Iraq llora al obispo “siempre sonriente”

Monseñor Andreas Abouna muere tras una vida dedicada a la Iglesia

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ROMA, martes 27 de julio de 2010 (ZENIT.org).- Ha muerto este martes por la mañana monseñor Andreas Abouna, obispo auxiliar de Bagdad (Iraq), que dedicó su vida a servir a una Iglesia afligida por la guerra, la opresión y las crecientes dificultades.

El prelado falleció en el hospital en Erbil, capital del norte del Iraq kurdo. Tenía 67 años y sufría de enfermedades renales.

Sus funerales están previstos para este martes por la noche en la catedral de St Joseph de Ankawa, cerca de Erbil. Los preside el Patriarca caldeo Emmanuel III Delly.

Monseñor Bashar Warda, arzobispo de Erbil describió a monseñor Abouna como un pastor “siempre sonriente, incluso en situaciones muy difíciles”, en declaraciones a la asociación caritativa internacional Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN).

Andreas Abouna había nacido el 23 de marzo de 1943 en el pueblo de Bedar, fuera de la ciudad de Zakho, en el norte de Iraq. A los 14 años había entrado en el Seminario de St Peter, en aquella época situado en Mosul. El 5 de junio de 1966 había sido ordenado sacerdote para la Iglesia católica caldea.

Tras haber sido durante casi 25 años párroco de varias iglesias de Iraq, en 1989 se había convertido en secretario personal del Patriarca católico caldeo Raphael I Bidawid de Bagdad.

Después fue trasladado a Londres, donde le había sido confiada la misión caldea y siro-católica en Inglaterra, cargo que desempeñó durante 11 años.

El 11 de noviembre de 2002 había sido nombrado obispo auxiliar de Bagdad y había vuelto a su patria, siendo ordenado obispo el año siguiente en Roma por el papa Juan Pablo II.

Pocas semanas después de su entronización, la dictadura de Saddam Hussein fue derrocada y zonas fundamentales de Iraq, incluída Bagdad, cayeron en el desorden y en la violencia.

Los cristianos estaban entre los objetivos principales, y el obispo Abouna ayudó a su gente frente a los ataques con bomba contra las iglesias y las amenazas de violencia contra los no musulmanes, que han provocado un éxodo en masa entre los fieles.

A pesar de su estado de salud cada vez más precario, el prelado había permanecido en Bagdad, organizando actos para los jóvenes cuando las condiciones de seguridad lo permitían.

“El obispo Abouna era un hombre muy bueno y humilde, con una mentalidad muy abierta”, recordó el arzobispo de Kirkuk, monseñor Louis Sako.

“Se tomaba verdaderamente cuidado de cada uno de sus sacerdotes, y trabajço siempre por la unidad de la Iglesia – añadió –. Espero que pueda rezar por nosotros desde el cielo”.

Ayuda a la Iglesia Necesitada trabajó junto al obispo en muchos proyectos, como por ejemplo el traslado del Seminario de St Peter desde Bagdad, donde la situación había llegado a ser peligrosa.

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ZENIT Staff

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