Juan Pablo II: El secreto para vivir una «Navidad cristiana»

Intervención del pontífice en la audiencia general de este miércoles

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CIUDAD DEL VATICANO, 20 dic 2000 (ZENIT.org).- «En una mísera gruta, contemplamos a un Dios que por amor se hace niño». Este es el gran misterio que viven los cristianos en todo el mundo en estas Navidades que se encuentran ya a las puertas.

Ahora bien, estas Navidades serán especiales, reconoció hoy Juan Pablo II, en su encuentro tradicional de los miércoles con los fieles: «la Navidad de los dos mil años de Cristo».

«Un «cumpleaños» importante, que hemos celebrado con el año jubilar, meditando en el acontecimiento extraordinario del Verbo hecho hombre por nuestra salvación» –añadió el Papa–. De este modo, ilustró las condiciones necesarias para «revivir con fe renovada las inminentes festividades navideñas y acoger en plenitud su mensaje espiritual».

Ofrecemos a continuación el discurso del pontífice en la audiencia general.

* * *

1. «Llave de David, que abres las puertas del Reino de los cielos: ven, y libera a quien yace en las tinieblas del mal».

Con esta invocación la liturgia nos invita a rezar hoy, alentándonos a dirigir la mirada a Aquél que nace para redimir la humanidad. Nos encontramos ya a las puertas de la Navidad y se hace más intensa aún la imploración del pueblo en espera: ¡«Ven, Señor Jesús», ven a liberar «a quien yace en las tinieblas del mal»!

Nos preparamos para conmemorar el acontecimiento que constituye el corazón de la historia de la salvación: la encarnación del Hijo de Dios, quien vino para habitar entre nosotros y redimir así a toda criatura humana con su muerte en la cruz. En el misterio de Navidad ya está presente el misterio pascual; en la noche de Belén vislumbramos ya la vigilia de Pascua. La luz que ilumina la gruta nos remite al fulgor de Cristo resucitado, que vence las tinieblas del sepulcro.

Además, este año, es una Navidad especial, la Navidad de los dos mil años de Cristo: un «cumpleaños» importante, que hemos celebrado con el año jubilar, meditando en el acontecimiento extraordinario del Verbo hecho hombre por nuestra salvación. Nos disponemos a revivir con fe renovada las inminentes festividades navideñas para acoger en plenitud su mensaje espiritual.

2. En Navidad, nuestro pensamiento regresa espontáneamente a Belén: «Mas tú –dice el profeta Miqueas–, Belén de Efratá, aunque eres la menor entre las familias de Judá, de ti me ha de salir aquel que ha de dominar en Israel» (5, 1). El Evangelista Mateo se hace eco de estas palabras. Ante la pregunta de los Magos al rey Herodes: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?» (Mateo 2, 2), los sumos sacerdotes y los escribas del pueblo explican lo que había escrito el antiguo profeta sobre Belén: «de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel» (Mateo 2, 6).

La Iglesia de Oriental eleva esta oración en el oficio del «órthros», en la solemnidad de Navidad: «Belén, prepárate; canta, ciudad de Sión; exulta, desierto que has atraído la alegría: la estrella avanza para indicar a Cristo que va a nacer en Belén; una gruta acoge al indefenso y se ha preparado un pesebre para recibir la vida eterna» («Stichirá idiómela, Anthologhion»).

3. Belén, en estos días, se convierte en el lugar hacia el que se dirigen los ojos de todos los creyentes. La representación del pesebre, que la tradición popular ha difundido en todo rincón de la tierra, nos ayuda a reflexionar mejor sobre el mensaje que desde Belén continúa irradiándose por toda la humanidad. En una mísera gruta, contemplamos a un Dios que por amor se hace niño. Él da a quien le acoge la alegría; a los pueblos la reconciliación y a la paz. El gran Jubileo, que estamos celebrando, nos invita a abrir el corazón a quien nos abre de par en par «las puertas del Reino de los cielos». Prepararnos para recibirle comporta, ante todo, una actitud de oración intensa y confiada. Hacerle espacio en nuestro corazón exigen un serio compromiso para convertirse a su amor.

Él nos libera de las tinieblas del mal y nos pide que ofrezcamos nuestra contribución concreta para que se realice su designio de salvación. El profeta Isaías lo describe con imágenes sugerentes: «Al fin será derramado desde arriba sobre nosotros espíritu. Se hará la estepa un vergel, y el vergel será considerado como selva. Reposará en la estepa la equidad, y la justicia morará en el vergel; el producto de la justicia será la paz, el fruto de la equidad, una seguridad perpetua» (Isaías 32, 15-17).

¡Este es el don que tenemos que implorar con confianza orante, este es el proyecto al que estamos llamados a vivir con atención constante! En el mensaje enviado a los creyentes y a los hombres de buena voluntad con motivo de la próxima Jornada Mundial de la Paz, he constatado que «en el camino hacia un mejor entendimiento entre los pueblos son todavía numerosos los desafíos que tiene que afrontar el mundo» (n. 18). Por ello, he recordado que « todos tienen que sentir el deber moral de adoptar medidas concretas y apropiadas para promover la causa de la paz y la comprensión entre los hombres» (ibídem).

Que la Navidad reavive en cada uno la voluntad de convertirse en un constructor activo y valiente de la civilización del Amor. Sólo gracias a la aportación de todos podrán dar sus frutos la profecía de Miqueas y el anuncio resonado en la noche de Belén, y será posible vivir en plenitud la Navidad cristiana.

N. B.: Traducción realizada por Zenit.

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ZENIT Staff

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