Irak: «Nos están impidiendo vivir en el nuevo milenio»

El arzobispo siro-católico de Bagdad condena el embargo

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BAGDAD, 17 enero 2001 (ZENIT.orgAvvenire).- La voz de monseñor Athanase Matti Shaba Matoka, arzobispo siro-católico de Bagdad, tiembla todavía cuando recuerda la tragedia de la guerra de la que el país no ha podido reponerse tras diez años de embargo. Diez largos años de aislamiento que siguen golpeando hasta reducir a este país una vez próspero y desarrollado al esqueleto.

«Fue un día terrible –recuerda–. La gente estaba durmiendo en Bagdad cuando los cazabombarderos estadounidenses empezaron a lanzar su carga de muerte, sin piedad. Todavía resuena en mis oídos el llanto de los niños, traumatizados por las explosiones, en la obscuridad y sin agua».

Monseñor Matoka, también presidente de la Comisión Superior de Catequesis de la Iglesia, que reúne a todas las denominaciones católicas del país, desde su sede, en el barrio oriental de Al-Karrada, donde todavía se ven las consecuencias de los bombardeos, analiza la actual situación de Irak.

–Excelencia, ¿quiere decir que la población no esperaba una acción semejante después del ultimátum que se había impuesto a Irak?

–Monseñor Matoka: Lo que no esperaba era un nivel tal de crueldad y barbarie. No olvidemos que los bombardeos siguieron sin interrupción durante 42 días, reduciendo a cenizas no sólo las estructuras militares sino también las civiles. Comportarse de esta manera con los pueblos es verdaderamente inhumano.

–¿Osea que están pagando todavía las consecuencias de aquella guerra?

–Monseñor Matoka: Efectivamente. Los estados europeos están hoy alarmados sobre los efectos del uso del uranio empobrecido en la guerra de Bosnia. Pero las primeras pruebas, como se está empezando a admitir un poco en todas partes, han sido efectuadas a nuestra costa. Decenas de toneladas, según ellos mismos han admitido. Si los efectos de estas crueles armas sobre quienes las han lanzado están creando una verdadera psicosis en Occidente, imagínese cuál es la situación de quienes han sido objetivo de las mismas.

–Los siro-católicos en Irak son 50.000, apenas una décima parte de los cristianos del país. ¿Cuáles son los mayores problemas causados por el embargo?

–Monseñor Matoka: Los problemas son los de todos los cristianos. En primer lugar, el embargo lleva a muchos fieles, sobre todo jóvenes, a hacer todo lo posible para emigrar fuera del país. Una verdadera hemorragia, para una pequeña comunidad como la nuestra, que no sabemos cómo parar. La situación económica de muchas familias es, por otra parte, insostenible. Hace diez años, nuestra moneda, el dinar, equivalía a tres dólares. Ahora, hacen falta dos mil dinares para conseguir un sólo dólar.

–Y la Iglesia, ¿qué hace?

–Monseñor Matoka: La Iglesia proporciona ayudas a las familias necesitadas a través, por una parte de Caritas y las asociaciones caritativas locales y, por otra, de las donaciones de benefactores iraquíes y extranjeros. La ayuda consiste sobre todo en subsidios para realizar operaciones quirúrgicas, en la distribución de medicinas y en los tratamientos médicos.

–Usted tenía la esperanza de que el embargo acabara durante el Jubileo…

–Monseñor Matoka: Sigo esperando que, al final, tengan éxito las iniciativas de los hombres de buena voluntad. La opinión pública mundial se da cuenta cada vez más de las dimensiones de la tragedia provocada por un embargo que se ha revelado sólo una flagrante injusticia contra todo un pueblo.

–Pero parece que algo se está moviendo…

–Monseñor Matoka: Sí, pero con mucha lentitud. Irak, conocido por ser la cuna de la civilización, está hoy muy atrasado respecto al resto del mundo y ha dejado de tener acceso a las tecnologías modernas. Usted lo habrá constatado también personalmente porque se tardan tres días para poder conectarse telefónicamente con Bagdad. Parecería que se nos ha vetado vivir en el nuevo milenio, en la era del progreso y de la tecnología. También por esto consideramos que sólo el fin del embargo permitirá a nuestro país y a nuestra Iglesia mirar al futuro con confianza.

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ZENIT Staff

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