Intervenciones de los Padres Sinodales (III)

Cuarta Congregación General, tarde del martes 6 de octubre

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CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 7 de octubre de 2009 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación los resúmenes de las intervenciones que se produjeron durante la Tercera Congregación General de la Asamblea del Sínodo sobre África, en la tarde de ayer martes 6 de octubre.

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Monseñor François Xavier Maroy Rusengo, arzobispo de Bukavu (República Democrática del Congo)

Partiendo de los estragos causados por las guerras y la violencia en el Este de nuestro país, la República Democrática del Congo, y especialmente en nuestra archidiócesis de Bukavu, consideramos que la reconciliación no debe limitarse únicamente a la armonización de las relaciones interpersonales. Ineluctablemente debe tomar en consideración las causas profundas de la crisis de las relaciones, que se sitúan en el ámbito de los intereses y los recursos naturales del país, que habría que explotar y gestionar con transparencia y equidad en beneficio de todos; ya que la causa de la violencia en el Este de la República Democrática del Congo son, esencialmente, los recursos naturales.

Recordamos el trabajo que al respecto está llevando a cabo la comisión “Justicia y Paz” en la archidiócesis de Bukavu para que se llegue a la reconciliación mediante la reconstrucción comunitaria.

El objetivo es ayudar a la gente a reconciliarse entre ellos y con su historia, y a comprometerse en construir juntos un nuevo futuro.

Se dedica especial atención a los jóvenes. Para ellos, proponemos actividades recreativas y culturales que puedan favorecer la reconciliación en su ámbito, gracias a la implicación de todos y cada uno de ellos en la reconstrucción de los ambientes en los que viven.

Este enfoque hay que entenderlo como una respuesta a los traumatismos comunitarios a menudo olvidados, con el fin de que las personas sean responsables y actores de un cambio positivo. Requiere que se refuerce la educación en la base y la organización de las poblaciones con vistas a una mayor responsabilidad comunitaria. A su vez, requiere que se habiliten los espacios y se creen los marcos de intercambio y de diálogo para una participación eficaz de la población en la gestión de las riquezas, que deben contribuir a partir de ahora a la reconstrucción, el desarrollo, la reconciliación y a una cohabitación pacífica.

Mientras nosotros tomamos la palabra en esta Asamblea, los agentes pastorales de nuestra diócesis están preocupados por los enemigos de la paz. Una de las parroquias de nuestra archidiócesis fue incendiada el viernes 2 de octubre de 2009, algunos sacerdotes fueron molestados, otros tomados como rehenes por hombres en uniforme, los cuales exigieron un elevado rescate que nos vimos obligados a pagar para salvar la vida de nuestros sacerdotes, que ellos amenazaban con masacrar. Por estos gestos, la Iglesia es el único apoyo que le queda a un pueblo aterrorizado, humillado, explotado y dominado, que querrían reducir al silencio. ¡Señor, hágase tu voluntad, que tu reino de paz llegue pronto (cf. Mt 10,6).

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Cardenal Walter Kasper, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos (Ciudad del Vaticano)

Mientras que, gracias a Dios, ha habido un rápido crecimiento de la Iglesia en África, lamentablemente se ha constatado también una fragmentación que se hace siempre más profunda entre los cristianos. Aunque esta situación no se da solo en África, es demasiado fácil considerar que estas divisiones son una derivación del legado recibida por África de una Cristiandad dividida, aunque en África se han dado ulteriores divisiones, basta pensar en las sucedidas recientemente en las comunidades Carismáticas y Pentecostales, en las Iglesias llamadas independientes y en las sectas. Las mismas están muy difundidas en todo el mundo y su vitalidad en el Continente africano se refleja en el aumento de las Iglesias independientes africanas, que actualmente han creado una institución oficial, la OAIC, con sede en Nairobi.

En otros aspectos, el diálogo con estos grupos no es fácil y a menudo del todo imposible por causa del comportamiento agresivo y -por no entrar en detalles- por el bajo nivel teológico que poseen. Debemos afrontar este desafío urgentemente con una actitud autocrítica. De hecho, no basta decir qué hay de equivocado en ellos, debemos preguntarnos en qué erramos o qué nos falta en nuestro trabajo pastoral. ¿Por qué tantos cristianos abandonan nuestra Iglesia? ¿Qué es lo que no encuentran en nosotros que buscan en otros lugares? El PCPCU ha tratado de dar alguna respuesta con dos simposios para obispos y teólogos, celebrados en Nairobi y en Dakar. Estamos dispuestos a ayudar también en futuro. En este contexto, quisiera mencionar solamente dos puntos importantes: la formación catequética ecuménica y la constitución de pequeñas comunidades cristianas en el seno de nuestras parroquias.

Permitanme ahora volver sobre los muchos otros desafíos y tareas:

1. Podemos ahora dar una mirada hacia atrás a estos casi cincuenta años de dialogo ecuménico. Desde el Concilio Vaticano II se han realizado importantes progresos ecuménicos, pero el camino hacia la plena comunión eclesial probablemente es todavía largo y arduo por causa de las dificultades que continúan existiendo en nuestros diálogos teológicos. Se requieren, ahora, pasos adecuados para comprometernos juntamente con nuestros interlocutores ecuménicos en un proceso de recogida de los frutos del diálogo. El compromiso de la Iglesia Universal debe ser traducido y recibido en las Iglesias locales. Esto debe producirse en la catequesis y en la formación teológica, a nivel diocesano y parroquial.

2. Mientras que la Iglesia católica en África tradicionalmente ha mantenido un dialogo constante con las tradiciones protestantes históricas y hoy también con las mas nuevas, la reciente y rápida difusión de la Iglesia Ortodoxa en el Continente hace fundamental para la Iglesia católica en África comprometerse en el dialogo y en relaciones positivas también con nuestros hermanos y hermanas ortodoxos.

3. La Iglesia Católica en África debe impulsar las relaciones ecuménicas con los movimientos Evangélicos, Carismáticos y Pentecostales en el Continente africano, también por la relevancia de sus expresiones indígenas y por la afinidad lograda con la visión del mundo cultural africano. Un tal compromiso ecuménico exige, por una parte una fidelidad inspirada en los principios de la Iglesia sobre el ecumenismo (UR, 2-4), y por otra una compresión especifica de las expresiones culturales africanas. El diálogo y la búsqueda de la unidad, deben considerar seriamente el contexto de las raíces culturales africanas. De hecho, las raíces de diferentes árboles, separados pero cercanos entre si, igualmente se entrelazan aunque continúan siendo diferentes, en la lucha por acceder a la misma surgiente de vida que son el suelo y el agua. Este entrelazamiento es emblemático del acercamiento ecuménico, unido con la cuestión de la enculturación y de la relevancia del contexto.

4. Nuestra búsqueda de unidad en la verdad y en el amor no debe nunca perder de vista la conciencia de que la unidad de la Iglesia es obra y don del Espíritu Santo y va mucho más allá de nuestros esfuerzos . Por lo tanto, el ecumenismo espiritual, especialmente la oración, es el verdadero corazón del compromiso ecuménico,(UR, 8). Sin embargo, el ecumenismo no dará frutos duraderos si no va acompañado por gestos concretos de conversión que muevan las conciencias y promuevan la curación de los recuerdos y de las relaciones.

Como afirma el Decreto sobre el Ecumenismo, “El verdadero ecumenismo no puede darse sin la conversión interior” (UR, 7). Una tal metánoia (UR, 5-8; UUS 15s; 83ss) nos llevará mas cerca de Dios, al centro de nuestra vida, de tal modo que nos acercará más también unos a otros.< /p>

Por lo tanto, el tema del Sínodo representa un desafío para la Iglesia en África para que agudice la propia visión ecuménica y ofrezca a los pueblos de África la búsqueda de la unidad como autentico tesoro del Evangelio. La Iglesia católica en África es estimulada a seguir construyendo puentes de amistad y, a través de un ecumenismo espiritual orante y el discernimiento de la voluntad de Dios, comprometerse en el “ministerio de la reconciliación” (2Cor 5, 18), que nos fue confiado por medio de Cristo. Es esta la base de nuestro compromiso ecuménico. La renovación de la vida interior de nuestro corazón y de nuestra mente es el punto crucial de todo dialogo y de toda reconciliación, haciendo del ecumenismo un compromiso recíproco de comprensión, respeto y amor, para que el mundo crea.

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Monseñor François Eid, obispo de El Cairo de los Maronitas (Egipto)

Hago esta intervención en nombre propio y haré referencia a los Nºs: 102,126 y 128 que hablan de las relaciones con las Religiones, haciendo particular énfasis en la necesidad de pasar del diálogo entre las Culturas a la Cultura del Diálogo, mediante la formación de futuros sacerdotes en África.
Un pensador asiático, Wesley Ari raja, decía: “tenemos necesidad, no sólo de conocer al otro, sino también del otro para conocernos mejor”. Dicho esto, podemos constatar que la cuestión del Diálogo se propone como una problemática cultural y espiritual por excelencia, dado que está relacionada, mucho más que con la compresión que tenemos de nosotros mismos, con nuestra toma de posición con respecto al otro.

La historia nos enseña que la fuente del dinamismo que renueva las Identidades Culturales reside en su apertura universalista más amplia, que la lleva a abrazar las diversidades y a crear una continua ósmosis enriquecedora; en cambio el aislamiento cultural lleva a la perdida de identidad.

El barómetro de la buena salud cultural de un pueblo o de una comunidad, reside en la Centralidad del Otro en su caminar comunitario. Ello explica la posición central del amor al prójimo en el Cristianismo, que hace de la Iglesia una Diaconía al servicio del hombre.

En este sentido, una de las cartas de los Patriarcas Católicos del Oriente afirmaba que “la presencia de los demás en nuestras vidas representa la voz de Dios y nuestra relación con ellos es un componente esencial de nuestra identidad espiritual, por ello, debemos ir más alla de la convivialidad a una comunión fraterna más responsable.

Saco algunas conclusiones:

1. En mi opinión, la formación de los futuros sacerdotes africanos que pertenezcan solamente a Nuestro señor Jesús, Maestro y Modelo, constituye la única alternativa para hacer de dichos sacerdotes, instrumentos de paz y reconciliación. De ese modo, su misión ya no sería considerada como lugar de competencia de intereses personales, familiares o tribales, sino más bien y al contrario, lugar de encuentro entre hermanos amados por el Señor y llamados a construir juntos, en la Caridad, su reino de Paz y Justicia.

2. Sobre este punto, veo la urgencia de una Formación Sacerdotal adecuada cuya prioridad sea pasar del Diálogo entre Culturas a la Cultura del Diálogo. Dicha misión hará de los futuros sacerdotes africanos los mensajeros del Evangelio de la Paz, por una Nueva África, en donde la Solidaridad Espiritual y Humana impulse a todos y cada uno a llevar las dificultades, los sufrimientos, las esperanzas y los desafíos del otro, que es nuestro hermano ante Dios. Así, pasaríamos:

de la marginación a la acogida

del rechazo a la aceptación

y de la rivalidad a la fraternidad

La Cultura del Diálogo hace de eco a las palabras de San Agustín: “Et in omnia Caritas”.

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Monseñor Simon Ntamwana, arzobispo de Gitega (Burundi), presidente de la Asociación de las Conferencias Episcopales de África Central (ACEAC)

Actualmente en nuestra subregión, diferentes categorías y grupos sufren bajo el peso de algunos males apenas recordados. Las familias han sido desmembradas, desestabilizadas, empobrecidas. Algunas no tienen casas adecuadas donde residir, ni tierras de cultivo para sobrevivir, ni tampoco medios para educar a los hijos, ni como pagar los cuidados médicos, etc. A estas carencias se añaden fenómenos come las violaciones de mujeres, reclutamiento de niños en grupos armados, etc.

Si la responsabilidad de esta situación se compartiera entre todos los miembros de la sociedad, algunos tendrían responsabilidades mayores respecto a otros. Pensamos, sobre todo, a la clase política dirigente. En efecto, entre otras cosas se deplora el hecho que hombres políticos utilicen los conflictos étnicos para conquistar el poder o para mantenerlo. Algunos de ellos consideran sus funciones únicamente como fuente de enriquecimiento personal o de sus familiares y amigos, haciendo de esta manera prevalecer el clientelismo y el tribalismo, por encima de los valores auténticos, y comprometiendo gravemente la paz social.

En dichas situaciones, la Iglesia cumple una función por medio de sus mensajes y de sus exhortaciones y, también, a través de su testimonio de hermandad más allá de las fronteras y de las barreras generadas por los conflictos armados y las guerras. Algunos hermanos nuestros en el Episcopado han debido, ellos mismos, dirigir algunas Conferencias nacionales soberanas para asegurar la mediación entre las diferentes partes de sus países. De otro lado, nuestras comisiones de “Justicia y Paz” en diferentes países han participado en la preparación de elecciones, ofreciendo una educación cívica y electoral. En estas situaciones de guerra, las Comisiones Caritas-Desarrollo ofrecen ayuda a millares de personas indefensas.

No obstante, no hay que curar solo la pobreza espiritual, sino el empobrecimiento generalizado y la desvergonzada pauperización de nuestros pueblos, para los cuales se necesita encontrar soluciones adecuadas. En efecto, es justamente porque las poblaciones son pobres o empobrecidas que se han vuelto vulnerables. Muchos personajes ricos les manipulan a su antojo y algunos pescadores de aguas turbias utilizan, por ejemplo, las divisiones étnicas para dividir a las poblaciones y seguir enriqueciéndose en una situación de conflicto en el cual, las personas no pueden reivindicar ni siquiera sus derechos.

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Monseñor Martin Munyanyi, obispo de Gweru (Zimbabwe)

La Iglesia de Zimbabue aprecia considerablemente que el Instrumentum Laboris trate temas de gran preocupación para nuestro país, tales como la pobreza, la violencia, la falta de reconocimiento a la mujer, a los niños y a los grupos minoritarios, al igual que problemas relativos a la injusticia en la Iglesia, como por ejemplo las condiciones laborales de sus empleados.

Zimbabue ha tenido experiencias socio-políticas muy difíciles e inhumanas que encuentran su origen en el pasado pre-colonial, colonial y post-colonial, que deben ser tratadas urgentemente.

En la búsqueda de una reconciliación duradera, sería un error pedirle a la gente que simplemente olvidara el pasado.

La reconciliación es necesaria no sólo en todo el país sino también en la Iglesia, ya que vemos crecientes tensiones en algunas de nuestras parroquias debido a diferencias étnicas y lingüísticas.

En África cuando hablamos de justicia, ciertamente hablamos de las partes afectadas, que incluyen también las familias. Las comunidades necesitan reunirse y hablar de sus problemas en un escenario abierto a la discusión. Y debería establecerse una justicia retributiva y constructiva antes de la muerte de las partes en causa.

Las cuestiones de justicia en la Iglesia tienen que ver con el no pagarle a nuestros trabajadores lo correspondiente a un salario justo y con el mal uso de los recursos en la Iglesia por part
e de los sacerdotes a cargo de las comunidades. Algunas de las prácticas de la Iglesia tienden a tener prejuicios contra las niñas. Por ejemplo las niñas son castigadas pero los niños no.

Como Iglesia local, hemos establecido estructuras como la Comisión de Justicia y Paz que se dedica a los aspectos históricos negativos de nuestra experiencia.

La tarea completa debería comenzar en un lugar como la familia, como ha precisado justamente el Papa Benedicto XVI: “la familia es la primera e insustituible educadora de la paz… porque permite hacer fundamentales experiencias de paz”.

En el hacerlo se deberían tomar en serio, literalmente, las palabras de Juan Pablo II” no hay paz sin justicia, ni hay justicia sin perdón”. Este es el reino de justicia defendido en el Instrumentum Laboris, que resume el mensaje evangélico de reconciliación, justicia y paz.

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Monseñor Daniel Mizonzo, obispo de Nkayi (República del Congo)

El objetivo de este Sínodo, a nuestro parecer, es el compromiso de todos los Actores e Instituciones para establecer una paz verdadera, real y duradera en África, dicho con otras palabras, la venida del Reino de Dios a este continente. Para lograr este objetivo, nuestra tarea esencial consiste en la búsqueda onto – teológica de la Verdad.

En realidad en casi todos nuestros países africanos, particularmente aquellos que viven o han vivido guerras, hemos realizado ceremonias y acciones de reconciliación nacional, procesos a los genocidas en nombre de la justicia, gestos simbólicos de paz y otras iniciativas. Pero, a pesar de estos esfuerzos, la paz verdadera, real y duradera, aunque está a la orden del día, no ha llegado todavía a África. ¿Por qué? Porque ha faltado la verdad.

“¿Qué es la verdad?” (Jn 18, 38). La pregunta de Pilatos sigue siendo de actualidad en África. Las respuestas de Jesús son esclarecedoras: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6); “Para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37b). En el Reino de Dios “Amor y Verdad se han dado cita, Justicia y Paz se besan. Verdad brota de la tierra, Justicia se asoma desde el cielo”(Sal 85 (84), 11.12).

La paz es de Jesús: “Os dejo la paz, mi paz os doy, no os la doy como la da el mundo” (Jn 14, 27a).
Y San Pablo subraya que “Cristo es nuestra paz” (Ef 2, 14), porque Él es ontológicamente Verdad.

Estimulemos la Institución de Tribunales Internacionales (TPI), de las Comisiones de Verdad y Reconciliación para la paz, que han sido un bien para Sudáfrica: porque solamente “la verdad nos hará libres” (Jn 8, 32b) y nos traerá la paz verdadera, real y duradera. “África semper novi”.

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Monseñor Claude Rault, obispo de Laghouat (Argelia)

Nuestra Iglesia del Norte de África se encuentra en una posición de “encrucijada” geográfica y humana que se sitúa en el cruce entre Europa, el Próximo Oriente y el África subsahariana. La población está compuesta por árabes y bereberes, pero también nos olvidamos con frecuencia de una franja de poblaciones negras en el sur de esta vasta región. La religión dominante y casi exclusiva es el Islam, asimismo atravesado por múltiples corrientes. Es en este universo geográfico, humano y religioso en el que nosotros, cristianos y cristianas, vivimos nuestra vocación hacia el Encuentro y el Diálogo.

-En primer lugar, es necesario decir lo difícil que es para nosotros ubicarnos e arraigarnos en el corazón de la Iglesia de África. El nombre mismo de África, sin embargo, tiene su origen en el Magreb, proviene de “Ifriqiya”, país de san Agustín. Nosotros formamos parte de la Iglesia de África y nuestro deseo profundo es el de consolidar nuestro arraigo en el seno de esta Iglesia.

-La herencia colonial pesa aún sobre nuestros hombros. La Iglesia del Magreb lleva todavía su marca. A esto le añadimos una relación histórica difícil entre el mundo árabe y el mundo africano, que se debe en parte a la esclavitud que no fue, por desgracia, lo único que hicieron los occidentales.

-Pero nuestra situación es una gracia que se debe aprovechar. Somos una Iglesia cada vez más multicultural, gracias a la marcada presencia de religiosos y religiosas, sacerdotes y laicos, de estudiantes e inmigrantes que vienen de más allá del Sahara, o de otros continentes.

Estos factores dan a la Iglesia una imagen más universal. Este hecho, a la vez, plantea un serio desafío a nuestra Iglesia del Magreb: el de su unidad y su comunión. La participación en nuestra vida eclesial de cristianos y cristianas de todas las condiciones llegados de Europa, América, Asia, del continente africano, del Próximo Oriente y también de África del Norte, constituye una novedad que exige de nosotros una apertura a lo Universal. Con todas nuestras diferencias y nuestras complementariedades conjugadas, los hombres y las mujeres, a pesar de nuestra pequeñez, construimos la Iglesia de Cristo, una Iglesia de Pentecostés.

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Monseñor Antoine Ntalou, arzobispo de Garoua (Camerún)

En Camerún, como en otros países africanos, se observa que muchos ciudadanos en posiciones de responsabilidad se reconocen como hijos de la Madre Iglesia; les encontramos prácticamente en todos los sectores de la vida, sea en el ámbito de la sanidad como en el de la educación, en la política, la economía, la cultura, las asociaciones, etc. A menudo estas personas están orgullosas de lo que han recibido en la Iglesia en su infancia o juventud. Pero a menudo tenemos la amarga experiencia de la enorme brecha que existe entre la organización de la vida social y las exigencias del mensaje evangélico.

Nos encontramos así delante de un problema muy serio, sobre el cual es necesario determinar la causa principal para poder encontrar un remedio. Por mi parte, considero que también por motivo de la edad de nuestras Iglesias en África, algunas carencias en la organización de la pastoral en la mayor parte de las diócesis explican, sin querer justificar, la situación de la que intento hablar. Se trata de una escasa formación doctrinal de los cristianos que hoy asumen una función de responsabilidad en el seno de las estructuras de nuestros países. Para la mayor parte de ellos, por lo tanto, el único bagaje doctrinal es el recibido en el momento de la preparación de los primeros sacramentos. No hay que asombrarse cuando con frecuencia en el diálogo social, no tienen mucho para ofrecer allí donde otros grupos de intereses o de presión están dotados de armas potentes para la lucha ideológica, mientras nuestros fieles no tienen otra cosa para ofrecer que la buena voluntad.

Por lo tanto, es más que nunca urgente asegurar una sólida formación cristiana a los hijos y a las hijas de nuestra Iglesia que toman un compromiso en política, en economía y en otros sectores claves de la vida de nuestros países africanos. El programa de tal formación, entre las otras materias, tendrá que dejar espacio a la doctrina social de la Iglesia, a la Biblia, a la teología, a la moral y a la historia de la Iglesia. Habrá que preocuparse, sobre todo, de la formación de la conciencia de nuestra élite. Agrademos a Dios, que aquí y allá del continente ya han nacido iniciativas positivas (Escuelas de Teología) y se esta empezando a formar un laicado consciente de las propias responsabilidades en un mundo que debe ser transformado desde adentro. Actualmente, estas experiencias son todavía demasiado limitadas para que el impacto del fermento evangélico sea claramente perceptible y se refleje en los hábitos de los individuos y de los grupos. Pero la dirección tomada es la justa.

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Monseñor Michael Wüstenberg, obispo de Aliwal (Sudáfrica)

El laicado y la jerarquía no siempre están de acuerdo. La reconci
liación es necesaria en la Iglesia. Un plan pastoral conduce al desarrollo de una comunidad mejor. Esta reconciliación en la Iglesia afecta el compromiso evangelizador de los laicos para reconciliar un mundo desunido. La unidad y la cooperación de la Conferencia de los Obispos apoya el laicado en lo referente a su interconexión.

Las pequeñas Comunidades Cristianas – arraigadas en la fe – están conectadas en el campo social para transformar la sociedad local. El compromiso se realiza también por medio de diferentes instituciones. Con un déficit amplio de una catequización profunda, dicho compromiso en “todos los estratos de la humanidad” necesita una formación concienzuda. Las instituciones que trabajan en los diferentes niveles para colaborar con los trabajadores de la pastoral y los laicos en una formación completa. Aunque queden por hacer algunas actividades para crear redes fuertes y eficientes. Las interconexiones de los obispos con los laicos en los foros Pastorales pueden ser mejor llevados también en los niveles regionales y continentales. El ministerio de los laicos en relación ala reconciliación necesita reconocerse en las celebraciones que aseguren y confirmen e, incluso, se preparen para dicha misión. La experiencia del sacramento ofrece una formación abierta a lo divino. La falta de celebraciones del sacrificio de la reconciliación en la Eucaristía impide la experiencia habitual de la relación íntima entre Cristo con uno mismo y con los otros. Este desequilibrio de la vida consagrada de la Iglesia necesita ser reconciliado para bien de una espiritualidad completa de la reconciliación.

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Monseñor Armando Umberto Gianni, obispo de Bouarb (República Centroafricana), Presidente de la Conferencia Episcopal

Hemos tratado de profundizar el análisis de la crisis, que nos ha traído muchos sufrimientos físicos y morales. Nos hemos reunido para poder dar la posibilidad a todos de expresar sus propias ideas.

En todos existe el deseo de salir adelante, de encontrar el camino del diálogo, de la conversión.
Nos espera la delicada pero necesaria tarea de ayudar a los sacerdotes que tienen problemas a reencontrar el camino de la verdad. Esperamos del Sínodo una palabra clara y persuasiva sobre este tema.

El desafío más grande, es el de saber cómo ayudar a los sacerdotes a tomar las verdaderas familias sacerdotales. Se siente la necesidad de tener un directorio de la vida sacerdotal.

Si nuestra crisis nos ha comportado sufrimiento, nos ayudará a crecer más armónicamente. Necesitamos intensificar la unión profunda con Cristo.

Desde hace más de quince años nuestro país busca la paz social y un equilibrio que aporte más seguridad y estabilidad, necesarios para atraer inversiones, reactivar la actividad económica y desarrollar los servicios sociales: escuela, salud, diálogo social.

Desgraciadamente, la impunidad sigue cubriendo los crímenes y las varias injusticias. Los conflictos de interés que afligen la región de Darfur, se repercuten también en nuestro país.
La Iglesia sigue estando presente en todos los lugares del territorio. También en las llamadas áreas rojas, es decir inseguras, sigue realizando su obra en los colegios y la sanidad, estando cercana a los evacuados y a los minusválidos.

Quisiera destacar la disponibilidad del personal de las misiones en ese contexto de inseguridad para asegurar el servicio de mediación entre las fuerzas del gobierno y los rebeldes y, a veces, también con los bandidos.

Mediante estos acuerdos ha sido posible hacer llegar a todas partes, alimentos y medicinas, y aseguraron los encuentros para el diálogo entre las partes en conflicto, que han contribuido a disminuir las tensiones.

Me parece que la Iglesia tiene la vocación de estar allá, en esos lugares humildes y escondidos, para ayudar a apagar los nacientes conflictos domésticos. Se escucha y se busca su voz porque goza de credibilidad.

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Monseñor Giovanni Innocenzo Martinelli, obispo titular de Tabuda, Vicario Apóstolico de Trípoli (Libia)

Sabemos que en el continente africano existen más de 10 millones de desplazados, de emigrantes en búsqueda de una patria, una tierra de paz.

El fenómeno de este éxodo revela un rostro de injusticia y de crisis sociopolítica en África. Nosotros, en Libia, vivimos toda la tragedia de este fenómeno: llegar a Libia por haber sido rechazado en Europa…

Cada año entran en Libia millares de inmigrantes, procedentes de los países del África subsahariana. La mayoría de ellos se salvan de la guerra y la pobreza que vive su país y vienen a Libia, donde buscan un trabajo para ayudar a sus familias, o bien, el modo de pasar a Europa con la esperanza de encontrar allí una vida mejor y más segura. Muchos de ellos se han dejado engañar por la promesa de un trabajo bien pagado y se ven obligados a realizar trabajos mal pagados y peligrosos, o bien, no encuentran ninguno en absoluto. Muchas mujeres a las que han hecho venir al país se ven obligadas a ejercer la prostitución o son esclavizadas. Todos los inmigrantes ilegales corren el riesgo de acabar en la cárcel, ser deportados o cosas peores, y no pueden acceder a ningún tipo de asistencia legal, ni a los servicios sanitarios públicos.

En Libia existen distintos centros de acogida de clandestinos, pero todos los que acuden al Centro de Servicio Social de la Iglesia son originarios de Eritrea o de Nigeria, etíopes, sudaneses y congoleños.

La inmigración es para muchos una tragedia, sobre todo porque estas personas son víctimas de tráficos, de explotación (especialmente, las mujeres) y del desprecio de los derechos humanos. Pero damos gracias al Señor por su testimonio cristiano. Se trata de una comunidad que sufre, que busca, de una comunidad precaria, pero rebosante de alegría en la expresión de la fe. Y son quienes, en un contexto social y religioso de carácter musulmán, hacen creíble a la Iglesia y vivo el diálogo de la vida con muchos musulmanes. Son nuestra Iglesia de Libia, peregrina y extranjera, luz de Jesús y sal para los que nos rodean.

Pido a su pastor que no les olvide en este éxodo forzado.

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Monseñor Lucius Iwejuru Ugorji, obispo de Umuahia (Nigeria)

Las multinacionales explotan los recursos naturales en África en una medida que no tiene precedentes en la historia. Utilizan los recursos que se han ido acumulando durante un largo periodo, sin que les importe que puedan dejar a las generaciones futuras sin medios de subsistencia. Esta explotación temeraria del medio ambiente tiene un impacto negativo en los africanos y amenaza sus perspectivas de vivir en paz.

La degradación medioambiental en África está ligada a este problema. Se destruyen áreas enteras a causa de la deforestación, el derrame de petróleo o el vertido de deshechos tóxicos, de contenedores de plástico y productos de celofán. Además, la erosión provocada por el hombre se lleva por delante las tierras agrícolas, destruye los caminos y obstruye las fuentes de suministro de agua. Estos factores empobrecen las comunidades africanas, aumentando las tensiones y los conflictos.

Los dones de la creación proceden de un Padre bondadoso. Toda generación las necesita para su sustento. Deben ser cuidadas (Gn 2, 15) y utilizadas con moderación. Los actuales desafíos ecológicos son el resultado de los pecados del hombre: egoísmo, codicia, falta de sensibilidad hacia los daños medioambientales e incapacidad de cuidar de la tierra.

La Iglesia en África tiene que estimular una “conversión ecológica” mediante una intensa educación. Debe educar a los africanos en una mayor sensibilidad al creciente desastre causado por los daños medioambientales y a la necesidad de reducirlo. Tiene que conseguir que todos sean cada vez más conscientes de que las generaciones futuras tienen el derecho de vivir e
n un ambiente intacto y sano, y de gozar de sus recursos.

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Guillermo Luis Basañes (EEUU), Consejero General para la región África-Madagascar de la Sociedad Salesiana

A la luz del tema de este Sínodo, creo que la contribución más preciosa y más urgente de la Vida Consagrada, sea hoy el de la profecía de la comunión: su ser hoy en la Iglesia y para los pueblos de África “signum fraternitatis”.

Allí donde hoy día algunas poblaciones de África sienten la tentación de declarar la imposibilidad de coexistir, de vivir juntas, de compartir la misma tierra, los religiosos y las religiosas, llamados a vivir la caridad perfecta en comunidad, no sólo anuncian a todos los pueblos y etnias en África que es posible vivir juntos en la diversidad o que es posible tolerarse, sino que también es fecundo, útil e incluso bello vivir y trabajar juntos.

Propongo, pues, que más que hablar de las “personas consagradas” como actores de reconciliación, de justicia y de paz, se subrayen, más bien, las “comunidades de vida consagrada”.

A este respecto, veo muy urgente la necesidad de que nuestros Pastores en África puedan continuar ayudando la Vida Consagrada, para que sea fiel a su vocación de profunda comunión y de reconciliación;

– promoviendo en las Iglesias el conocimiento de la naturaleza de la Vida Consagrada y, más específicamente, su profecía de comunión;

– exhortando, para que en la formación a la Vida Consagrada en África, se conceda un puesto central a la formación en la vida comunitaria intercultural, internacional, interétnica;

– animando a los diversos Institutos Religiosos que han nacido en África a que se abran, cuanto antes, a la misión ad gentes, para mostrar con claridad que ningún carisma está vinculado, de forma exclusiva, a una etnia o nación (cfr. VC 78)

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Monseñor Berhaneyesus Demerew Souraphiel, arzobispo metropolita de Addis Abeba (Etiopía), presidente de la Conferencia Episcopal, presidente del Consejo de la Iglesia Etiópica

Espero que este Sínodo para África estudie la raíz de las causas del tráfico de seres humanos, el problema de los desplazados, los trabajadores domésticos explotados (especialmente, las mujeres en Oriente Medio), los refugiados y los emigrantes, especialmente los africanos que llegan en las pateras y las personas que piden asilo, y que elabore posiciones y propuestas concretas para mostrar al mundo que la vida de los africanos es sagrada y no de poco de valor, como en cambio parece que la presenten y la vean muchos medios de comunicación.

Como es sabido, la Unión africana (UA) tiene su sede en Addis Abeba, donde fue fundada. La UA es el foro de los líderes políticos africanos. Es útil saber que casi el 50% de los miembros de la UA pertenecen a la Iglesia Católica. Hasta ahora, el Nuncio Apostólico en Etiopía fue invitado a participar como observador en las asambleas generales de la UA cuando tienen lugar en Addis Abeba. Tengo la esperanza de que la Santa Sede nombre a un representante permanente ante la UA, que participe en todas las reuniones cada vez que se celebren y que pueda mantener un contacto personal con los miembros católicos de esta importante institución.

Este representante especial debería, preferiblemente, contar con las mismas credenciales diplomáticas que un Nuncio Apostólico. Sería nombrado para dedicarse completamente a su misión y para estar siempre disponible, tanto para participar en las reuniones como para encontrarse con las personas que ejercen una influencia determinante en el proceso de toma de decisiones.

También en la UA, hace falta un representante del Simposio de las Conferencias Episcopales de África y Madagascar (SECAM), por lo menos como observador, a fin de que la Iglesia católica en África tenga una voz en la UA, que aliente a los fieles laicos católicos que trabajan en este organismo.

Por nuestra parte, como Iglesia local en Etiopía, nos comprometemos a acoger lo mejor posible a estos representantes especiales de la Santa Sede o del SECAM y, si desearan residir en Addis Abeba, facilitar su trabajo y colaborar con su misión. Estoy seguro de que la Unión Africana estaría dispuesta a aceptar a estos representantes y de que los miembros laicos católicos de este organismo se sentirían especialmente apoyados por la Iglesia católica en su misión.

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Monseñor Ildefonso Obama Obono, arzobispo de Malabo, presidente de la Conferencia Episcopal (Guinea Ecuatorial)

Sobrevolando el capítulo IV del Instrumentum laboris, me refiero a los actores y a las instituciones, llamados a dar testimonio de fe en Cristo, en todos los ámbitos y sectores de la sociedad, con discernimiento local.

Años atrás -como referencia histórica- los cristianos conocieron dificultades con aquella persecución religiosa superada, que fue de signo marxista y comunista. En este tiempo, los cristianos viven la inquietud del materialismo de vida, que afecta los valores del reino de Dios. Por eso el mensaje «combatir la pobreza, construir la paz», es muy actual, para la dignidad de todos y el bien común.

En cuanto a las instituciones, nos empeñamos en promover la fe con la Palabra de Dios y de impulsar la Eucaristía santa celebrada y adorada, vínculo de caridad. Sabemos que el contenido de la Nueva Evangelización es Jesucristo, el Enviado del Padre. Por Él tenemos confianza en la fuerza de la fe y de la Palabra de Dios en sí misma, para purificar los corazones.

En esa perspectiva, la reconciliación, la justicia y la paz se apoyan en el amor, el perdón y la misericordia de Dios en Cristo. Por esto incide en la realidad pastoral la enseñanza de la «Caritas in veritate» que afirma: «la caridad es la vía maestra de la doctrina social» (n. 2). Con su difusión y aplicación.

Conclusión:

1. la cultura de la solidaridad es una urgencia de nuestros tiempos frente a los que impulsan el lema «divide y vencerás», en las hostilidades y rivalidades tribales, y propician la violencia, el terrorismo y las guerras: la cultura de la muerte. «La paz nace en un corazón nuevo». Creemos en la esperanza. El Dios de la paz nos dará la paz que los hombres no pueden dar.

2. Tarea nuestra es implantar la civilización del amor. Como propuesta válida para la presencia de la Iglesia en la sociedad, es la conversión al amor sincero y fuerte, como el amor de Dios en Cristo muerto y resucitado, para la convivencia fraterna, la humanización y la salvación integral.

Por lo demás, África es la reserva espiritual del mundo y nueva patria de Cristo.

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Monseñor Emílio Sumbelelo, obispo de Uíje (Angola)

En nuestro contexto angoleño, la justicia debe caminar de la mano del perdón. Sin perdón, no puede haber reconciliación y en consecuencia tampoco Paz, porque el desarrollo de cualquier pueblo o nación permanece indefinidamente postergado cuando faltan mecanismos de perdón.

En los últimos 30 años una buena parte de los países africanos, y Angola no escapa a la regla, sufrió profundas modificaciones. Las inmensas y múltiples agitaciones del pueblo, relacionadas con la guerra, transformaron la sociedad africana. Actualmente más de la mitad de la población vive en zonas urbanas. Una de las primeras consecuencias es la de su identidad étnico-tribal; pueblos de diferentes orígenes y clases sociales que ahora viven juntos en un mismo medio urbano, dando origen a una fusión cultural. Segunda consecuencia son los conflictos inter-étnicos, generados por las condiciones de malestar económico y gran desigualdad soc
ial.

El verdadero perdón debe incluir la búsqueda de la verdad. Forma parte de esta verdad reconocer el daño que se ha hecho y, si fuera posible, repararlo. El perdón, de hecho, no elimina ni disminuye la exigencia de reparación que es propia de la justicia, sino que intenta reintegrar a las personas y a los grupos a las sociedades. Pasos concretos: 1) A través de las CJP, Pro Pace, promover oportunas investigaciones, atinentes a prevaricaciones de grupos étnicos o de injusticias, para asegurar la verdad como primer paso para la reconciliación. 2) Apostar a la “reconstrucción humana”, que pasa por la modificación del comportamiento de la personalidad que por algún motivo fue mal formada, y/o sufrió alguna conmoción en sus estructuras, y/o en las estructuras de su sociedad. La “reconstrucción humana” es, por tanto, un trabajo que se espera por parte de la Iglesia, a fin de que el “individuo destruido” vuelva a ser persona y a aceptarse a sí mismo, y hacer de manera tal de que aprenda a adquirir nuevos impulsos, y que éstos se transformen en capacidad para aceptar a los demás.

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Monseñor José Nambi, obispo de Kwito-Bié (Angola)

La cultura democrática va dando pasos, aunque tímidamente. En Angola todavía no se convocan elecciones con la periodicidad deseable. Hay políticos que aspiran a un verdadero cambio de la situación mas otros se resisten a ello, son insensibles y sólo persiguen sus propios intereses. Los vientos de democracia se sienten más en la capital que en otros puntos del país, con pocos medios de comunicación social. Se constata la falta de una verdadera educación cívica de los ciudadanos, lo que favorece la manipulación. Todo esto, aliado a un analfabetismo en el medio rural, hace que la situación se vuelva muy precaria. La conciencia crítica de las personas es débil. Para algunos todo lo que se dice a través de los medios de comunicación social es considerado como verdadero. Se piensa, por tanto, que es urgente promover la educación cívica de los ciudadanos y fortalecer la conciencia crítica de los mismos. Esto significa también promover la defensa de la libertad de expresión y de opinión como atributos de la democracia y promover también ámbitos de desarrollo. Los laicos que militan en las diversas instituciones civiles, en los partidos políticos, en el Parlamento, están llamados a dar un verdadero testimonio de reconciliación, de justicia y de paz.

Por eso, consideramos fundamental seguir apostando por la formación de los mismos en todos los niveles.

El continente africano es considerado rico, pero sus pueblos continúan siendo pobres. Algo positivo se está haciendo para reducir la pobreza. En Angola se advierte un gran esfuerzo para salir de la pobreza. Fueron concebidos grandes y pequeños proyectos a tal efecto. La diferencia entre ricos y pobres, sin embargo continúa siendo enorme. La acumulación de riquezas en manos de pocas personas es exagerada, lo que genera y puede generar siempre conflictos. La población de los medios rurales se ve atraída por la vida de las ciudades, lo que acarrea varios problemas sociales. La inmigración proveniente de países vecinos se está agudizando y trae consigo varias consecuencias sociales. Existe la cuestión de las tierras ocupadas en perjuicio de pequeños campesinos, y ello ha generado conflictos.

[©Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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