Juan Pablo II: Dios tiene la última palabra

Intervención en la audiencia general del miércoles

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CIUDAD DEL VATICANO, 12 febrero 2003 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Juan Pablo II durante la audiencia general de este miércoles dedicada a comentar pasajes del Salmo 117 (versículos 1-2.19-20.22-23) presentados por la Liturgia de los Laudes el domingo de la cuarta semana.

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.

Abridme las puertas del triunfo,
y entraré para dar gracias al Señor.

Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.

La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.

Es el Señor quien lo hecho,
ha sido un milagro patente.

1. En todas las festividades más significativas y gozosas del antiguo judaísmo –en particular en la celebración de la Pascua– se cantaba la secuencia de los Salmos que va desde el 112 al 117. Esta serie de himnos de alabanza y de acción de gracias a Dios era llamada el «Hallel egipcio», pues en uno de ellos, el Salmo 113 A, se evocaba de manera poética y casi visiva el éxodo de Israel de la tierra de la opresión, el Egipto de los faraones, y el maravilloso don de la alianza. Pues bien, el último Salmo que sigla este «Hallel egipcio» es precisamente el 117, que acabamos de proclamar, y que ya habíamos meditado en un comentario precedente.

2. Este canto revela claramente su uso litúrgico dentro del templo de Jerusalén. En su trama, de hecho, parece desarrollarse una procesión, que comienza en las «tiendas de los justos» (versículo 15), es decir, en las casas de los fieles. Éstos exaltan la protección de la mano divina, capaz de tutelar a quien es recto y confía incluso cuando irrumpen los adversarios crueles. La imagen utilizada por el Salmista es expresiva: «me rodeaban como avispas, ardiendo como fuego en las zarzas, en el nombre del Señor los rechacé» (versículo 12).

Ante este peligro superado, el pueblo de Dios estalla en «cantos de victoria» (v. 15) en honor de «la diestra del Señor» que «es poderosa» (Cf. versículo 16). Se da, por tanto, la conciencia de no estar nunca solos, a merced de la tormenta desencadenada por los malvados. La última palabra, en verdad, es siempre la de Dios que, si bien permite la prueba a su fiel, sin embargo no le entrega a la muerte (Cf. versículo 18).

3. Al llegar a este punto, parece que la procesión llega a la meta evocada por el Salmista a través de la imagen de «las puertas del triunfo» (versículo 19), es decir, la puerta santa del templo de Sión. La procesión acompaña al héroe a quien Dios ha dado la victoria. Pide que se le abran las puertas para que pueda «dar gracias al Señor» (versículo 19). Con él «los vencedores entran por ella» (versículo 20). Para expresar la dura prueba que ha superado y la glorificación que de ella resulta, se compara a sí mismo con «la piedra desechada por los arquitectos» convertida «ahora en la piedra angular» (versículo 22).

Cristo asumirá precisamente esta imagen y este versículo, al final de la parábola de los viñadores homicidas para anunciar su pasión y su glorificación (Cf. Mateo 21, 42).

4. Al aplicarse a sí mismo este Salmo, Cristo abre el camino a la interpretación cristiana de este himno de confianza y de gratitud al Señor por su «hesed», es decir, por su fidelidad amorosa, de la que se hace eco todo el Salmo (Cf. Salmo 117,1.2.3.4.29).

Los símbolos adoptados por los Padres de la Iglesia son dos. Ante todo, el de la «puerta del triunfo», que san Clemente Romano en su «Carta a los Corintios» comentaba de este modo: «Muchas son las puertas abiertas, pero la de del triunfo está en Cristo. Bienaventurados todos los que entran por ella y dirigen su camino en la santidad y en la justicia, cumpliendo tranquilamente con todo» (48,4: «Los Padres Apostólicos», «I Padri Apostolici», Roma 1976, p. 81).

5. Otro símbolo, unido al precedente, es precisamente el de la piedra. Nos dejaremos guiar ahora en nuestra meditación por san Ambrosio en su «Exposición sobre el Evangelio según Lucas». Comentando la profesión de fe de Pedro en Cesarea de Filipo, recuerda que «Cristo es la piedra» y que «Cristo tampoco negó este bello nombre a su discípulo, de modo que también él sea Pedro, para que en la piedra tenga la firmeza de la perseverancia, la inquebrantabilidad de la fe».

Ambrosio introduce entonces la exhortación: «Esfuérzate tú también por ser una piedra. Pero para esto, no busques la piedra fuera de ti, sino dentro de ti. Tu piedra son tus acciones, tu piedra es tu pensamiento. Sobre esta piedra se edifica tu casa para que no sea flagelada por ninguna tempestad de los espíritus del mal. Si eres una piedra, estarás dentro de la Iglesia, pues la Iglesia está sobre la piedra. Si estás dentro de la Iglesia, las puertas del infierno no prevalecerán contra ti» (VI, 97-99: «Obras exegéticas», «Opere esegetiche», IX/II, Milán-Roma 1978 = Saemo 12, p. 85).
[Traducción del original italiano realizada por Zenit]

Queridos hermanos y hermanas:
El Salmo que hemos escuchado es un himno de acción de gracias a Dios, que protege y tutela a quienes son fieles y confían en Él. Esto hace tomar conciencia de que nunca estamos solos y que Dios, si bien permite las pruebas de sus fieles y que sean considerados como piedra desechada por los arquitectos, luego los transforma en piedra angular. Cristo se presenta a sí mismo como esta piedra angular para anunciar su Pasión y su glorificación (cf. Mt 21,42).

Los Padres de la Iglesia nos recuerdan que «Cristo es la piedra» y también lo es su discípulo Pedro, a fin de que, como la piedra, tenga una sólida perseverancia y una fe inquebrantable. San Ambrosio exhorta a ser interiormente una piedra: esta piedra son nuestras acciones y nuestras ideas, a fin de que nuestra casa, es decir, nuestra propia persona pueda resistir firmemente los ataques de todo mal.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos venidos de Madrid y de dos parroquias de Alicante. Dejémonos guiar por el Señor para ser piedras firmes mediante el testimonio de nuestra fe.
Muchas gracias.

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ZENIT Staff

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