Jesús salva de la incomunicación

Palabras de Benedicto XVI en el Ángelus de este domingo

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CASTEL GANDOLFO, 10 septiembre 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos las palabras de Benedicto XVI pronunciadas desde el balcón del patio interno del Palacio de Castel Gandolfo este domingo.

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¡Queridos hermanos y hermanas!

En el corazón del Evangelio de hoy (Mc .7,31-37) hay una palabra corta, pero muy importante. Una palabra que –en su sentido profundo–, resume todo el mensaje y la obra de Cristo. El evangelista Marcos la presenta en la lengua de Jesús, en la que Jesús la pronunció, por lo que la sentimos más viva. Esta palabra es «effatá«, que significa «ábrete». Veamos el contexto en el que es insertada.

Jesús estaba pasando por la región conocida como la «Decápolis», entre la costa de Tiro y de Sidón, y la Galilea; un área por lo tanto que no era judía. Le trajeron a un sordomudo, para que lo curase, -evidentemente, la fama de Jesús se había extendido hasta allá. Jesús lo llevó aparte, le tocó los oídos y la lengua, y luego, levantando los ojos al cielo, con un profundo suspiro dijo: «Effatá«, que significa: «Ábrete». Y al instante el hombre empezó a oír y hablar con fluidez (cf. Mc. 7,35). Este es entonces el significado histórico, literal de esta palabra: aquel sordomudo, gracias a la intervención de Jesús, «se abrió»; antes estaba cerrado, aislado, para él era muy difícil comunicarse; la curación fue para él una «apertura» a los demás y al mundo, una apertura que, partiendo de los órganos de la audición y del habla, envuelve a la persona y a toda su vida: finalmente fue capaz de comunicarse y relacionarse de una manera nueva.

Pero todos sabemos que la cerrazón del hombre, su aislamiento, no solo depende de los órganos de los sentidos. Hay un cierre interior, que cubre el núcleo más profundo de la persona, eso que la Biblia llama el «corazón». Eso es lo que Jesús ha venido a «abrir», a liberar, para que podamos vivir plenamente la relación con Dios y con los demás. Por eso he dicho que esta pequeña palabra «effatá-ábrete», resume en sí misma toda la misión de Cristo. Él se hizo hombre para que el hombre, que se ha vuelto interiormente sordo y mudo por el pecado, fuese capaz de escuchar la voz de Dios, la voz del Amor que le habla a su corazón, y así se aprende a hablar a la vez, el lenguaje del amor, a comunicarse con Dios y con los demás. Por esta razón, la palabra y el gesto del «Effatá» han sido incluidas en el Rito del Bautismo, como uno de los signos que explican el significado: el sacerdote tocando la boca y las orejas del recién bautizado, dice: «Effatá«, orando para que pronto pueda escuchar la Palabra de Dios y profesar la fe. Por el Bautismo, el hombre comienza, por así decirlo, a «respirar» el Espíritu Santo, a quien Jesús había invocado del Padre con esa respiración profunda, para curar al sordomudo.

Nos dirigimos ahora en oración a María Santísima, de quien ayer hemos celebrado la Natividad. Debido a su singular relación con el Verbo Encarnado, María está totalmente «abierta» al amor del Señor, su corazón está en constante escucha de su Palabra. Su intercesión maternal nos permita experimentar cada día, en la fe, el milagro del «Effatá«, para vivir en comunión con Dios y con los hermanos.

Traducido del original italiano por José Antonio Varela V.

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ZENIT Staff

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