Italia: El trato de algunos nos hace sentir infrahumanos

Quejas, lamentos y oración de los presos ante el papa en Rebibbia

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ROMA, martes 20 diciembre 2011 (ZENIT.org).- El diálogo de Benedicto XVI con los reclusos del centro penitenciario romano de Rebibbia, se caracterizó por la franqueza y la familiaridad. El momento de la visita del papa más cargado de humanidad, conmoción y afecto, según los periodistas presentes.

Al final del discurso que dirigió a los detenidos de la cárcel de Rebibbia, Benedicto XVI respondió a seis preguntas de los reclusos. Rocco, Stefano, Federico, Nwaihim, fueron algunos de los internos que dialogaron con el santo padre. Aquí está una síntesis de las mismas, según difundió el Vatican Information Service (VIS) y reprodujeron algunos medios.

Pregunto a su santidad si este gesto se entenderá en toda su sencillez también por parte de nuestros políticos y gobernantes para que se restituya a todos los últimos, incluidos nosotros, los detenidos, la dignidad y la esperanza que hay que reconocer a todos los seres.

–Benedicto XVI: He venido sobre todo para mostraros mi cercanía personal e íntima en la comunión con Cristo que os ama. Pero, ciertamente, esta visita que para vosotros es personal, es también un gesto público que recuerda a nuestros ciudadanos, a nuestro gobierno el hecho de que hay grandes problemas y dificultades en las cárceles italianas. Y, de hecho, el objetivo de estas cárceles es el de ayudar a la justicia, y la justicia implica como primer dato la dignidad humana (…) Por cuanto yo pueda, quiero señalar siempre que es importante que las cárceles respondan a su objetivo de renovar la dignidad humana y mejorar su condición y no de comprometerla. Esperemos que el gobierno tenga la posibilidad de responder a esta vocación.

Más que una pregunta, prefiero pedirte que nos dejes agarrarnos a ti con nuestros sufrimientos y los de nuestros familiares, como a un cable eléctrico que comunica con nuestro Señor. Te quiero mucho.

–Benedicto XVI: Yo también te quiero mucho. La identificación del Señor con los encarcelados nos interpela profundamente. Y yo también tengo que preguntarme: «¿He cumplido el imperativo del Señor? He venido aquí porque sé que en vosotros me espera el Señor, que necesitáis que se os reconozca humanamente y que necesitáis la presencia del Señor que en el Juicio Final nos pedirá cuentas de ello; por eso espero que estos centros cumplan cada vez más con el objetivo de ayudar a los detenidos a reencontrarse , a reconciliarse con los demás, con Dios, para incorporarse de nuevo a la sociedad y ayudar al progreso de la humanidad.

¿Le parece justo que ahora que soy un hombre nuevo (…) y padre de una niña de pocos meses no me den la posibilidad de volver a casa, a pesar de haber pagado ampliamente mi deuda con la sociedad?

–Benedicto XVI: Ante todo, felicidades. Me alegra que se considere un hombre nuevo (…) Usted sabe que para la doctrina de la Iglesia la familia es fundamental y es importante que un padre tenga en brazos a su hija. Por eso rezo y espero que lo antes posible pueda tenerla realmente en brazos y estar con su mujer para construir una hermosa familia y contribuir al futuro de Italia.

¿Que pueden pedir los detenidos enfermos y seropositivos al Papa? Se habla muy poco de nosotros, y a menudo de una forma tan feroz, que parece que nos quieren eliminar de la sociedad. Hacen que nos sintamos infrahumanos.

–Benedicto XVI: Tenemos que soportar que algunos hablen mal de nosotros. También hablan mal del papa y, sin embargo, seguimos adelante. Creo que es importante alentar a todos para que piensen bien, para que entiendan como sufrís, para que comprendan que tienen que ayudaros a levantaros. Yo haré todo lo posible para invitar a pensar de forma justa –no con desprecio, sino con humanidad- que todos podemos caer, pero Dios quiere que todos lleguemos a Él; y que debemos cooperar, con espíritu de fraternidad y reconociendo nuestra fragilidad, en este proceso para que los que han caído se levanten y prosigan su vida con dignidad.

Santidad, me han enseñado que el Señor ve y lee dentro de nosotros, me pregunto: ¿por qué la absolución se delega a los sacerdotes? Si yo la pidiera, solo, de rodillas, dirigiéndome al Señor ¿me absolvería?

–Benedicto XVI: Hay que decir dos cosas. La primera: naturalmente, si usted se arrodilla y con verdadero amor de Dios, le pide perdón, Dios le perdonará (…) Pero hay otro elemento: el pecado no es solo algo personal, individual, entre Dios y yo; el pecado tiene siempre una dimensión horizontal (…) Por eso esta dimensión social, horizontal, del pecado exige que se absuelva también en el ámbito de la comunidad humana, de la comunidad de la Iglesia (…) exige el sacramento. (…) La absolución del sacerdote, la absolución sacramental, es necesaria para absolverme de este lazo con el mal y reintegrarme en la voluntad de Dios, dándome la certeza de que me perdona y me recibe en la comunidad de sus hijos».

–[Nwaihim conteniendo a duras penas las lágrimas]: Santo padre, el mes pasado estuvo en visita pastoral en África, en el pequeño país de Benín, una de las naciones más pobres del mundo. Allí ponen su esperanza y su fe en Dios y mueren en medio de la pobreza y la violencia. ¿Por qué Dios no les escucha? ¿Quizás escucha sólo a los ricos y poderosos que en cambio no tienen fe?

–Benedicto XVI: La medida de Dios y sus criterios son diversos de los nuestros. Dios da a estas personas la alegría de su presencia, hace que sientan que está cerca de ellos incluso en el sufrimiento y la dificultad y, naturalmente, nos llama para que hagamos cuanto esté en nuestras manos para que salgan de las tinieblas de las enfermedades y de la pobreza. (…) Tenemos que rezar a Dios para que haya justicia, para que todos puedan vivir en la alegría de ser sus hijos.

Preguntas francas y directas las de los presos pero cargadas de afecto y de emoción, a las que el papa respondió con tono también familiar.

Uno de los internos, Stefano, de la sección G11, leyó una bellísima y conmovedora oración titulada “Oración tras los barrotes”. Hela aquí, a disposición de los presos de todo el mundo:

“Oh Dios, dame el coraje de llamarte Padre.

Sabes que no siempre logro pensar en Tí con la atención que mereces.

Tu no te has olvidado de mí, aunque vivo a menudo lejos de la luz de tu rostro.

Muéstrate cercano, a pesar de todo, a pesar de mi pecado ya sea grande o pequeño, secreto o público.

Dame la paz interior, la que sólo tu sabes dar.

Dame la fuerza de ser verdadero, sincero; arranca de mi rostro las máscaras que oscurecen la conciencia de que yo valgo algo porque soy tu hijo.

Perdona mis culpas y dame además la posibilidad de hacer el bien.

Acorta mis noches imsonnes; dame la gracia de la conversión del corazón.

Acuérdate, Padre, de quienes están fuera de aquí y que me quieren todavía, para que pensando en ellos, recuerde que sólo el amor da vida mientras que el odio destruye y el rencor trasforma en infierno las largas e interminables jornadas.

Acuérdate de mí, oh Dios, amén».

Para leer el discurso completo de Benedicto XVI a los encarcelados, enlazar con: http://www.zenit.org/article-41149?l=spanish.

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ZENIT Staff

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