemos que ser valientes para mirar a la cara las sombras y luego llevarles la luz de Cristo. Esto es lo que está sucediendo en las Iglesias orientales de los Estados Unidos, que llevan adelante el proceso de una auténtica renovación de las prácticas litúrgicas como estableció y pidió el Papa Juan Pablo II. La eliminación de las prácticas litúrgicas o de las sombras que no son auténticas para la teología y la tradición de las Iglesias orientales, la nueva introducción del tríptico de iniciación: bautismo, confirmación y eucaristía, el desarrollo de la serie de catequesis como las de la “serie Dios con nosotros” para aquellos que pertenecen a la tradición bizantina y la puesta en marcha de las series para los de la tradición Siro-antioquiana.
En Estados Unidos hay 17 eparquías de tradición bizantina, de Antioquía, caldea y armenia. Cuatro de los bizantinos rutenos, cuatro de los bizantinos-ucranianos, una bizantina melquita, una bizantina rumana, dos maronitas, dos de los caldeos, una de los sirios, una siro malabarés, una armenia, cada una con la propia jerarquía y estructuras eparquiales. Hay también fieles y sacerdotes de Iglesias, de la iglesia siro-malabarés, etíope o copto-católica sin jerarquía. Existen además eparquías de nuestros hermanos de las Iglesias Ortodoxas con la misma tradición. Esta es una situación eclesial única en el mundo y tiene sus propias bendiciones. Nos ofrece una tierra fértil para un único diálogo ecuménico tanto formal como informal con nuestros hermanos y hermanas de las Iglesias Ortodoxas. Desde el punto de vista práctico, con frecuencia rezamos juntos también al participar de la respectiva celebración eucarística. Sin embargo en estas celebraciones permanece el dolor por no poder compartir la Eucaristía.
Y para concluir, quisiera hablar del clero. Este aspecto parece faltar en el Instrumentum Laboris. Son las personas a través de las cuales la Eucaristía llega al Pueblo de Dios. Es necesario ser pacientes, sostener y apreciar a los sacerdotes de todo el mundo y, por lo que a mí respecta, a los sacerdotes de los Estados Unidos. La falta de vocaciones es un problema crucial, como así también la carencia de una adecuada inculturación de los sacerdotes provenientes de los países de origen de las respectivas Iglesias orientales. Nuestro clero, casado o célibe, tiene necesidad de vivir una auténtica vida de santidad. Deben ser modelos de Evangelio vivido en sus respectivas tradiciones orientales. Tienen necesidad de una intensa formación bíblica y teológica en la teologías de los Padres orientales y, en fin, porque la Eucaristía está en el centro de nuestra vida, deben ser pueblo de oración en la auténtica tradición de Oriente.

[Texto original: inglés] [Traducciones distribuidas por la Secretaría General del Sínodo de los Obispos]

ZS05101232

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ZENIT Staff

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